La empresa que ingresa 58 millones con los restos de la vendimia
Alvinesa, la mayor destilería de España, transforma el residuo de la viña en varios productos para la industria alimentaria y cosmética
En Ciudad Real hay un puñado de industrias destacadas: la eólica, con la fábrica de Vestas; la energética, con el complejo de Repsol en Puertollano, y sobre todo la vitivinícola, con cooperativas, bodegas (como García Carrión) y con la mayor destilería de España, Alvinesa.
Desde Daimiel, la fábrica de esta última se percibe a distancia por su olor a destilación, que en ocasiones (18 días al año, según la firma) molesta a los vecinos aunque la fábrica esté desde 2014 alejada del núcleo urbano. Un olor que también ha despertado el apetito del capital riesgo: el fondo Artá, participado por la familia March, compró en 2017 el 36% de Alvinesa a Jesús Cantarero, accionista principal y presidente de la empresa. El germen de la fábrica fueron las siete destilerías que su padre, Román, y sus tíos, llevaron a tener repartidas por España. Sus ascendientes hacían lo básico: transformar el orujo que queda tras prensar los racimos (raspón, hollejos) en alcohol para encabezar vinos de jerez o fortificar oportos. Él ha dado otros pasos y ha descubierto una rentable manera de aprovechar todo lo que produce la viña.
“Los países con cultura de vino sufrimos una transformación brutal en la valorización de los subproductos de la uva. Podemos sacar hasta 15 productos diferentes”, explica Cantarero en las oficinas principales de la planta. No inventó nada: vio lo que hacían otros países, como Francia, donde con las pieles de las uvas tintas conseguían, por ejemplo, extraer colorantes naturales usados en alimentación. Y lo hizo en España.
Ahora el alcohol destilado supone menos de la mitad de su facturación (45%) y el resto se reparte entre ácido tartárico (25%), aceites extraídos de la pepita de la uva para consumo o para cosméticos (20%) y antioxidantes (10%). “Hablamos de productos con un precio mínimo de tres euros por kilo para un colorante natural, hasta los 600 o 700 euros que se paga por el resveratrol”, que se utiliza en productos como el Revidox.
Esta manera de convertir un desecho en un buen recurso les permite transformar cada año unas 300.000 toneladas de resto de vendimias (son entre un 30% y un 35% de las que se retiran en toda la viña española), pagándolas a entre 25 y 70 euros la tonelada. Reciben dos productos básicos: la parte sólida del racimo y la líquida procedente de las bodegas (las lías, restos de levaduras de la fermentación que quedan en las cubas). “Las lías las destilamos para extraer la materia prima del ácido tartárico”, explica el director financiero, Aurelio Valero. Lo aprovechan todo: hasta los restos de sus propios procesos terminan convertidos en abono para nutrir las 500 hectáreas de tierra de cultivo que tienen cerca de la fábrica y que dedican a cereales.
Planta fotovoltaica
La autosuficiencia también la llevarán a la energía, con una planta fotovoltaica que ahora construyen que les proveerá del 100% de electricidad (ahora pagan facturas de unos dos millones de euros anuales) y que, según sus cálculos, amortizarán en cinco años. “Somos una empresa de residuo cero”, insiste Cantero, que habla, eso sí, de que consumen bastante agua.
También son una máquina de hacer dinero: en su último año fiscal, de agosto de 2017 a agosto de 2018, facturaron 58 millones, con un resultado de explotación de 18 millones y un neto de cerca de 14. “Este año [2018-2019, que se cierra ahora] rondaremos los 65 millones en ventas”. Su deuda es equivalente a 0,7 veces el beneficio de explotación (ebitda), y en este ejercicio esperan bajarla a 0,5 veces. Esta salud financiera se la deben a una estructura de costes de explotación moderados. La plantilla alcanza en campaña (coincidente con la vendimia) las 125 personas, pero el resto del año está al 50%. La informatización del complejo industrial hace que funcione las 24 horas al día con unos 16 técnicos por turno. Los sueldos que pagan son entre un 20% o 25% más altos que los que figuran en el convenio vinícola, de unos 32.000 euros brutos por trabajador, de modo que apenas hay rotación. “Nadie se quiere ir”, dice el propietario. Los sindicatos confirman que no hay grandes conflictos laborales más allá de que la temporalidad es alta por las características de la producción.
Con esas cifras parece extraño que una empresa familiar dé entrada al capital riesgo en el consejo y se someta a una disciplina más rígida de obtención de resultados. El propietario lo explica en que cree que la mejor empresa familiar es la profesional, “y un private equity ordena tu casa. Cuando Artá entró pensé que estábamos seleccionando un fondo con personas detrás, ya que el 50% está en manos de la familia March. Nos entendimos perfectamente”.
Entre otras cosas, han empezado a pensar más allá de la viña. Tienen proyectos para aprovechar otras materias primas como los cítricos, trabajando con empresas como AMC Innova Juice, Helios o Gullón. “Ahora estamos en un proyecto con polifenoles para combatir enfermedades neuronales”. Son proveedores de grandes fabricantes de leche materna a escala mundial (exportan más de la mitad de sus productos) y no creen que el cambio climático, aunque afecte ya a la producción de vino, vaya a ocasionar oscilaciones grandes en las cosechas españolas: “A muchos años vista creo que estarán entre 40 y 45 millones de hectolitros. En España producimos a mucho mejor precio que en Francia o Italia”. Otro área importante en el futuro estará en los biocarburantes, para los que ya suministran alcoholes. “La legislación favorece la utilización de productos de doble cómputo [que salgan de la reutilización de otros] en su uso”. La alquimia de la uva, por ahora, sale redonda.
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