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Los negocios históricos se tambalean por la pandemia

El coronavirus amenaza la viabilidad de las empresas, incluso de los comercios más emblemáticos de las ciudades

Una empleada corta jamón en la charcutería Casa Bartolomé, fundada en Madrid en 1837.
Una empleada corta jamón en la charcutería Casa Bartolomé, fundada en Madrid en 1837.VICTOR SAINZ

El centro de las ciudades muestra un aspecto poco halagüeño para sus negocios. El coronavirus ha asestado un golpe que ha dejado a muchos comercios casi sin clientes y en la cuerda floja. Tampoco se libran de la quema buena parte de los establecimientos históricos que ocupan desde hace décadas un lugar privilegiado. La pandemia los dejó a cero durante meses, el verano no ha dado tregua y el otoño amenaza con llevarse por delante algunos de estos negocios que resisten el paso de los años.

Se acumulan los cierres y persianas bajadas de forma definitiva. Y vienen más turbulencias. Un 62% de las empresas creen que la facturación no se recuperará, al menos, hasta 2022, según un estudio de KPMG y la CEOE. En el caso del comercio, la previsión es que cierren tres de cada diez establecimientos en 2020, según la Confederación Española de Comercio. En la hostelería también pintan bastos. Hostelería de España, Fiab y Aecoc cifran en 65.000 negocios los que cerrarán este año, aunque la cifra puede ascender a 85.000 si empeora la situación sanitaria. Y la facturación del sector caerá este año a la mitad. EL PAÍS ha visitado algunos de los negocios emblemáticos de las principales ciudades de España que se tambalean por la pandemia.

MADRID

Volver a reinventarse

Kiko y Pilar Bartolomé, propietarios de la charcutería Casa Bartolomé, en Madrid, este viernes.
Kiko y Pilar Bartolomé, propietarios de la charcutería Casa Bartolomé, en Madrid, este viernes.VICTOR SAINZ

Entre los negocios centenarios de Madrid está la charcutería Casa Bartolomé, junto a la plaza Mayor en la calle de la Sal, sirviendo carnes desde (al menos) 1837. “Las primeras licencias se dieron en 1898. Y en la nuestra decía que llevaba allí más de 60 años”, cuenta Kiko Bartolomé con el mismo orgullo que dice que es la más antigua de la ciudad. El negocio familiar, fundado por su abuelo Aniceto Bartolomé, ha pasado crisis económicas y guerras, pero dicen que no existe parangón con la pandemia. “Lo de ahora es incomparable”, cuenta su hermana Pilar Bartolomé. A lo que Kiko añade: “La situación es insostenible. Hay días que no se llega ni a 20 euros de caja. El centro está muerto y si tienes que pagar un alquiler es imposible”.

Esa fue la otra gran batalla que dejó tocado al negocio familiar: la lucha por mantener la renta antigua que perdieron en el Tribunal Supremo. “Pasamos a pagar 10 veces más. Nos reunimos y decidimos intentarlo. Veíamos que era posible mantener el local, pero esto ha sido la puntilla”, reconoce. Tienen todo en contra por la falta de turistas, el cliente principal de la zona desde hace décadas. El golpe ha sido muy fuerte y las perspectivas son negras. Y eso les lleva a sacar la bandera blanca, pese a ser unos emprendedores natos. De hecho, de tener solo la tienda de carnes, que evolucionó según cambiaba la demanda, se lanzaron al mundo de los souvenirs. Probaron con un local hace 23 años y contaban con 38 tiendas antes de la covid, en la capital y otras ciudades de España. Sin embargo, la pandemia ha provocado ya el cierre de 14 de ellas. “Y los que vendrán”, dicen.

La situación es muy delicada, con unos costes enormes en alquiler y sin ingresos (solo tienen un local en propiedad, junto a la charcutería, donde cuentan con Alpargatus). En estos meses se han tenido que endeudar e incluso vender alguna propiedad para ganar liquidez. “Nos han bajado los alquileres, pero seguimos perdiendo dinero. Tendremos que volver a renegociar para tratar de aguantar o entregar más locales, incluida la charcutería”, reconoce Bartolomé con lágrimas en los ojos. Su hermana sale en su ayuda, con la voz entrecortada. “Emocionalmente es muy duro. Por la carnicería, que yo todavía la llamo así, hemos pasado toda la familia”. Kiko vuelve, tras coger un poco de aire: “Estoy destrozado porque la charcutería ha sido mi vida”.

