Pablo Álvarez: “Si no hay una sucesión clara podríamos vender Vega Sicilia”
El consejero delegado de Tempos Vega Sicilia dirige desde 1986 la principal marca de lujo en España. “En este negocio se puede ganar mucho dinero si se tiene la suficiente paciencia”, asegura
“Esta cosecha es muy buena, en cantidad y en calidad… es lo único bueno que recordaremos de este año”. Una niebla ligera cubre los viñedos de Vega Sicilia en Valbuena del Duero (Valladolid). Pablo Álvarez Mezquiriz (Bilbao, 1954), propietario junto a sus hermanos de la bodega más exclusiva del país y consejero delegado de Tempos Vega Sicilia, cuenta que sus fincas, con 650 hectáreas de viñas, fueron una tabla de salvación durante el confinamiento. “Seguí viniendo a trabajar y daba paseos por aquí”.
El pasado martes estaban vendimiando una parcela de viña joven que venden a terceros porque no da el nivel de calidad para sus vinos. “Lo nuestro se acabó el jueves 1 de octubre”. Y después, a esperar: “La cosecha 2020 de Único saldrá a la venta en 2030 y el 2020 del Valbuena en 2025”.
Calcula que este año habrán utilizado unas 36.000 mascarillas para el personal en todo el grupo, un holding familiar compuesto también por Bodegas Alión, Pintia en Toro, Bodegas Tokaj Oremus en Hungría, la finca agrícola El Quexigal y las empresas asociadas Benjamín de Rothschild (con la que elaboran en La Rioja su vino Macán) y Europvin (20%). Juntas facturaron el año pasado 56,8 millones de euros con un resultado neto envidiable: 31,2 millones. En los últimos años los márgenes han variado en función de las cosechas, pero la facturación ha sido similar. En 2018 fueron 53,6 millones (27,7 de beneficios) y un año antes, 52,3 millones (con 19,3 de resultado neto).
En este ejercicio tan extraño esperan resultados aceptables apoyados en la fortaleza del mercado del lujo. “En el último cálculo que hicimos pensamos que podemos dejar de vender un 10% de todas las botellas que producimos”. Ese porcentaje está concentrado en los vinos de Tokaj, que evolucionan con altibajos —nada nuevo desde que compraron las bodegas en Hungría en 1994—. Por el contrario, esperan que todos sus tintos se agoten. “Nos hemos ido defendiendo, vemos que las tiendas siguen comprando y las diferencias que ha habido en el mercado internacional [frente al nacional] las estamos recolocando”. Una recuperación que sienten en la misma dirección que los contagios, de oriente a occidente. “China en concreto ha pedido más vino del que teníamos adjudicado. Europa está muy estable. América está sufriendo, fue la última que entró en el proceso [del coronavirus]. EE UU, México y Brasil son los tres países que han reducido los pedidos”.
En España, su principal mercado comprador, están de suerte porque el canal Horeca (de hoteles, restaurantes y cafeterías) apenas pesa un 10% en el total. Aún así ese porcentaje tiene detrás muchas botellas que se dejarán de adquirir, más de 100.000 dado que, según la añada, elaboran entre 1,1 y 1,5 millones de unidades de todas sus marcas. Lo que no adquiera el canal Horeca lo distribuirán entre particulares con sus famosos cupos.
Aunque la cantidad que produce el grupo vinícola no es despreciable, Álvarez insiste en que su producción es limitada. “En 150 años los propietarios siempre han respetado la filosofía de Vega Sicilia. Nadie ha querido explotar la marca para vender millones de botellas. Vega Sicilia ha seguido con este principio y lo ha hecho bien durante muchísimos años y por eso somos la bodega más reconocida del mundo entre las españolas. Eso lo podrían haber hecho otras, pero cambiaron su filosofía de trabajo para vender más. Me parece muy respetable, pero son mundos diferentes”.
