Del bazuca al helicóptero
Si la crisis se prolonga puede provocar efectos de segunda ronda sobre compañías solventes sometidas a un cierre total de la actividad, algo que no sucede ni en periodo de guerra
En estos tiempos en los que la incertidumbre se ha convertido en la única certeza, las perspectivas de los expertos sobre la evolución de la economía no duran más allá de un par de semanas, por no decir días. Las últimas previsiones apuntan a una recesión global, seguida de una recuperación vigorosa, lo que se conoce en la jerga como recuperación en forma de V.
Los analistas de Capital Economics anticipan que la economía global se contraerá un 1% durante este año, el doble que en 2009 en plena crisis financiera, tras la caída de Lehman Brothers. En Deutsche Bank prevén una recesión tan severa y caídas del PIB tan pronunciadas que no tendrían precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. El Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) constata una fuga de capitales también sin precedentes en los países emergentes. Y Gavekal Research, firma de análisis con sede en Hong Kong, calcula que el PIB de China caerá entre un 1% y un 4% en estos primeros meses del año, lo nunca visto desde Mao Zedong.
Pese al catastrofismo de las nuevas perspectivas, todas parten del supuesto de que la vuelta a la normalidad se producirá sin grandes sobresaltos y, lo más importante, que no habrá nuevas oleadas del virus una vez que pasen los meses cálidos en los que aparentemente remite.
Pero no es una extravagancia pensar que si la crisis se prolonga puede acabar provocando efectos de segunda ronda sobre compañías solventes sometidas a un cierre total de la actividad, algo que no sucede ni en periodo de guerra: uno deja de fabricar coches para fabricar tanques o camionetas, mantiene el empleo y los ingresos.
El impacto del coronavirus sobre nuestras vidas oculta la coincidencia de una triple crisis. Al cese de actividad provocada por la pandemia de la Covid-19 se le suma una crisis de liquidez, que ha llevado a la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) a volver a abrir líneas de swaps diarias en dólares con numerosos bancos centrales. Y, por si fuera poco, la guerra petrolera entre Arabia Saudí y Rusia ha desatado una crisis del sector energético por el desplome de los precios del crudo.
Algunos, como el presidente Donald Trump, hace unas semanas, pueden decir que esta crisis golpea a los productores y beneficia a los consumidores, solo que en esta ocasión la parte positiva del shock no se percibe, precisamente por el cese de la actividad. Una tormenta perfecta, según algunos analistas.
Eso explica que del bazuca de los bancos centrales hayamos pasado al helicóptero de los Gobiernos, a poner dinero directamente en el bolsillo de los ciudadanos, como en el caso de Estados Unidos.
Queda por ver si estas medidas son efectivas dado el perfil de esta nueva crisis o si hay que sacar nueva artillería. Pero como aseguraba el titular de Hacienda británico, Rishi Sunak, “no es momento de ideologías, ni de ortodoxia”.
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