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Camareros a la fuga: “Si quieres criar a tus hijos tienes que dejar el sector”

Las precarias condiciones de la hostelería expulsan a muchos trabajadores, que incluso prefieren cobrar menos en otras ocupaciones con más estabilidad

Miquel Ramírez dejó la hostelería por la náutica y ahora asegura tener un mejor trabajo en Torroella de Montgrì.
Miquel Ramírez dejó la hostelería por la náutica y ahora asegura tener un mejor trabajo en Torroella de Montgrì.MASSIMILIANO MINOCRI

Se han bajado del barco. Hartos. Cansados y sin perspectivas de mejora. Tras las quejas del sector de la hostelería por falta de personal, están los camareros, recepcionistas o cocineros que han dicho basta. Con sueldos bajos, horarios imposibles e incumplimientos reiterados del convenio colectivo, una legión de trabajadores del sector ha optado por cambiar de trabajo. Se han refugiado en el comercio, en la jardinería y hasta en la reparación de barcos. La Costa Brava, en Girona, una de las zonas de España que más sufre la falta de trabajadores con vistas al verano que comienza vive como pocos lugares un fenómeno que recuerda a lo que en Estados Unidos se ha apodado como La Gran Dimisión.

“El modelo turístico está agotado”, resume el secretario general de UGT en Girona, Maxi Rica. Este sindicalista considera que “las precarias condiciones abonadas durante décadas por los empresarios han generado una penalización social del sector”. En el caso de Cataluña, el convenio está caducado desde 2019 y las negociaciones para renovarlo apenas avanzan. Los trabajadores del sector de esta comunidad contaban con uno de los mejores del país, apuntan los sindicatos, pero, por lo general, no se cumplía. En muchos casos la pandemia permitió a los camareros ver que había vida, y mejor, fuera de la hostelería.

Sebas Rincón tiene 26 años. A los 16 empezó como jardinero en Begur, en el corazón de la Costa Brava, y por las noches hacía de pinche de cocina. Durante ocho años trabajó como camarero de temporada en bares y restaurantes. En algunos cobraba parte del sueldo en negro. Ahora trabaja en una empresa de jardinería ocho horas de lunes a viernes, y aunque ha perdido unos 1.000 euros de sueldo, “necesitaba estabilidad todo el año”, asegura. Cree que “vale más cobrar menos todo el año, que cobrar más durante siete meses y a ver cómo lo haces el resto. Cuando tienes pareja y no puedes ir a ninguna comida o cena, hay que hacer un replanteamiento vital”, indica.

Miquel Ramírez, de 30 años, trabajó 14 años en hostelería. Hijo, sobrino y nieto de restauradores de Begur, de adolescente empezó a trabajar en la empresa familiar, probó otras ocupaciones y volvió a la hostelería en las vecinas localidades de Pals y Llafranc. También trabajó en Londres, Mánchester o Barcelona. Tenía asumidas las largas jornadas y un día descanso, a pesar de que el convenio del sector establece 40 horas semanales, dos festivos consecutivos con un fin de semana al mes y un sueldo de ayudante de camarero de 1.300 euros. Durante el estado de alarma tuvo que buscarse la vida y acabó en una empresa de control de plagas. El año pasado volvió a la hostelería e hizo de jefe de sala en un restaurante en Platja d’Aro que de noche servía copas. Pero dos hernias discales y el agotamiento le hicieron virar rumbo a lo desconocido. Desde agosto de 2021 trabaja en una náutica de Torroella de Montgrí. “Ahora, aparte de mejor horario, también tengo mejor sueldo, más vida social y puedo quedar para cenar cada día, algo increíble”. Hace turno partido, acaba a las siete. “¡Y sábados y domingos libres!”.

La historia de Jose Navarro, que tiene 35 años y de los 16 a los 29 estuvo haciendo temporada en un hotel de Lloret de Mar, es parecida. “Trabajaba todas las horas del mundo” asegura. Las extras las cobraba en b a 10 euros, pero se casó y se replanteó la vida. Ahora está empleado de mañana en una tienda de ropa, tiene un hijo y otro en camino. “Si tienes hijos en la hostelería no los ves. Si quieres verlos y participar en su crianza y educación tienes que dejar este sector”, afirma. Pone de ejemplo a su padre, cocinero, quien asegura “haber conocido a sus hijos durante la pandemia” y “nunca haber discutido con ellos sobre cuestiones políticas porque no le daba tiempo”. Jose lo tiene claro: “He ganado en disfrutar de la familia, en poder acompañar a mi hijo a las extraescolares y al fútbol el domingo”. Aunque cobra menos al mes, como trabaja todo el año gana más. Sus tardes libres han permitido a su mujer progresar laboralmente.

La pandemia también abrió los ojos al padre de Jose, que decidió “no volver a trabajar 11 horas y disfrutar de la familia” y cambió el restaurante por un hotel. “Ahora disfruta de su nieto. Siempre ha trabajado en este sector y teme dejarlo porque cree que a los 60 años no encontrará nada más”, apunta el hijo.

El problema de Helena, que pide no aparecer con su nombre real, fueron las malas prácticas de las empresas. Esta psicóloga moldava de 33 años llegó a España en 2003 y trabajó de 2017 a 2021 en un hotel de Blanes. Habla catalán, castellano, rumano, francés, ruso y se defiende en inglés. Cobraba 1.156 euros al mes por 40 horas y 160 euros en b por el sexto día trabajado de forma irregular. La contrataron de ayudante pero hacía de recepcionista. Ahora está en una empresa de audífonos y agradece lo que denomina “descanso psicológico”.

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