El vínculo con el negocio es tan grande que no existen palabras que lo pueda explicar. Pero la situación es dramática y le quedan pocas opciones de poder mantenerlo. Pese a todo, los hermanos insisten: “Nos volveremos a levantar. No sabemos cómo ni en qué sector, pero lo haremos. En su día pasamos de los toros de verdad a los de plástico y tendremos que seguir evolucionando”, zanja Kiko.

BARCELONA

Adiós a tres generaciones de libreros

Un hombre pasa por delante de la librería Àngel Batlle cerrada, este jueves en Barcelona.
Un hombre pasa por delante de la librería Àngel Batlle cerrada, este jueves en Barcelona.Albert Garcia (EL PAÍS)

Hace algo más de un año ya estuvo a punto de cerrar, pero consiguió un alquiler en el local contiguo al negocio y decidió aguantar un poco más. Pero la crisis del coronavirus ha sido la puntilla. Àngel Batlle cerró el 20 de mayo la librería de segunda mano y libros antiguos que fundó su abuelo en 1932 en la calle de la Palla, muy cerca de la catedral de Barcelona. Durante 87 años estuvo en el número 23, con sus escaparates de cristal y madera pintada de rojo, el mismo color del letrero. Y el último año, en el número 25.

“Tal y como está la cosa, mejor dejarlo y comenzar una nueva vida”, dice Àngel Batlle nieto por teléfono. “Eran muchos gastos, se me comían vivo por mucho que vendiera por Internet. Ya llevaba tiempo pensando en cerrar. Pensaba llegar hasta Sant Jordi, la fiesta del libro…, y luego que si mamparas, guantes y mascarillas”, lamenta. Y la ciudad, encerrada desde marzo, se quedó además sin Sant Jordi.

Batlle era uno de los comercios de la ciudad incluidos en la Ruta de los Establecimientos Emblemáticos. Está en la zona cero de la gentrificación, el barrio que más vecinos ha perdido, el Gòtic. El cierre del comercio de proximidad ha sido dramático para los vecinos que quedan, que estos días han recuperado los paseos tranquilos por su barrio, pero sufren por los estragos del parón turístico.

“No tengo ni idea de cuántos libros teníamos, sé que en Internet ofrecíamos 5.000. Miré los trasteros que anuncian, que dicen que cuestan poco, pero son carísimos. Y en casa no tengo espacio. Al final, vino un anticuario y se lo llevó todo”, dice el dueño, que era único empleado del negocio. Asegura que está tranquilo, pero dispara: “Ya no hay barberos, ni ebanistas, ni tiendas de bombillas o de juguetes. Y luego la gente dice que le da pena, pero tampoco te compraban”. Pese a todo, se queda con los buenos tiempos. Aquellos cuando la clientela pasaba de padres a hijos: “Venían los padres con sus chavales, se aficionaban y se convertían en clientes”.

SEVILLA

“No puedo tirar la toalla”

Fachada de la confitería Ochoa, en el centro de Sevilla, este jueves todavía cerrada.
Fachada de la confitería Ochoa, en el centro de Sevilla, este jueves todavía cerrada.PACO PUENTES (EL PAÍS)

Los tres meses de confinamiento en plena primavera —la época de mayor trasiego y bullicio en Sevilla— unidos a una desescalada que ha coincidido con los meses de verano —la temporada baja por excelencia en la capital andaluza— han vaciado de turistas el centro de la ciudad provocando una sangría en sus comercios y locales de hostelería imposible de contener por los residentes. El resultado: una sucesión de persianas bajadas, escaparates vacíos y de establecimientos con el cartel de se vende, se alquila o se traspasa en sus puertas que evidencia las dificultades de los negocios sevillanos para sobrevivir a la covid.

Una de esas persianas bajadas es la de la confitería Ochoa, un emblema de la calle Sierpes —una de las arterias comerciales del centro de Sevilla— que ha hecho de sus tartas de mantequilla o sus bollos de leche una tradición desde 1910. Con el cerrojo echado desde el 13 de marzo, generó preocupación entre sus clientes cuando vieron que a comienzos de septiembre sus puertas seguían cerradas. Alejandra Ochoa, la cuarta generación familiar al frente del negocio, lo adecenta estos días para reabrir a mediados de este mes.

En este tiempo no se han planteado retomar la actividad porque no les compensaba económicamente. Pero ya es el momento, aunque la reapertura será paulatina. “La gente va a venir a por la tarta y no a merendar, iremos viendo poco a poco”, explica Ochoa. Estos meses de parón han sido duros. Macarena Giménez, su madre, no quiere ni calcular las pérdidas. Durante el confinamiento han solicitado créditos ICO y gracias a los expedientes de regulación temporal de empleo, ERTE, —tenían 18 trabajadores fijos— han podido capear la tormenta. “No espero obtener ningún beneficio hasta pasado un año”, aventura Giménez.