Ya en la nave de elaboración, los últimos racimos de cabernet sauvignon se despalillan y pasan a la mesa de selección donde se comprueba su estado casi grano a grano, alimentando la leyenda del vino exclusivo con el que han construido una gran marca sin invertir un céntimo en publicidad. “Una bodega de estas puede llegar a ganar mucho dinero con paciencia, a medio y largo plazo”, reflexiona Álvarez, un hombre corpulento que contesta amablemente a cualquier pregunta, incluidas las obligadas sobre la familia, que se rompió en 2009 tras una guerra societaria que aún dará algún que otro coletazo y que dividió en dos bandos a los siete hermanos. “En las familias siempre hay lío. Yo siempre digo que lo peor de las empresas familiares es la familia”, dice, e inmediatamente corrige: “Lo más problemático, no lo peor”. Pese a que los caminos del legado familiar de David Álvarez, su padre ya fallecido, van ya cada uno con su rumbo (Eulen, controlada por su hermana María José, y las bodegas en manos del núcleo duro del resto de hermanos), hay heridas que escuecen. “Eulen nunca nos ha ayudado financieramente… jamás. Creo que algunos años ganamos más que Eulen [que factura casi 1.600 millones y tiene 85.000 empleados frente a los 90 empleos de las bodegas]. Eulen no nos ha ayudado porque no ha sido necesario, nunca lo ha hecho”.
Aparcada esa batalla, en Vega Sicilia todavía quedan otras por librar. Más pronto que tarde tendrán que tomar medidas sobre la sucesión y sobre ese delicado equilibrio entre la gestión, las ganas de ver crecer los dividendos y el respeto por el legado de los vinos hechos sin prisas. “Siempre he dicho que a los 70 años [ahora tiene 65] no voy a dar la mejor uva”. Ceder el testigo siempre es difícil, pero aún más para alguien que lleva trabajando en el mismo negocio desde 1986, cuatro años después de que su padre adquiriese una bodega que solo exportaba a tres países (hoy son 115) y que puso enteramente en sus manos.
Los siete accionistas tienen por debajo una generación de 15 descendientes. Ahora trabajan en un protocolo de sucesión. Si no hay un relevo claro, ¿una venta podría ser la salida? “Sí, ¿por qué no?”, contesta casi sin pensar, y recalca que, de seguir la saga, los miembros del clan que quieran quedarse tendrán que merecerlo. “No por ser miembros de la familia van a trabajar en la bodega”.
Durante los últimos años varios inversores se han acercado a sondear la compra de la empresa. Sin embargo, valorar un grupo tan exclusivo como sus vinos no es fácil. “Nunca hemos llegado a hablar de precio con nadie que haya venido. Es indudable que el precio de Vega Sicilia es muy alto. Está considerada entre las grandes del mundo. Si aplicáramos los precios de Francia esto vale varias fortunas, pero seguimos siendo españoles, no franceses”.
Mientras la continuidad se decide, los proyectos avanzan. Como se niegan a elevar la producción para mantener la calidad, su única manera de crecer es creando o comprando nuevas bodegas. “Siempre tenemos ideas, pero hasta que no están terminadas…”. Negocios que tardan tanto en madurar como el buen vino. “Lo que buscamos primero es la viña. Creemos que es la base de la calidad”. Estudian operaciones para crecer tanto en España como en el exterior. Por sus palabras, parece que Álvarez ha tirado la toalla en Jerez, donde hace 15 años intentó comprar una bodega pequeña sin éxito. Una región que admira aunque “quizá haya perdido un poco del prestigio que tuvo”. Admite que su alianza con Rothschild todavía no da beneficios. “A principios de 2000 nos preguntaron si podíamos hacer algo juntos. Nosotros estábamos pensando en ir a La Rioja y les pareció bien. La experiencia es que necesitamos siete años de ventas para llegar a ganar dinero con una bodega. El que quiera hacerlo antes… ojalá tenga suerte pero no es fácil. Prestigiar un vino… vender un vino es complicado”. Sobre todo si se distribuye a un precio muy alto. “En el tema de los precios hay mucho lío. No es lo mismo hacer 120.000 botellas que 800”. ¿Cuánto hay que pagar por él? “Lo que el consumidor esté dispuesto”, zanja.
Valor y precio, ese dúo que Vega Sicilia sabe exprimir al máximo guardándose de no pasar de moda en un mundo en que, como admite Álvarez, hay mucha literatura. “Los bodegueros hablan mucho y se dicen pocas verdades”. Su empresa mantiene inalterable su curioso sistema de cupos, consistente en distribuir la producción anual entre una lista de 3.500 elegidos. Un 20% de ellos son tiendas, tanto grandes como pequeñas, pero todos los miembros de la lista, desde El Corte Inglés a la Casa Real o una modesta vinoteca, adquieren las botellas al mismo precio. El Único de 2010 ha salido al mercado este año por 185 euros; el Valbuena a 67 euros y el Alión, a 66. Una magnum de Único Reserva Especial cuesta de partida 590 euros. A partir de ahí, la cotización se puede multiplicar, en especial cuando vuela fuera de España o cuando se descorcha en un restaurante.
