División en el comercio: del miedo al calor en los probadores al apoyo entusiasta al ahorro energético
Algunos locales suben gradualmente la temperatura en su local para ir acostumbrándose a la nueva norma, mientras que otros siguen mostrándose reticentes
Paola Delgado, camarera de la sidrería La Cuenca —situada en el corazón del barrio madrileño de Malasaña—, ya se ha puesto las pilas. Hasta el pasado fin de semana, el termostato del establecimiento donde trabaja marcaba los 21 grados. Este martes, en la víspera de la entrada en vigor del plan de ahorro energético, la temperatura ha subido a los 24. “Noto más calor, pero se puede aguantar. Es todo acostumbrarse y prefiero hacerlo poco a poco”, apunta, antes de asegurar que a partir de mañana pondrá el aire a 25 grados para cumplir con la normativa aprobada por el Gobierno para reducir el consumo energético.
No es la única que intenta acomodarse antes de tiempo a las nuevas reglas. El termómetro de Media Markt de la plaza de Catalunya de Barcelona marca los 26 grados. Uno menos de lo que impone el plan de ahorro en los locales donde los trabajadores no tendrán que desplazarse. La empresa se propone respetar las medidas de ahorro energético, y aunque se nota un poco el cambio de temperatura, “se puede trabajar igualmente”, asegura Borja Cuartero, responsable de atención al cliente de la tienda. Para que el calor no sea insoportable dentro del local, han activado una corriente de aire en todas las puertas, que sale desde arriba hasta abajo. De esta manera, se crea una barrera que evita que, cada vez que se abran y se cierren las puertas automáticas, se escape el frío. El inconveniente es que consume más. Cuartero también explica que a ellos no les ha afectado demasiado la normativa de cerrar el alumbrado de los escaparates a partir de las diez de la noche. “Nosotros ya lo apagábamos en torno a esa hora, lo único que ahora tendremos que ser más estrictos”, agrega.
A Alina Zarekaite, encargada de la librería La Fabulosa en Malasaña, se le pide un esfuerzo más en este sentido. El escaparate de su establecimiento solía estar iluminado hasta las once y media de la noche, pero a partir de mañana se comprometerá a programarlo para que se apague a las diez. “Me parece muy poco lo que se nos está pidiendo. No tenemos planeta B”, señala.
Sin embargo, no todos los comerciantes lo ven de la misma forma. A solo un día de la entrada en vigor del plan, las posturas en el sector son dispares. No faltan empleados que todavía desconocen las disposiciones de eficiencia energética, bien por desinterés o bien porque su encargado no les ha comunicado nuevas directivas. En una cadena internacional de ropa situada en la Gran Vía de Madrid, una de las socias que pide mantener el anonimato se muestra dispuesta a bajar la potencia del aire acondicionado, pero rechaza en absoluto la obligación de cerrar las puertas. “Una tienda con puertas cerradas es una tienda cerrada. No haré eso a mis clientes”, advierte.
La posible incomodidad tanto del público como de los trabajadores sigue siendo el principal motivo por el que algunos comerciantes cuestionan la decisión del Gobierno. En el centro de Barcelona, las calles están a 30 grados y, hasta ahora, los comercios eran el refugio ideal para los más acalorados. “Ahora mismo tenemos el aire a 22 grados y, aun así, se continúan mareando clientes por el calor que hace en los probadores”, explica Vanesa Vázquez, encargada de Stradivarius en el paseo de Gràcia de Barcelona. Ni ella ni sus compañeras quieren imaginarse cuando, a partir de este miércoles, tengan que subir la temperatura del aire a 27. “Veo bien que se quiera cuidar el medio ambiente, nosotros como empresa lo apoyamos. Pero no es la mejor medida, y al final somos los trabajadores los que más vamos a sufrir”, opina Álvaro López, encargado de la tienda Adidas que se encuentra en la misma calle.
El sector hotelero no ha quedado impune del nuevo plan de ahorro energético. Y las reacciones de sus trabajadores también son distintas. “Si hace calor no entrará ningún cliente. Y si hace frío igual. ¿Quién va a pagar el alquiler del local cuando no tengamos ningún cliente?”, denuncia Miguel Cerón, trabajador de un pequeño bar de la Calle de la Diputació de Barcelona, el Tapas 24. En cambio, José Ignacio Méndez, empleado del Rincón del Pez en Madrid, ya acata con entusiasmo todas las medidas. A la hora de la comida, las puertas están abiertas, pero el aire acondicionado no está encendido. “Cuando lo pongo, cierro las puertas y siempre lo mantengo a 25 grados. Por debajo de esta temperatura es malo para la salud”, concluye.
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