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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La grandeza de la aceituna

Cuando se obstaculiza el libre comercio es cuando se descubre que el grueso de la literatura proteccionista no es protectora, sino conservadora al modo reaccionario

Xavier Vidal-Folch
El buque MSC Vigo en el puerto de Garden City (Estados Unidos), la semana pasada.
El buque MSC Vigo en el puerto de Garden City (Estados Unidos), la semana pasada.Sean Rayford (AFP)

Los polacos ultras aprenden la bondad del liberalismo político en la pizarra de las interferencias, violencias y agresiones de la dictadura bielorrusa. De modo similar, astilla de igual leña, muchos españoles adictos a la funesta idea proteccionista (pagada con dinero de otros) deletrearán las virtudes del libre comercio gracias a la ilegalización de los aranceles trumpistas contra nuestra benemérita aceituna.

O sea: cuando se obstaculiza el libre comercio, se le grava con tasas exteriores abusivas o se le obstaculiza mediante estándares seudotécnicos o seudosanitarios, es cuando se descubre que el grueso de la literatura proteccionista no es protectora, sino conservadora al modo reaccionario.

Excluyamos generosamente de ese infierno intelectual a Dani Rodrik y otros que intentan —a veces, esquemáticos— tolerar un libre comercio basado en la igualdad de oportunidades territoriales y de capacidad de negociación; exento de las imposiciones de una globalización desregulada; y crítico con los costes sociales de la búsqueda de la mano de obra más barata, no importa bajo qué Estatuto del Trabajador.

De los principios neoliberales del Consenso de Washington, casi únicamente se salva el libre comercio, siempre que se someta a reglas y compensaciones.

El mercado agrícola español es en eso paradigmático. Productos como los cítricos, por su calidad y competitividad, no han necesitado durante decenios ninguna protección, al estilo de las pétreas Farm Bill de EE UU. O de la original Política Agrícola Común europea (PAC), por suerte en vías de trocarse en política social/mediambiental en vez de un bonus para arreglar las cuentas de los Windsor y los Alba.

Y a la inversa, las tradicionales protestas por la importación del delicioso tomate magrebí no son exponente de progreso, sino de xenofobia hortofrutícola. O vienen los inmigrantes o vienen sus hortalizas.

El proteccionismo solo puede encontrar justificación temporal en la fase de despegue de una industria o sector, el llamado take off: para fortificar transitoriamente una actividad embrionaria y débil.

O bien para garantizar temporalmente suministros estratégicos esenciales para una sociedad: la PAC se justificó al principio en la necesidad del autobastecimiento nutricional de un continente hambriento tras la Segunda Guerra Mundial.

Y algo parecido sucede ahora con la exigencia, vehiculada por la gran comisaria liberal Margrethe Vestager, de que las políticas industrial y de la competencia europeas sintonicen en la urgencia de garantizar la disponibilidad de semiconductores para la automoción y la electrónica.

Pero de ahí a utilizar esos argumentos como coartadas permanentes, o a ampararse en el discutible dumping social para bloquear importaciones de los países pobres, hay un trecho. La grandeza de la aceituna es que nos ilustra sobre esos huesos.

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