En 2018, por ejemplo, clientes e importadores adquirieron todas las botellas disponibles de Único y Valbuena: más de 470.000 unidades. En la memoria de las cuentas, el grupo ya avanzaba que en años sucesivos iría reduciendo el vino disponible por el efecto de las cosechas y así fue: de esos mismos vinos solo hubo 314.098 unidades un año después. Su departamento comercial es flexible con los clientes, pero la regla está en que quien no compra nada durante dos años desaparece de la lista. Una política que Álvarez defiende como la única que les funciona.
El mercado exterior
Fuera del país se apoyan en distribuidores a los que Álvarez intenta visitar a menudo (antes del coronavirus viajaba durante más de 150 días al año). En eso critica la falta de reflejos de los productores españoles a los que, por una parte, admira —"hay muchos buenos vinos en este país"—, al tiempo que lamenta que no trabajen más el mercado internacional. “Lo mismo pasa con el aceite. España es el primer productor del mundo y hay gente fuera que piensa que es un producto italiano. Si no te conocen nadie te compra”.
Aunque lo parece, el camino de Vega Sicilia no ha sido fácil. Su filosofía, más parecida a la de un chateaux francés, tardó en comprenderse en el país del vino a granel. Ha tenido varios enólogos —el actual, Gonzalo Iturriaga, procedente de Habla—, un puesto sobre el que recae una gran presión, desde fuera y desde dentro. Pablo Álvarez considera que en el gremio de la enología crecen las estrellas: “Hay más que en el cielo”, bromea. “Los hay buenos, son gente que trabaja, sabe, trata de respetar lo que cada año la naturaleza nos está dando. Pero no son dioses”.
En los últimos años el gremio de los enólogos en general —"directores técnicos", los denomina Álvarez— tienen que lidiar con el cambio climático. Aunque el jefe de Vega Sicilia, al menos, no parezca preocupado por el asunto. “Yo no veo una gran problemática. Ahí hay dos cosas: que estemos contaminando, eso es un tema que depende solo de nosotros y se puede corregir, y el cambio climático natural. En el clima hay ciclos, si pudiéramos analizar los 4.500 millones de años en la Tierra… se han pasado ciclos climáticos diferentes… Es verdad que hay décadas más calurosas, pero eso no quiere decir que el hecho de que la temperatura suba ya no haya nadie que lo pare”.
Su escepticismo no impide que en Vega Sicilia trabajen con técnicas medioambientalmente menos agresivas. Ninguna de sus parcelas está certificada en agricultura ecológica, algo que en Francia, por ejemplo, está cada vez más extendido, pero en 1984 eliminaron los herbicidas. Dos años después comenzaron a controlar la botritys de forma natural y en 2003 eliminaron los insecticidas químicos. Trabajan con el Instituto de la Viña y El Vino de la Universidad de León y tienen una patente propia a base de extractos naturales como medio de protección frente a los hongos de la madera. “La base está en la tierra, no le demos más vueltas”. También en las barricas. El grupo es uno de los poquísimos de España con tonelería propia. Un plus de exclusividad que también tienen sus corchos, testados antes de su utilización por dos grupos diferentes para minimizar el riesgo de degradación.
Y como bodega que se precie, albergan una importante colección de obras de arte que suma una pieza cada año bajo un único criterio: pintura contemporánea española. Más de cinco millones de euros se han gastado ya en lienzos. Viñas, maquinaria, arte... incluso un palacete y un jardín japonés en pleno campo vallisoletano. Sumados todos sus activos alcanzan los 160 millones de euros en libros. Un negocio que para cualquier banquero es poco comprensible, por la enorme cantidad de inmovilizado que reposa en sus naves. Para él es una parte clave de su vida. “No sé lo que he podido aportar a este mundo. Lo que hago es respetar lo que he visto y he aprendido”. Para Álvarez un gran vino “debe ser elegante, complejo, que te haga sentir algo”. Hasta ahora, las botellas de Vega Sicilia llevan la firma de su hermana, presidenta no ejecutiva. Si la sucesión va bien y logra dar un paso a un lado, este hombre tranquilo y discreto tiene un sueño: ver su rúbrica algún día en la etiqueta.
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