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Los datos del gas: sin reservas para todo el invierno, Europa busca soluciones

El combustible almacenado actualmente cubre la demanda hasta diciembre, pero las importaciones por barco también aliviarán el cerrojazo ruso. Las temperaturas y el ahorro serán clave en la temporada de frío

Gas en Europa
Obras de construcción de la tubería que conectará la nueva regasificadora flotante de Wilhelmshaven (Alemania) con la red germana de distribución, el martes.David Hecker (Getty Images)

Es el invierno más temido; probablemente el último en el que el chantaje energético de Vladímir Putin tiene potencial para desencadenar una crisis económica y social de gran envergadura en la Unión Europea. El cierre del grifo ruso del gas ha pillado a los Veintisiete a contrapié, con menos plantas de regasificación —la única forma de procesar el combustible que llega por barco— de lo que sería necesario para afrontar el fin de los flujos desde su primer exportador, y una capacidad de almacenamiento limitada.

No es un problema de falta de brío en las políticas de llenado: el gas lleva semanas entrando a borbotones en los 146 depósitos, que se convertirán en 160 en los próximos años si los planes de los países se llevan a la realidad. El fallo tiene que ver, más bien, con su escasa capacidad. Incluso si llegasen al 100% el 1 octubre —la fecha formal de inicio de la temporada de calefacciones en el centro y norte—, apenas alcanzarían para cubrir la demanda prevista hasta Navidad. De mantenerse el grado actual de llenado de los depósitos, cercano al 85%, las reservas de gas darían para cubrir la demanda hasta principios de diciembre. Esta es una proyección de la media europea pero, como siempre ocurre en un bloque tan heterogéneo, el análisis de las reservas de gas no resiste una evaluación de conjunto: cada país cuenta una historia diferente.

Algunos tienen sus almacenes virtualmente al máximo de capacidad, y la demanda también varía mucho entre unos y otros —unos soportan temperaturas más bajas; otros tiran más de este combustible para generar electricidad—, por lo que sus reservas tampoco responderían igual ante una situación de sequía total de gas. La brocha gorda no funciona casi nunca, pero en este caso menos aún.

Pese a tener prácticamente llenos sus almacenes, Bélgica y Portugal apenas podrían responder a la demanda dos o tres semanas. Suecia aún menos. Y España, que cuenta con cuatro instalaciones de este tipo, tendría suficiente para algo más de un mes. Pero la realidad es mucho más compleja: salvo Suecia, estos países son, también, los que cuentan con más opciones de recepción del gas natural licuado (GNL, en la jerga del sector: el que llega por mar y no por ducto). Al tener comprometida la llegada de importantes cargamentos para los próximos meses, ese escenario de agotamiento es poco realista. De ahí que sus gobiernos se afanen en negar una crisis de suministro.

En el extremo contrario están Eslovaquia y Austria, donde las reservas alcanzarían para al menos cuatro meses incluso en el —de nuevo, muy improbable— supuesto de que las llegadas de gas, no solo desde Rusia, sino desde cualquier país del mundo, se hundiesen por completo. En Países Bajos, Hungría, la República Checa o Dinamarca, el margen de maniobra también es sustancial: tres meses.

Cada uno, sin embargo, tiene sus particularidades: Eslovaquia, Austria, Hungría y la República Checa no tienen salida al mar, por lo que dependen enteramente de la solidaridad del resto de los Estados miembros. Y los daneses no cuentan ni con una sola regasificadora. Holanda, aunque puede recibir buques metaneros, lo hace de forma más modesta que otros grandes países del bloque: solo dispone de una planta fija y acaba de poner en marcha una segunda, flotante y de carácter temporal, para poder salir del atolladero. Pero cuenta con el comodín de la conexión por tubo con Noruega.

Almacenes de todo tipo

No todos los depósitos de gas son iguales. El abanico, de hecho, es amplísimo. En Europa, la mayoría son antiguos reservorios de gas ya agotados, aunque también se usan cavernas de sal y acuíferos. España tiene cuatro: tres antiguos reservorios —Gaviota, Marismas y Serrablo—, y un antiguo acuífero, el de Yela. El quinto iba a ser Castor, ideado hace casi dos décadas para aprovechar la estructura geológica de un antiguo yacimiento petrolero frente a las costas de Castellón y que prometía aportar el equivalente a 50 días de consumo. Quedó sin actividad en 2013, tras una serie de terremotos que se produjeron poco después de las primeras inyecciones de gas, y en 2019 el Gobierno tomó la decisión de sellarlo definitivamente.

¿Invierno crudo o suave?