Buena parte de las pérdidas que se resiste a medir provienen de la falta de ingresos por la suspensión de la Semana Santa. Un agujero del que también se resiente la cadena Juan Foronda, otro negocio tradicional en la misma calle Sierpes especializado en mantones y mantillas y que fundó en 1923 el abuelo de José Luis Foronda, su actual gestor. “El estado de alarma nos cogió en la peor época porque vivimos de la Semana Santa y de la Feria”, explica. Eso y la falta de turistas han mermado sus ventas en estos meses entre un 65% y 70%. Una caída que se ha compensado, aunque débilmente, por la venta online que supone un 20% de sus ingresos. En su web hay tutoriales para colocarse el mantón, muy apreciados por los clientes japoneses y americanos. La crisis le ha obligado a cerrar cinco de los siete establecimientos que tiene en Sevilla y a mantener en el ERTE a 16 empleados de una plantilla de 24. Solo le queda confiar en recuperarse la próxima primavera.

Tanto Ochoa como Foronda prefieren mantener la cabeza fría ante el futuro, pero el peso de liderar unos negocios centenarios les obliga a redoblar su lucha. Y pese al goteo de cierres en el centro, no se les ha pasado por la cabeza que puedan seguir el mismo destino. “Hay empleados más mayores que yo. Si ellos no se han rendido, yo no puedo tirar la toalla”, asegura Ochoa.

VALENCIA

Trajes colgados esperando las Fallas

Las hermanas Eva (sentada) y Marietta Gómez Asins, propietarias de Les Barraques, en la tienda en Valencia este viernes.
Las hermanas Eva (sentada) y Marietta Gómez Asins, propietarias de Les Barraques, en la tienda en Valencia este viernes. Monica Torres

“Es horrible, estamos desesperadas. No tenemos nada, ni un traje para confeccionar, cuando nosotras hemos cosido hasta 500. Solo pagar, pagar y pagar”, reconoce con toda crudeza Eva Gómez Asins, propietaria junto a su hermana Marietta de Les Barraques, un conocido comercio en pleno centro histórico de Valencia dedicado a la indumentaria para las Fallas. Tejidos de seda, bordados, encajes, lentejuelas, aguja e hilo han sido durante más de 30 años las armas de un negocio que fundó en la década de los setenta la madre de ambas, Carmen Asins, dos veces premiada por su labor de artesanía y ya jubilada. En sus expositores hay género para todos los bolsillos: desde los 200 euros que cuestan los 12 metros de tela para confeccionar un traje de fallera hasta los 30.000. Este año, la pandemia ha fulminado todas sus previsiones.

La declaración del estado de alarma a mediados de marzo, con la fiesta grande a las puertas, dejó colgados en un almacén alquilado [anexo a su tienda, por la que pagan una hipoteca], decenas de trajes acabados o a falta de los últimos ajustes. Medio año después siguen allí. “Nos quedan más de 20 vestidos sin recoger y eso es mucho dinero”, reconocen las Asins, como se las conoce en el gremio. Han cortado por lo sano con todo tipo de gastos, personales y empresariales, para aguantar con el local abierto pero la incertidumbre sigue ahí. “Todavía no sabemos si habrá Fallas o no. Nadie sabe lo que va a ocurrir, no tenemos una bola de cristal. No hay ningún tipo de evento, ni fiesta ni prácticamente bodas. Nosotras cortar y coser sabemos, pero la situación es límite”, añaden. Llevan desde marzo con apenas ingresos, y sus cuatro empleadas están en ERTE. A mediodía del viernes, 13 de marzo, les dijeron que se marchasen a casa y cerraron el local. “Nadie quería venir a probarse ni a recoger los vestidos”, recuerda Eva.

Esta tienda, como otras de la asociación de pequeños comercios Confecomerç, es el primer eslabón de un negocio mucho más amplio, que abarca a las fábricas de tejidos y a las de complementos. “Somos muchos comercios y oficios los que estamos sufriendo”, añade Eva. Marietta está más centrada en el taller de confección y se ha devanado los sesos para vender género, por ejemplo a una diseñadora italiana de joyas. “Estaba convencida de que 2020 iba a ser nuestro año y mira cómo estamos”, se lamenta Marietta. “Si hay vacuna y puede haber actos falleros en 2021, aunque sean muy controlados, podremos vivir de los arreglos y alguna otra cosa y seguir arrastrándonos”. Se han planteado la posibilidad de cerrar, de quitarse el pago de hipoteca, autónomos, alquileres o la luz, pero se resisten por el momento. “Este negocio es nuestra vida”.

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