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La brecha entre la política monetaria del BCE y la Reserva Federal lleva al euro a mínimos de más de un año

El abaratamiento de la moneda única es una buena noticia para los exportadores, que ganan competitividad, pero agrava la escalada energética al encarecer la compra de combustibles

Ignacio Fariza
Billetes de euro, dólar, libra esterlina y franco suizo.
Billetes de euro, dólar, libra esterlina y franco suizo.Kacper Pempel (Reuters)

Las tornas han cambiado en tiempo récord. Si en septiembre de 2020 varios miembros del consejo de gobierno del Banco Central Europeo (BCE), entre ellos su economista jefe, el irlandés Philip Lane, y el gobernador del Banco de Francia, François Villeroy de Galhau, veían un riesgo en la subida del euro, poco más de un año después la dinámica es exactamente la contraria: la divergencia, cada vez mayor, en el tono de la política monetaria a ambos del Atlántico ha llevado la moneda única a mínimos de un año y cuatro meses frente al dólar.

Un euro barato —hoy se cambia por 1,13 billetes verdes, frente a los 1,23 de principios de año— tiene implicaciones en prácticamente todos los frentes: es una excelente noticia para los exportadores, que ven como sus productos se abaratan frente a sus competidores de fuera de la eurozona, pero también una mala nueva desde el punto de vista energético, dado que tanto el petróleo como el gas natural cotizan en la divisa estadounidense y su fortalecimiento encarece su compra.

La brecha transatlántica es mayor que nunca antes en los próximos años. Con la inflación al alza en todo el mundo, la Reserva Federal ya ha anunciado que empezará a retirar estímulos este mes mediante la reducción de las compras de deuda extraordinarias que activó en marzo de 2020, cuando la economía se diluía como un azucarillo y la estampida inversora amagaba con afectar incluso al bono estadounidense a 10 años, el activo libre de riesgo por excelencia. También el Banco de Canadá sorprendió hace tres semanas a los inversores al anunciar el final de su programa de compra de deuda y al dejar caer que las subidas en los tipos de interés no están tan lejos como pudiera parecer. Y nadie en el Reino Unido descarta que el Banco de Inglaterra se incline por aumentar el precio del dinero antes de final de año. Unas expectativas que han crecido después de que su gobernador, Andrew Bailey, reconociese su “inquietud” por la escalada de los precios.

Ajeno estos movimientos y a las crecientes presiones de los halcones, el BCE mantiene su propia senda. Consciente de que una subida de los tipos de interés no ayudaría a resolver los dos factores de fondo que están presionando los precios al alza —los cuellos de botella en las cadenas globales de suministro y el encarecimiento de la energía— y de que causaría un terremoto de grandes proporciones en los países que, como España o Italia, necesitan de su muleta para financiarse a bajo coste, el Eurobanco ha profundizado en las últimas semanas en su discurso continuista.

En público, en su última rueda de prensa, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, reconoció que la inflación centra hoy sus análisis. Pero confió también en que los precios se estabilicen a mediados del año que viene. Y, sobre todo, remarcó que los estímulos se mantendrán intactos hasta, como pronto, marzo del año que viene o “hasta que [el Eurobanco] considere que la fase de crisis del coronavirus ha terminado”, y que los tipos de interés no subirán hasta 2023. En privado, voces de peso en el instituto emisor insisten en la idea de que la inflación es transitoria y que, hasta que no se observen efectos de segunda ronda —como una espiral alcista en los salarios: ahí sí, estaríamos hablando de un animal de otra naturaleza—, no será el momento de actuar. Lo contrario, dicen, pondría en peligro una recuperación que aún debe asentarse: “No hay que anticiparse”.

Solo el yen muestra mayores signos de debilidad

Esa divergencia en los mensajes que emanan de Fráncfort y de Washington —y también, en menor medida, de Londres y Ottawa— ha acelerado en las últimas semanas el abaratamiento del euro en sus principales cruces. Frente al billete verde, la moneda única cotiza en mínimos de 16 meses; frente a la libra esterlina, pese a la presión derivada del Brexit, está a un paso de mínimos de un lustro; frente al dólar canadiense registra su nivel más bajo desde principios de 2017; y frente al franco suizo está a solo un 6% de su mínimo histórico. De entre las grandes divisas, únicamente el yen japonés muestra mayores signos de debilidad que la divisa común de los Diecinueve.

El mecanismo es sencillo: la expectativa de tipos de interés más altos en otras zonas monetarias impulsa los flujos de capitales hacia esas geografías en detrimento de la eurozona, y eso abarata el euro. A eso se suma, además, la mayor debilidad de la economía europea, con las últimas proyecciones apuntando a una recuperación más rápida y robusta en la primera potencia mundial. “La enorme caída en el rendimiento de la moneda única tiene que ver con la persistente actitud pesimista del BCE”, escriben los analistas de Deutsche Bank en su última actualización de su cuadro macroeconómico global, en la que ponen el acento en las “decepcionantes” entradas de capitales en la eurozona en los últimos meses. Ese cóctel les hace pensar que en el devenir de la moneda única siguen pesando más los riesgos a la baja que una posible recuperación.

Miel sobre hojuelas para los exportadores

Un euro barato es música para los oídos de los exportadores que tienen la mayoría de sus clientes fuera de la zona euro. Es el caso de muchas empresas alemanas del sector de la automoción y, sobre todo, de los bienes de equipo. Pero también de muchas firmas francesas, italianas o irlandesas que ahora están ante la oportunidad de capitalizar este viento de cola. En el lado opuesto, los países de Europa del Este y Portugal serán las que menos podrán aprovechar la coyuntura, por el alto porcentaje de ventas hacia otros vecinos de la eurozona y el peso relativamente bajo del exterior.

España está en una posición intermedia: algo más de la mitad de las exportaciones tienen destino final en otro país de la eurozona. Los últimos datos, sin embargo, parecen apuntar en esa dirección: las ventas de bienes hacia países de fuera del euro crecen en los últimos meses a un ritmo notablemente más rápido que las intraeurozona, una dinámica en la que el euro barato ya puede estar ayudando. Tres cuartos de lo mismo se puede decir del sector turístico: a pesar de que en lo que va de año más de la mitad de los visitantes que eligen España proceden de otros países de la eurozona, la debilidad de la moneda única hace más atractivo este destino entre los turistas británicos —antes de la pandemia el Reino Unido era el primer emisor—, estadounidenses, rusos o suecos, entre otros.

Mucho peores son las noticias en el flanco energético, donde, además, llueve sobre mojado: los contratos de compra de combustibles suelen estar referenciados en dólares, y cualquier subida hace que se encarezca su coste final. Y dado que prácticamente todos los países de la eurozona dependen de las importaciones de hidrocarburos, sus balanzas comerciales se ven resentidas por el auge del dólar. Aquí, el abaratamiento del euro frente al dólar no podría llegar en peor momento: en plena crisis de precios y con el petróleo y, sobre todo, el gas disparados. Un factor adicional de presión en una coyuntura de por sí desfavorable.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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