La variable climatológica es clave a la hora de calibrar los riesgos a los que se expone el Viejo Continente en los próximos meses: cuanto más crudo sea el invierno, mayor será también la probabilidad de que las reservas de gas lleguen tiritando a la primavera. “Si es extremadamente frío, los depósitos terminarían apenas al 8% de su capacidad, por debajo del mínimo recomendado”, explica Mauro Chávez, jefe de análisis de gas de Wood MacKenzie en Europa. “Eso, sumado a un mercado eléctrico muy ajustado por la menor generación nuclear [sobre todo en Francia] e hidroeléctrica [por la sequía], podría resultar en un racionamiento de gas y, en general, de energía”, añade por correo electrónico.

En un escenario más benigno, con unas temperaturas dentro del rango medio de los últimos años, el bloque terminaría el invierno con un almacenamiento promedio del 26%, según los datos de la consultora escocesa. Si así fuera, dice, “no habría cortes de gas” y las reservas terminarían el periodo en niveles incluso superiores a los de marzo pasado. “Hay que hacer todo lo posible por preservar todo lo almacenado para los meses más fríos del invierno, no echar mano de él antes”, sentencia Ana María Jaller-Makarewicz, del Instituto de Economía Energética y Análisis Financiero (IEEFA, por sus siglas en inglés).

Reserva agotada

Antiguos reservorios de los que se conoce su estructura geológica y los fluidos que almacena. Es el tipo de almacén más común.

Formaciones de sal

Cúpulas subterráneas de sal que se caracterizan por su impermeabilidad ante escapes.

Sal

Acuíferos

Formaciones rocosas que actúan como reservorios naturales de agua con una estructura geológica similar a la de los reservorios de gas agotados.

Acuífero

subterráneo

Reserva agotada

Antiguos reservorios de los que se conoce su estructura geológica y los fluidos que almacena. Es el tipo de almacén más común.

Formaciones de sal

Cúpulas subterráneas de sal que se caracterizan por su impermeabilidad ante escapes.

Sal

Acuíferos

Formaciones rocosas que actúan como reservorios naturales de agua con una estructura geológica similar a la de los reservorios de gas agotados.

Acuífero

subterráneo

Reserva agotada

Formaciones de sal

Acuíferos

Antiguos reservorios de los que se conoce su estructura geológica y los fluidos que almacena. Es el tipo de almacén más común.

Cúpulas subterráneas de sal que se caracterizan por su impermeabilidad ante escapes.

Formaciones rocosas que actúan como reservorios naturales de agua con una estructura geológica similar a la de los reservorios de gas agotados.

Sal

Acuífero

subterráneo

Reserva agotada

Formaciones de sal

Acuíferos

Antiguos reservorios de los que se conoce su estructura geológica y los fluidos que almacena.

Es el tipo de almacén más común.

Cúpulas subterráneas de sal que se caracterizan por su impermeabilidad ante escapes.

Formaciones rocosas que actúan como reservorios naturales de agua con una estructura geológica similar a la de los reservorios de gas agotados.

Sal

Acuífero

subterráneo

Destrucción de demanda

Para no dejar todo en manos de un elemento tan caprichoso como la meteorología, los gobiernos han acelerado su apuesta por el ahorro: que la ciudadanía y el sector privado eviten el dispendio. Ahí se enmarcan, por ejemplo, la obligatoriedad del cierre de puertas en las tiendas o el ajuste de los termostatos para evitar temperaturas exageradas tanto en verano como en invierno. Los altos precios energéticos también están remando en esa dirección, reduciendo la demanda de manera natural: las facturas estratosféricas son el mayor incentivo para que empresas y hogares cuiden al máximo su consumo de luz y gas.

“Ya estamos viendo destrucción de la demanda: hay industrias que con estos precios no pueden operar, y eso quiere decir que el volumen de gas ruso que inicialmente pensábamos que íbamos a tener que sustituir es menor”, esboza Jaller-Makarewicz.

Cambio radical en el patrón importador

No es ningún secreto: la guerra de Ucrania y las posteriores sanciones de la UE contra Rusia han alterado radicalmente las importaciones de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón, carburantes ya refinados…). En el caso del gas, libre de trabas, las importaciones desde Rusia suman 45.000 millones de metros cúbicos desde el inicio de la guerra. Es el 19% del gas importado, según los datos que publica semanalmente el centro de estudios europeos Bruegel. Una cifra enorme, sí, pero también mucho menor que en años anteriores: en el mismo periodo de 2021, el gas ruso era el 36% del total; en 2020, el 37%. Para cubrir ese hueco, Noruega ha dado un paso al frente, aumentando sus envíos a la UE en un 12%. Y, sobre todo, las llegadas de GNL se han multiplicado: ya son un 50% más que en el mismo periodo de 2021.

