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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Japón, entre la recesión y el estancamiento

Abe no parece haber encontrado la receta contra la combinación de estancamiento económico e inflación cuasi nula

Raymond Torres
El primer ministro de Japón, Shinzo Abe, leyendo un discurso en el parlamento
El primer ministro de Japón, Shinzo Abe, leyendo un discurso en el parlamentoAFP

La recaída de la economía japonesa en el cierre del año pasado y la contracción de la actividad que se espera a raíz de la crisis del coronavirus, amenazan con devolver al país el espectro del declive estructural, tras un breve periodo de leve crecimiento.

La recesión que se cierne inexorablemente sobre su economía se debe a factores especiales, como el recorte del consumo como consecuencia del fuerte incremento del IVA que entró en vigor en octubre —una decisión que retrospectivamente aparece como errónea y que fue motivada por la voluntad de equilibrar las cuentas públicas— en un país con una deuda que roza 2,4 veces el tamaño de la economía. También contribuyen la fuerte reducción de la llegada de turistas y la parálisis de la exportación de suministros desde China, vital para su industria.

Se espera que la actividad recupere algo de oxígeno tras una hipotética remisión de la epidemia y con los Juegos Olímpicos que se celebrarán en Tokio el próximo verano.

Sin embargo, el modelo nipón arrastra debilidades más profundas que anestesian la economía desde inicios de los noventa de manera casi ininterrumpida. Y es que el primer ministro Abe no parece haber encontrado la receta contra el síndrome de la japonización, una combinación de estancamiento económico y de inflación cuasi nula que no parece reaccionar a la administración de potentes estímulos monetarios.

El declive demográfico lastra el principal motor de la economía, que es el consumo. Desde principios de siglo, la población japonesa se ha reducido en medio millón, mientras que en la UE crecía en 25 millones, 47 en EE UU y cerca de 200 en China. Ante la escasez de mano de obra, la tasa de paro, en torno al 2,2%, es una de las más bajas del mundo. No obstante, las mujeres, especialmente aquellas con hijos, se enfrentan a dificultades para acceder a un empleo regular, es decir, estable y con perspectivas de evolución profesional en consonancia con su cualificación. Cerca del 40% de asalariados, la mayoría mujeres, tienen un empleo no-regular, algo que no cambiará sin una reforma laboral.

El estancamiento también se debe a que los hogares y las empresas prefieren ahorrar y acumular excedentes, algo que tiende a deprimir la demanda. El Gobierno ha intentado suplir a esa falta de gasto privado con mayor protagonismo de la política fiscal, con pocos resultados hasta la fecha.

Además, ante la anemia de la demanda interna, Japón había apostado por el comercio internacional. Con cierto éxito durante los años de expansión de la mundialización, a juzgar por la acumulación de abultados excedentes externos (en los últimos 40 años Japón solo ha conocido un déficit). Pero con la multiplicación de tensiones proteccionistas y la desaceleración del mercado chino, el motor externo se ha averiado.

Para afrontar estos riesgos, Japón dispone de empresas competitivas, un nivel tecnológico y educativo avanzado y una sociedad cohesionada. Si pusiera en valor esas ventajas, nos podría sorprender.

Raymond Torres es director de Coyuntura y Análisis Internacional de Funcas. Este artículo ha sido elaborado por Agenda Pública para EL PAÍS

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