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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Lagarde, Frankenstein, Drácula, Jekyll y Hyde

La decisión del BCE sobre la inflación es una derrota de los halcones, pero la auténtica batalla llegará en unos meses, con el rediseño de las políticas expansivas en Fráncfort y el debate sobre las reglas fiscales en Bruselas

Claudi Pérez
BCE
Christine Lagarde, presidenta del BCE.Efe

“La economía es aburrida” es quizá una de las mayores sandeces pronunciadas desde la Antigüedad clásica. El bueno de Nikolái Kondratiev fue fusilado por decir que la economía iba a ciclos largos y cortos, como las faldas. En los años 90, las Brigadas Rojas asesinaron a dos economistas italianos por defender una reforma laboral. Uno de esos parlamentarios serios, bien vestidos y convenientemente calvos que proliferan en Westminster, Vince Cable —un nombre perfecto para convertirlo en personaje de John Le Carré—, reclamó literalmente “que vuelva la guillotina para los banqueros” allá por 2009. Frankenstein, Drácula y Jekyll y Hyde fueron ideados por escritores en bancarrota en tiempos de zozobra del capitalismo, como algún personaje de Rafael Chirbes después de los años de corrupción y burbujas que dieron paso a la Gran Recesión en España. Puede que el título El BCE anuncia que reformulará su objetivo de inflación parezca más aburrido que tocar la batería con el gran Leonard Cohen, pero la realidad es muy otra: la realidad, querido lector, es que eso afecta a su bolsillo muchísimo más que los roscos de Pasapalabra o los penaltis en las semifinales de la Eurocopa, con Morata convertido en el doctor Jekyll y después en míster Hyde en apenas unos minutos.

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Las discusiones sobre política monetaria suelen sonar a teología con un ligero toque cómico. Pero hay que prestar gran atención a esos druidas modernos que son los banqueros centrales: el aura pseudorreligiosa que poseen brota de su capacidad para hacer dinero de la nada, y sin ellos la Gran Recesión habría sido todavía más dura, y el Gran Confinamiento aún más oscuro. El BCE aprobó este jueves un cambio constitucional: se acabó el mandato actual, por el que la inflación debe ser “inferior pero cercana al 2%”, y ahora el Eurobanco se da, por fin, un mandato simétrico. Traducción bíblica: el objetivo es el 2% y hay que actuar tanto cuando los índices de precios están más arriba como cuando están por debajo de ese listón. Los miedos alemanes a la inflación explican el claro sesgo de Fráncfort durante años, mucho más preocupado si el IPC crecía más de la cuenta. Eso, en teoría, se acabó.

Christine Lagarde dijo un par de cosas fundamentales tras la reunión del consejo de gobierno. Uno: cuando los tipos de interés están en la zona del 0% y la inflación es persistentemente baja (algo que ocurre en Europa desde hace más de 10 años) no hay que precipitarse y hacer políticas restrictivas ipso facto si la inflación rebasa el sacrosanto 2%. Y dos: en caso de duda, el consejo del BCE se autoconcede margen para hacer lo que buenamente quiera, con lo que sigue adentrándose en territorio político; ojo con eso. En definitiva, el BCE no va tan lejos como la Reserva Federal de EE UU: los norteamericanos, más pragmáticos, están buscando activamente un periodo de recalentamiento inflacionario después de años de congelación del nivel de precios, y el BCE apunta con timidez que apenas tolerará esa mayor inflación si llega. Los halcones impiden ir más lejos.

¿Qué diantres significa todo eso para España? Mucho. Se avecina un periodo de inflación alta, en parte por la subida de los precios de la energía, y en parte por un posible recalentamiento de la economía, más aún tras años de políticas monetarias ultraexpansivas. Si el BCE se guiara por los miedos alemanes ya estaría retirando las políticas de compras de activos y subiendo los tipos de interés: eso sería letal para una economía como la española, sobreendeudada hasta las cejas, y en general para la eurozona. Viene más inflación, sí, pero los bancos centrales han demostrado durante 25 años que saben controlar ese monstruo, y un poco de inflación (unos años, digamos, al 3%) permitiría diluir las ratios de endeudamiento. Pero la guerra no está ganada. En unos meses, a lo largo del primer semestre de 2022, vendrá uno de esos momentos verdaderamente delicados en los que la historia bascula y deja algún cadáver sobre el escenario: el BCE tiene que redefinir su política de adquisición de activos y tipos de interés, y Bruselas debatirá si hay que cambiar o no las reglas fiscales, que como todo el mundo sabe son procíclicas, una palabra fina para no decir idiotas. Los halcones, que este jueves cedieron una derrota por la mínima, llevan tiempo afilando sus garras en la oscuridad ante la trascendencia de esas dos decisiones. Y esa será la auténtica batalla: en Fráncfort, Lagarde ha sabido convertir por ahora a su consejo de gobierno en el doctor Jekyll, en el Morata goleador de la segunda parte. Pero míster Hyde sigue al acecho: habría que evitar dejarle tirar el penalti.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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