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La Reserva Federal instaura una larga era de tipos cero

El anuncio de Powell de que tolerará una inflación más alta supone un profundo cambio con el que la Fed trata de ampliar su margen de política monetaria para animar el crecimiento y el empleo

El presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell.
El presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell.Reuters
Ignacio Fariza

Difícilmente podría ser más extraño todo lo que rodea este 2020 la muy esperada cita de Jackson Hole: reuniones 100% telemáticas seguidas a través de Youtube, una agenda recortada y un mar de interrogantes económicos. Pero la gran cumbre anual de los bancos centrales, en las montañas de Wyoming, nunca decepciona: nada de discursos acartonados, sino un potente cañonazo por parte del jefe de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell. Ante la atonía del crecimiento a largo plazo y la constatación de que la correlación entre bajos niveles de paro y aumento de los precios se ha roto, el presidente de la Fed anunció una flexibilización del objetivo de inflación que mueve los cimientos de un banco central centenario.

Las expectativas eran altas y Powell no defraudó en la primera cita virtual desde la primera de estas míticas jornadas económicas, casi cuatro décadas atrás: la inflación, dijo, podrá permanecer por encima del 2% (el objetivo explícito de la Fed) “durante algún tiempo”. Sus palabras, de las que se desprende un énfasis renovado por el empleo —la segunda pata del doble mandato del banco central estadounidense—, otorgan aún más margen de acción al banco central estadounidense y, sobre todo, consagran una larga era de dinero barato. No así de tipos de interés negativos, una vía que han explorado otros países, pero que el guardián de la política monetaria de la primera potencia mundial ha descartado taxativamente en numerosas ocasiones.

Las actas de la última reunión del comité de mercado abierto de la Fed, publicadas la semana pasada, eran el aperitivo perfecto del discurso del presidente de instituto emisor más poderoso del planeta: la crisis sanitaria, se leía, sigue pesando mucho sobre la actividad económica, el empleo y la inflación; la situación de las empresas, tras el rebote inicial por los desconfinamientos, se ha estancado; y los niveles de incertidumbre y riesgos, en suma, siguen siendo “extraordinariamente altos” y el “lastre” sobre la economía, “pesado”. Un tono lúgubre —realista, a estas alturas de la película— que no sentó nada bien a las Bolsas. Pero este jueves, el presidente de la Reserva Federal fue un paso más allá con un discurso todo menos vacuo: la crisis económica que ha traído el virus no es más que la continuación de un periodo en el que las expectativas de crecimiento no han dejado de caer, una espiral en la que se entremezclan dinámicas demográficasmenos nacimientos y una población cada vez más envejecida— y, lo que es más preocupante, una ralentización de la productividad sobre la que proliferan las conjeturas pero cuyo origen último sigue sin conocerse al dedillo.

“La economía siempre está evolucionando y nuestra estrategia para lograr los objetivos también debe adaptarse para atajar los nuevos desafíos. Hace 40 años, el principal problema era una alta y creciente inflación, que requería un enfoque claro para restaurar la credibilidad [de la Fed] en su compromiso de estabilidad de precios”, ha recordado el jefe de la Reserva Federal dejando entrever que hoy ya no es así.

Son, a grandes rasgos, dos los puntos que, según el propio Powell, han llevado a este cambio de enfoque: un crecimiento a largo plazo que se ha ido frenando en las últimas décadas y la constatación de que ni el dinero barato —los tipos de interés bajo mínimos— ni un mercado laboral que atravesaba su fase más boyante en cinco décadas antes de que recibiese la sacudida de la pandemia han presionado al alza los precios. “La fortaleza histórica del mercado de trabajo [en EE UU] no ha desencadenado un aumento significativo de la inflación: los pronósticos han apuntado, rutinariamente, a un 2% pero esas proyecciones nunca se han materializado de forma sostenida”.

El objetivo explícito de inflación a largo plazo no cambia: seguirá anclado en el 2%. Pero la flexibilidad del instituto emisor cuando se supere esa cota sí será mucho mayor. “Si cae por debajo cuando la economía cae y nunca sube por encima de esa cifra incluso cuando la economía está fuerte, con el paso del tiempo la media acaba estando por debajo del 2%”, ha ilustrado el banquero central en un discurso inusualmente didáctico. Powell quería que se le entendiera bien de principio a fin, pero sobre todo cuando se aproximaba a la clave de bóveda del mensaje: “Para evitar ese resultado y las dinámicas adversas asociadas, (...) la política monetaria apuntará a lograr una inflación moderadamente superior al 2% durante algún tiempo”. En plata: cuando la economía se aproxime a ese entorno —y nada parece indicar que eso vaya a ocurrir pronto— , la Fed tolerará una inflación “moderadamente superior” durante un tiempo para asegurar que el promedio se acerca todo lo posible a esa cifra. “A muchos les resulta contradictorio que queramos impulsar la inflación, (...) pero si esta es demasiado baja de manera persistente, puede plantear importantes riesgos para la economía”, completó Powell. Es un reconocimiento implícito de algo que lleva tiempo sucediendo: el mandato de inflación no se cumple porque no se llega al objetivo, no porque se sobrepase.

“Es histórico en el sentido de que es un cambio de los que sucede una vez cada muchos años”, apunta el economista Ángel Ubide. “Es la primera vez que la Fed dice de manera explícita que en determinados momentos querrá que la inflación esté por encima del 2%. Eso quiere decir que no se van a aumentar los tipos solo porque esté cayendo el desempleo, sino que solo los subirán cuando la inflación haya llegado al objetivo. El tipo de interés de equilibrio ha caído y eso ha reducido el espacio de política monetaria de los bancos centrales. Así, la Reserva Federal gana espacio”, sostiene por teléfono. “Powell pone por escrito lo que lleva haciendo años y garantiza que los tipos [de interés] cero seguirán mucho, mucho tiempo”, agrega un experto en política monetaria de un organismo multilateral que prefiere mantenerse en el anonimato. “Es un cambio respecto a lo que estaba escrito, pero no respecto a cómo ya estaba operando desde hace bastante. Sorprende, eso sí, que cierre la puerta a las tasas negativas”.

La cita de Wyoming es lo más parecido a un banderazo de salida para el curso económico más complejo en décadas: 2019 fue el año de la atonía, 2020 el de la crisis que acabó con todos los adjetivos posibles y 2021, salvo nuevos brotes, el de la recuperación. Esta, sin embargo, aún suena lejana: media hora antes de que empezase a hablar Powell, el dato de paro en EE UU dejaba a las claras que el virus aún sigue haciendo estragos y que el camino hasta que el mercado de trabajo recupere lo perdido estos meses será largo. En ese flanco, el jefe de la Reserva Federal también aprovechó para mandar una promesa contundente: “los riesgos han crecido” y el banco central usará “su completa gama de herramientas” de política monetaria para enfrentarlos. “Un mercado laboral fuerte es un objetivo nacional clave”. El emisor tiene hoy el camino algo más despejado para lograrlo.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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