En lo que va de septiembre, los acontecimientos se han acelerado. El día 2, Rusia cortó el gas que llegaba a la Unión a través del gasoducto Nord Stream alegando problemas técnicos. La realidad, sin embargo, es otra: con los precios en máximos, el Kremlin puede permitirse vender menos volumen sin que sus ingresos se desplomen. Y cortar el gas ahora dificulta la fase final de llenado en países como Alemania, el eslabón más débil de los Veintisiete en la guerra del gas.

Tres días después, el Kremlin admitió que no reanudaría la actividad en el Nord Stream, la mayor vía de entrada en Europa. Hasta junio, cuando los gobiernos ya empezaban a mandar a la población mensajes nítidos de ahorro para acelerar el acopio, por ahí llegaba la mitad de todo el gas ruso que se consumía en la UE. Pero este canal no es el único que está sufriendo restricciones: el Yamal dejó de transportar gas en mayo, cuando Moscú sancionó a la empresa responsable de la tubería en Polonia.

El barco, principal alternativa

La escasez de gas ruso y, en mucha menor medida, la reducción de las importaciones desde Argelia vía España —el país norteafricano cerró a finales de 2021 uno de los dos ductos que unían ambos países—, han obligado a aumentar las compras de GNL desde países tan lejanos como Estados Unidos, Qatar o Nigeria. Esa mayor distancia, sumada al coste de licuefacción (pasar de estado gaseoso a líquido, para poder transportarlo) y regasificación (devolverlo a su estado original, para su distribución y consumo) hace que sea notablemente más caro. Pero para los países que más tienen la soga al cuello, el precio ha pasado a ser un elemento secundario.

Según los datos de Bruegel, en lo que va de año la Unión ha importado ya un 10% más que en todo 2021. La cifra no ha dejado de crecer, una tendencia que continuará en el tramo final del año: a la sequía de gas en Europa se suma la reciente caída en la demanda asiática de metaneros, propiciada en gran medida por la ralentización económica global, que ha servido en bandeja una oportunidad que los importadores europeos están aprovechando.

La pega de esta alternativa es que no todos los países disponen de plantas de regasificación: la UE dispone hoy de 24 de estas instalaciones en activo, pero seis de ellas están en la península Ibérica, cuya conexión por tubo con el resto del continente es muy débil. Consciente de esa joya guardada bajo siete llaves, Alemania —ávida de energía para alimentar su industria— ha redoblado en las últimas semanas su apoyo al MidCat, el tubo pirenaico que promete dar salida a todo ese gas. Francia, sin embargo, sigue negándose en redondo.

Salvo en casos puntuales, la capacidad europea de regasificación no es suficiente. Alemania, el mayor consumidor de la UE, ha llegado a la crisis sin una sola planta, un dato revelador de la falta de planificación de la mayor economía europea. Tras el estallido de la guerra, el Gobierno de Olaf Scholz anunció la instalación inmediata de cinco terminales, entre flotantes y fijas. E Italia, otro país muy dependiente del gas en general (mucha industria en el norte; nula generación nuclear) y del gas ruso en particular, ha comprado este verano dos terminales flotantes. A pesar de esa mayor subordinación, su capacidad de procesamiento de GNL es la cuarta parte que la de España.

Entre proyectos en fase de propuesta, planificados o ya en construcción, se prevén una veintena de instalaciones en toda la Unión, así como una decena de operaciones de expansión en las plantas ya operativas. Una auténtica batalla contra el reloj —nunca antes el mundo se había enfrentado al reto de reemplazar tanto gas en tan poco tiempo— que se dilatará: en 2023, como recuerdan los analistas de Goldman Sachs, Europa tendrá que llenar sus depósitos para la próxima temporada invernal a pulmón, ya sin la muleta rusa. Pero esa será otra historia: la prioridad pasa hoy por lo más inmediato, superar una temporada de frío que se antoja la más difícil hasta donde alcanza la memoria.

Metodología

Los datos de porcentaje de almacenamiento de gas proceden de la información que actualiza diariamente GIE, la asociación que representa a los operadores de gas europeos. Los datos de demanda se han tomado de la estimación que publicó en julio ENTSOG, la asociación que representa a los gestores de la red de transporte.

Para realizar el cálculo de cuántos días cubrirían las reservas actuales de gas el consumo de cada país, hemos tomado los datos de demanda media diaria, mes a mes, generando una serie de demanda acumulada para analizar cuándo supera la capacidad de almacenamiento actual en cada Estado. Para el dato medio europeo hemos sumado el gas almacenado en todos los almacenes de la Unión Europea y la demanda de todos los países y hemos operado de la misma manera.

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