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El frío y la falta de viento someten al sistema eléctrico europeo a su primera prueba de fuego a las puertas del invierno

España se desmarca del resto del continente, con precios mucho más bajos gracias al tope al gas pese al aumento de las exportaciones a Francia

Vista de un tendido eléctrico y un paisaje nevado, este lunes en Epping (Reino Unido).
Vista de un tendido eléctrico y un paisaje nevado, este lunes en Epping (Reino Unido).Chris Ratcliffe (Bloomberg)
Ignacio Fariza

Los sistemas eléctricos europeos se enfrentan estos días al peor cóctel posible: frío —alta demanda—, ausencia de viento y cielos nublados —menor oferta de energía barata—, buena parte de la generación nuclear francesa aún fuera de juego y alzas en el mercado gasista. El resultado de esta combinación de factores negativos, a la que se suma una sequía que está lastrando la producción hidroeléctrica, es unívoco: precios récord a poco más de una semana del inicio del invierno, cuando las calefacciones echan humo y el consumo doméstico se dispara.

“Otra vez estamos en las mismas: hasta que no cambie la estructura del mercado, seguiremos así, con mercados hipertensionados”, apunta Natalia Fabra, profesora de la Universidad Carlos III de Madrid. “Lo que está pasando ahora no es muy distinto de lo que ocurrió en agosto, cuando forzó a actuar a la Comisión Europea. Y eso que el frío no ha hecho más que comenzar...”, esboza por teléfono. El gran factor corrector respecto a entonces es que el precio del gas en el mercado europeo no está a 350, como entonces, sino ligeramente por encima de 130 euros por megavatio hora.

En las primeras semanas de diciembre la demanda de electricidad de los principales países europeos se está cubriendo en un porcentaje elevado con tecnologías térmicas, como el gas o el carbón, constata Pedro Cantuel, de la empresa energética integrada Ignis. Por ahora, no obstante, este analista cree que “los sistemas eléctricos europeos están reaccionando de forma conjunta y robusta, funcionando sin excesivos problemas”. “No deberían sufrir grandes contratiempos: parecen improbables tensiones importantes en los sistemas eléctricos europeos a corto plazo, aunque se mantiene el riesgo de alguna congestión aislada en alguna hora por picos de demanda”.

El Reino Unido sintetiza estos días la concatenación de contratiempos que acecha a los países del bloque. Inmersa en una ola de frío que, sin embargo, no ha traído consigo rachas de viento, el archipiélago ha visto cómo el precio de la luz en el mercado mayorista se situaba este lunes por la tarde por encima de las 2.000 libras esterlinas (2.300 euros) por megavatio hora, un valor inédito desde que hay registros. Aunque los futuros apuntan a una paulatina relajación a partir de este martes, el gestor de la red se ha visto obligado a echar mano de dos centrales de carbón —de largo, la alternativa de generación más contaminante—, que acababan de pasar a un periodo de inactividad, para poder hacer frente a la demanda prevista.

El segundo foco de preocupación es Francia. Titular del, por mucho, mayor parque nuclear continental, e histórico exportador neto de electricidad a sus países vecinos, en los últimos tiempos ha visto cómo se daban la vuelta las tornas: hoy tiene algo más de un tercio de sus reactores fuera de juego. Una caída sustancial en la generación atómica —a pesar del reciente regreso a la actividad de varias de sus centrales— que están teniendo efecto tanto en los precios como en la proliferación de avisos sobre la seguridad de suministro.

“Francia va salvando la bola de partido a diario y va recuperando poco a poco la potencia nuclear perdida. Eso es fundamental, también para el resto de Europa”, valora Pedro Fresco, experto energético y, hasta hace unos días, director general de Transición Ecológica de la Comunidad Valenciana. “De no haber ido recuperando varios gigavatios de potencia nuclear en los últimos días, habría tenido que parar parte de su industria, pero ya no están en la situación tan dramática de hace tres semanas”.

En un intento por despejar cualquier sombra de duda, el presidente Emmanuel Macron tachó la semana pasada de “absurdas” esas voces y llamó a “no meter miedo en la población”. “Hay que parar todo eso: superaremos este invierno a pesar de la guerra”, añadió.

Las reservas de gas bajan pero resisten

La mayor economía de la eurozona, Alemania, también se está viendo penalizado por el infortunio meteorológico. En su caso, esta tensión se está traduciendo sobre todo en una mayor quema de gas y de carbón, las dos únicas alternativas cuando falla el suministro renovable. En el primer caso, el problema es que la falta de viento está obligando a tirar de las reservas acumuladas en los últimos meses, una joya a preservar de cara a los meses —y años— venideros. De momento, eso sí, de manera modesta: a pesar de que el país germano lleva encadenando salidas de gas de los depósitos día sí día también desde finales de noviembre, la buena noticia es que los depósitos siguen mostrando un tono mucho mejor que la media histórica para estas mismas fechas.

En el conjunto de la UE, las reservas de gas están hoy en el 88%, 30 puntos más que a estas alturas del año pasado y notablemente por encima de la media histórica. Junto a la contención en la demanda de gas, que acumula una caída del 15% en los últimos meses, ese buen tono de los depósitos es el mayor elemento para el optimismo. Salvo una ola de frío de grandes proporciones, que hoy por hoy ningún parte meteorológico contempla, el invierno de 2022 parece moderadamente bajo control. El de 2023, sobre todo si las reservas llegan a la primavera en el chasis, será otro cantar.

La brecha entre España y el resto crece

Las condiciones adversas en los principales mercados eléctricos continentales se han trasladado en mucha menor medida a España: a pesar de la reciente subida, la brecha de precios respecto al resto no ha dejado de crecer. Una parte de este efecto se puede achacar al menor frío y al mayor viento en la península Ibérica. Otra, a que el parón del viento ha sido menor. Pero una fracción sustancial también tiene que ver con la aplicación del mecanismo ibérico, una suerte de cortafuegos que frena parcialmente el efecto contagio sobre la luz del encarecimiento del gas. “Si las cosas están mejor en España es por el tope al gas”, sostiene Fabra.

Una valoración a la que se suma Fresco: “En octubre y en noviembre no fue relevante por la mayor producción renovable y por el abaratamiento del gas, pero está muy claro que el tope al gas funciona”, desliza. “Es algo que ya se demostró en verano y que se vuelve a demostrar ahora: aunque sea contraintuitivo, funciona mejor cuando, como ocurrió entonces y vuelve a ocurrir ahora, mayor es el precio de este combustible”.


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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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