¿Cómo serán los buenos empleos del futuro?
La necesidad de un nuevo contrato social empuja a acordar los derechos laborales y de protección social que consideremos indispensables para trabajar y vivir con dignidad en este nuevo tiempo
No creo que haya un único concepto de lo que sea un buen empleo. Hay bienes y valores que obtenemos a través del trabajo que se valoran de forma diferente en función de las expectativas que tenga cada persona. Seguramente habrá quien valore más tener un buen salario, aunque ello suponga prolongar su tiempo de trabajo, y quienes prefieran disponer de más tiempo de ocio, aunque ello suponga tener un salario menor. Por ello, no me parece posible dar un concepto universal y válido para todo tiempo, lugar y persona de lo que sea un buen trabajo. Aunque sí apuntar algunos rasgos que hagan que la actividad humana que conocemos como trabajo permita la satisfacción de las necesidades vitales, la creatividad y producción de útiles con los que transformar el mundo y la participación en la sociedad —la vita activa, en terminología de Hannah Arendt— en un tiempo dominado por la tecnología.
Por otra parte, el trabajo del futuro será como los humanos queramos que sea. No hay en esto determinismo ni apriorismo alguno. Mediante la conversación pública y la toma de decisiones democrática, los humanos podemos decidir cómo y cuánto queremos que se desarrolle la tecnología y, por tanto, cómo y cuánto queremos que la tecnología afecte a nuestras vidas y a nuestros trabajos. Desarrollando las políticas públicas oportunas y creando las instituciones correspondientes, entre todos podemos definir y materializar los atributos de lo que convengamos puede denominarse un buen trabajo en la era digital. Las apelaciones a la necesidad de un nuevo contrato social son eso mismo, apelaciones a que convengamos y llevemos a la práctica, mediante las correspondientes políticas e instituciones, los derechos laborales y de protección social que consideremos indispensables para trabajar y vivir con dignidad en este nuevo tiempo.
Algunos de ellos provienen de los desafíos que ya tenemos aquí. Las transformaciones que se están produciendo en el proceso productivo y la economía demandan nuevas políticas de educación, formación y provisión de rentas. Doy por hecho que el trabajo humano no desaparecerá en mucho tiempo, de modo que necesitamos políticas que permitan a grandes capas de la población preservar sus empleos cambiantes, conseguir los que se creen a consecuencia de la revolución tecnológica y/o tener una fuente económica con la que subsistir ante la pérdida o no consecución de los nuevos empleos. Las políticas de igualdad en su sentido más amplio adquieren también un valor fundamental en esta nueva época. Es vital evitar que la desigual implantación de la tecnología ensanche las brechas de género, edad o territorio, además de avivar las desigualdades económicas y sociales existentes y producir una sociedad de ganadores y perdedores de la tecnología.
Garantizar el derecho a la salud física y psíquica de los humanos, en un momento donde buena parte de sus capacidades serán complementadas por las máquinas, se vuelve cada vez más apremiante. También deben establecerse mecanismos que estabilicen de algún modo la obtención de rentas por medio del trabajo (aunque ese trabajo consista en la provisión de datos), y pensar en desligar la protección social del empleo ante riesgos como la enfermedad o la vejez, que deben estar cubiertos por el hecho de ser ciudadano y no por tener o no tener un empleo de unas determinadas características. Limitar el tiempo que las personas ponen a disposición de su empleador (cualquiera que sea la forma que este adopte, incluso aunque sea un algoritmo o una app) mediante instituciones como el derecho a la desconexión o el refuerzo del derecho al ocio o el descanso, de modo que la autonomía o soberanía sobre el tiempo de trabajo que posibilita la tecnología no haga que trabajemos en todo tiempo y lugar y se borren las fronteras entre vida profesional y privada. Hay que evitar el ejercicio arbitrario de los poderes por parte del empleador mediante mecanismos de transparencia y razonabilidad de las decisiones adoptadas, garantizar los derechos a la intimidad y la protección de datos, así como a ser tratados mediante decisiones humanas, por mucho que las mismas puedan complementarse por inteligencia artificial. Finalmente, la capacidad de aglutinar y defender los intereses que se tengan en común por el hecho de trabajar –lo que habitualmente conocemos como libertad sindical- debe seguir siendo un derecho humano fundamental, porque precisamente mediante él puede irse avanzando hacia lo que en cada momento y lugar se considere un buen trabajo.
Luz Rodríguez es profesora de Derecho del Trabajo de la Universidad de Castilla-La Mancha
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