Los alquileres destierran a los más débiles del centro de las ciudades
El aumento de los arrendamientos dificulta a las familias con menos recursos vivir en el centro de las grandes ciudades y también en sus áreas metropolitanas
En el camino entre el parque y su casa, Stella Velandia, de 43 años, dice que prefiere no dar demasiadas vueltas al dilema que le plantea buscar una nueva vivienda. “A veces lo pienso mucho y solo me repito: ‘¿Por qué yo?”, comenta apesadumbrada. Sentada en un banco de una de las zonas verdes que rodean La Fortuna, esta colombiana que lleva cinco años en España relata cómo llegó a este barrio de Leganés (Madrid) atrapado entre la M-40 y el arroyo de la Canaleja. Un sitio que le trae malos recuerdos, como la dolorosa adaptación de una de sus hijas al nuevo colegio, pero que le ofreció la única oportunidad que parecía viable para su familia —ella, su pareja y tres hijos— cuando buscaban alquiler. De eso hace solo ocho meses y Stella añora Vicálvaro, el distrito de la capital donde vivían antes. Sueña con volver allí, pero sabe que es una quimera: Madrid es territorio vedado para su economía familiar. Su hija de 12 años, al enterarse de que buscaban otra casa porque la actual (650 euros, tres habitaciones) está resultando una carga demasiado pesada, se puso a llorar. “Dice que ya se ha integrado, así que buscamos también en Leganés; pero no depende de mí, estoy a lo que pueda dar”, relata.
Stella no sabe lo que es la gentrificación, aunque es una víctima de ella. Este concepto tomado del inglés (de gentry, lo que en español sería la gente bien) describe los procesos por los que algunos vecinos acaban viéndose desplazados ante la llegada de nuevas clases más pudientes. Estas elevan las rentas del lugar y, en general, el coste de vida. El barrio se vuelve invivible para sus antiguos habitantes. Álvaro Ardura, profesor en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, acaba de presentar una tesis doctoral sobre la materia y conoce todas las definiciones canónicas del fenómeno, pero también es capaz de dar una descripción más prosaica: “Al final la gente rica vive donde quiere y la gente pobre, donde puede”.
Las gentrificaciones no son nuevas, pero el fenómeno “cada vez se extiende más”, según Ardura, quien trata de desmontar algunos mitos. El principal, que esto solo sucede en los barrios de moda del centro. “Nos afecta a todos”, dice el arquitecto, quien alerta de que “el proceso de suburbanización de la pobreza es más intenso de lo que se cree”. Para Ricardo Méndez, geógrafo y profesor honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, la imagen que mejor lo explica es la de una onda. “Estos procesos de encarecimiento, cuando planteamos el problema del alquiler, empiezan en ciertos focos y se van expandiendo”, ejemplifica.
En España no hay ninguna estadística que mida estos movimientos. Aunque hay aproximaciones muy elocuentes a la presión que muchos hogares sienten para alejarse de los grandes núcleos. Según la última Encuesta de presupuestos familiares del INE, relativa a 2020 y publicada el pasado verano, el porcentaje de ingresos que los hogares españoles destinan a vivienda (incluyendo algunos suministros básicos) se disparó hasta el 35,6% en el año de la pandemia. Eso es la media: si se observa por tamaño del municipio de residencia, el mayor esfuerzo se produce en los de más de 100.000 habitantes (37,8%). Y por nivel de ingresos, los hogares más pobres destinan mucho menos dinero a la vivienda que los más ricos (5.649 euros anuales frente a 17.916), pero la carga que les supone es mucho mayor (un 49% del presupuesto, frente a un 32%). Para los que más dificultades tienen, el porcentaje no ha dejado de crecer desde 2010, cuando representaba un 41%.
¿Qué ha impulsado este proceso? Ardura habla de una “financiarización de la vivienda en alquiler”, que se ha convertido en un fenómeno global porque a las dinámicas locales se han unido las internacionales: inversores que buscan rentabilidad en cualquier mercado inmobiliario. Tras la crisis de 2008, “España es un caramelito en ese sentido”, añade el arquitecto. Y la evolución de precios de Idealista, que ofrece datos basados en los anuncios de oferta, parecen darle la razón. Las rentas tocaron fondo en España en octubre de 2013 y, pese al bache de la pandemia, son ahora un 48% superiores. En Madrid o Barcelona, los centros urbanos han experimentado menores subidas —29,5% en el distrito Centro de la capital y 28,5% en la Ciutat Vella de Barcelona— que los barrios de rentas más bajas (38,7% en Vicálvaro y 38,4% en Nou Barris).
Aunque sea sobre cantidades más modestas, estos porcentajes de subida hacen estragos. Andrea Jarabo, responsable de Comunicación e Incidencia de Provivienda, prefiere hablar de “desplazamientos forzosos” que de gentrificación. Las familias con menos recursos, describe, tienen pocas opciones de quedarse si el casero sube mucho el precio. “Algunos alquilan habitaciones, con lo que quedan más desprotegidos porque este tipo de contratos no están regulados por la Ley de Arrendamientos Urbanos”, señala, “y también buscan viviendas en peores condiciones, con lo que ahí entran problemas como la infravivienda o el hacinamiento”.
Consecuencias indeseadas
En definitiva, la opción más común es irse a otro sitio, frecuentemente más lejos. Pero no es una solución óptima, como explica Sergio Nasarre, director de la Cátedra Unesco de Vivienda de la Universitat Rovira i Virgili. “Eso tiene importantes implicaciones en su vida familiar, en pérdida de tiempo y conciliación. Es una situación muy indeseada en general y causada por una falta de planificación del territorio”, critica el experto, para quien “las oportunidades tendrían que generarse en varios ambientes y no lo solo en las grandes ciudades”.
Pero Stella cree que “todos los trabajos están en Madrid” y el siguiente en el que está esperando respuesta, para limpiar un centro de acogida en el norte de la capital, le obligará a pasar más de dos horas al día en metros o autobuses. Su hija mediana lo intentó para no cambiarse del colegio al que iba, pero “llegaba muy cansada para hacer los deberes” y, como ella no podía acompañarla siempre, implicaba pagar más de un abono. En definitiva, no solo la ciudad, sino todo su entorno, se vuelven hostiles. “Hay gente que se va al área metropolitana, pero estamos incluso viendo personas que se desplazan a otra comunidad autónoma”, destaca Jarabo, de Provivienda.
Es el caso de Luz M., de 59 años, que acaba de mudarse a Castellón. Llevaba 13 años viviendo en San Sebastián de los Reyes (Madrid) y pagaba 600 euros. Todo cambió cuando pusieron ascensor en la finca y, ante una renovación de contrato, quisieron subirle el precio. Pasó el verano buscando en la capital y sus alrededores una casa con más de una habitación. Vive sola, pero, cuando le falla el trabajo limpiando casas o cuidando a personas mayores, intenta subarrendar alguna estancia para tener ingresos. Luz explica, contenta, que ha alquilado un piso de tres habitaciones por 500 euros en su nueva ciudad, donde tenía una amiga. “La casa me gusta mucho y el hecho de no estar viviendo en un tugurio no me deprime”, cuenta. Aunque se apena al pensar que se ha alejado de muchos amigos y del que era su barrio. “Yo tenía mi vida allí”, relata al teléfono, “esto es empezar de cero y es muy jodido”.
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