Kondratieff murió en Siberia
El mercado exige una distribución más democrática del dinero disponible; la vindicación de las operaciones a plazo y de las compras y ventas a crédito es una especie de voz subterránea que recorre las arterias de la inversión. Todos esperan el gran rebote alcista para exigir a grito pelado las alegrías prestatarias que tanto llanto costaron el lunes funesto en otoño del 87. El dinero pierde la memoria al contacto con la magia de la renta variable. Sus tenedores esperan; aguardan en la trinchera con un teléfono cerca o en los cuarteles generales de la inversión, entre elegantes visillos de tul, sentados frente a confortables escritorios de caoba. Se preguntan sólo cuánto durará todavía el corto paréntesis. La explosión asegurada por los indicadores macroeconómicos ha de permitir a los más afortunados amasar fortunas abriéndose paso a sablazos entre los zarzales del riesgo. Se trata, dicen, de un remanso; un ciclo corto tras el que se presume la materialización de los sueños de Midas. Las materias primas, los intereses, los salarios, el comercio exterior, la producción de carbón, el petróleo, el ahorro, lo indican, aunque hace muchos años Nikolái Kondratieff lo entendiera justo al revés. Fue en el 26; nadie se acuerda y Kondratieff murió en Siberia.
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