El tirón de las series, la mina de oro de las productoras
Las series y los programas de entretenimiento viven una edad de oro en España
La ficción se ha convertido en las sociedades occidentales en una especie de analgésico contra la realidad. En Estados Unidos se emitieron en 2018 más de 495 series de televisión. Un aumento del 42% frente a 2013. España también desea esa evasión y ese entretenimiento. “El sector vive el mejor momento de su historia”, defiende Raúl Berdonés, presidente y fundador de la productora Secuoya.
La representación es masculina y femenina, pero sobre todo plural. Actúan las televisiones de pago (Movistar), las cadenas tradicionales (RTVE, Mediaset, Atresmedia y Forta) y las famosas OTT (compañías que ofrecen contenidos online para diferentes dispositivos a través de la Red) como HBO, Apple, Netflix, Amazon o Sky. Aparecen nuevos operadores, los antiguos se reinventan y las primeras líneas del boom llegan escritas por esas plataformas digitales. Solo Netflix —que acaba de abrir su centro de producción en Tres Cantos, en Madrid, el primero de Europa, que gestionará junto con Secuoya— tiene previstas, detalla Raúl Berdonés, entre 12 y 14 producciones este año. Se exhibirán en un escenario repleto de competidores. Pues Amazon Prime Video, HBO España, Filmin, Rakuten TV, Sky España y la recién creada Apple + están dando, o darán, la pelea en las pantallas españolas. Y aún se aguarda la respuesta de Walt Disney tras la compra de 21st Century Fox. “Estas plataformas demandan una enorme cantidad de propuestas para un público nuevo”, resume Javier Méndez, responsable de contenidos del grupo Mediapro. La productora —uno de los grandes nombres de la industria— refleja el continuo girar de las bobinas de celuloide. Tiene previstas, antes del verano, 11 series en rodaje. Una pequeña filmoteca que proyectará, por ejemplo, The New Pope (HBO), The Paradise (YLE), Malaka (TVE) o Las Bravas FC junto con Turner Latin America.
Aunque quizá “proyectar” no sea el verbo correcto. Si algo ha cambiado es la forma en la que el público, principalmente joven, aprehende la ficción y el entretenimiento. Cambian los canales (YouTube, Vimeo, redes sociales), cambian los soportes (aplicaciones móviles, tabletas, ordenadores). Y se consume en abierto o a la carta; en directo y en diferido. Ya sea a través de una vía u otra, esas secuencias en movimiento hechizan a un país que —acorde con la consultora Deloitte— durante 2017 pasó 448 minutos diarios frente a los medios de comunicación. El 16% más que hace una década. La crónica del tiempo se la reparten, sobre todo, la televisión (48%) e Internet (26%). Horas que exigen enormes volúmenes de imágenes y relatos. Si en 2015 se produjeron en España 38 series, el año pasado fueron 58. Estos 20 rodajes de diferencia marcan, en términos de contribución al PIB, la distancia que hay entre 429 y 655 millones de euros. Son las cifras que plantea el estudio La oportunidad de los contenidos de ficción en España, elaborado por PwC.
Por eso tanto las cadenas de televisión como las plataformas se transforman en agregadores de contenidos. El catálogo está obligado a ser un índice repleto de títulos. Llega a su fin el modelo de cadena de televisión convencional que producía para sí misma. Ahora el mapa del poder coincide con la ambiciosa geografía de las productoras. Atresmedia, por ejemplo, presentó el año pasado la división Atresmedia Studios y a finales de marzo Mediapro lanzaba The Mediapro Studio, que planea crear y distribuir 34 series este ejercicio. La estrategia pasa por producir más para terceros y controlar toda la cadena de valor. Desde el concepto original a la distribución. Y viajar fuera. El éxito de La casa de papel ha sido la nao Santa María desembarcando en un Nuevo Mundo. Concebida por Atresmedia y Vancouver Media, se ha convertido en un fenómeno global (fue la primera serie española en ganar un Emmy Internacional al mejor drama) gracias a la ventana abierta por Netflix.
Amanece y el sol ilumina la edad de oro de la producción en España. Un universo fragmentado donde conviven —calculan en el sector— entre 250 y 260 empresas repartidas de manera desigual. “Es un espacio muy endogámico copado por un puñado de grandes firmas [se estima que la mitad de las horas de emisión de las televisiones en abierto corresponde a cinco productoras]”, observa Miguel Ángel Poveda, profesor en la EAE Business School y director de Gold Tower Producciones. “Aunque también es un lugar de desequilibrios. El 80% de lo que se produce resulta deficitario, pero el 20% restante ha hecho mucho dinero”.
La fotografía parece borrosa pero está ahí, solo hay que fijar la mirada. Es la imagen de un mundo aún disperso, pero que tiende a concentrarse y donde la búsqueda de los mejores profesionales ha desatado una guerra. “La competición por el talento resulta brutal. Parece que hubiera caído una bomba atómica. Encontrar un actor para rodar una serie resulta difícil y los directores y los técnicos están ocupados durante años. Ahora estoy buscando un responsable de fotografía y no lo encuentro”, se queja Ghislain Barrois, consejero delegado de Mediterráneo, la sociedad de Mediaset que agrupa a todas las productoras participadas. Su compañía es una línea de puntos. Si los uniésemos (La Fábrica de la Tele, Alma Producciones, Bulldog, Mandarina, Alea Media, SuperSport, Telecinco Cinema, Megamedia, Melodía Producciones), dibujarían el marco que encuadra este negocio en España.
Los profesionales se han vuelto esquivos y, también, caros. Algunos actores han triplicado su caché en solo un año. Y la industria tiene miedo de que peligre el equilibrio del balance. Porque hasta ahora el gran protagonista de la producción española son sus números. En España, el coste de un capítulo de ficción oscila entre 400.000 y 500.000 euros. Una cantidad “modesta” para lo que mueve este escenario. Cifras que atraen a las producciones extranjeras y que a la vez son un billete a la exportación. “El modelo español viaja bien gracias a su relación calidad-precio. Nosotros somos capaces de rodar 20 capítulos de 45 minutos en nueve días”, sostiene Juan José Díaz, socio consejero de Boomerang TV, la productora detrás de El secreto de Puente Viejo o Acacias 38. “Esto significa que tenemos muy engrasada la maquinaria de producción. Solo de La Voz, por ejemplo, grabamos 60 programas en diferentes formatos. Resulta posible gracias a economías de escala”, refrenda Pedro Ricote, socio fundador de la productora, cuya propiedad se reparten la francesa Lagardère Studios (94%) y ambos ejecutivos (6%).
Esa mezcla entre lo fabril y lo artesanal es una de las señas de identidad de un país empeñado en proyectar una imagen propia. “Si exceptuamos las televisiones, no tenemos compañías muy grandes con capacidad de financiación pero sí mucho talento”, concede Ghislain Barrois. Nombres que se recitan de corrido, como gira un derviche. Ahí están Daniel Écija (productor), Diego San José (guionista), Javier Olivares (creador), Álex Pina (creador), Migue Amoedo (director de fotografía), Emilio Aragón (productor), Teresa Fernández-Valdés (productora), Sonia Martínez (productora ejecutiva) o Agustín Crespi (director).
Fuente de creatividad
Un travelling que habría fracasado sin actores que pisasen las tablas con seguridad. Pues ese movimiento no solo depende del volumen, sino también de la calidad del relato. “Cada vez más, los operadores intentan buscar algo diferente y nuevo que les permita destacar en un mar de contenidos. No solo es necesario generar títulos sino atrapar a la audiencia”, matiza Concha Iglesias, socia directora del sector de Medios, Entretenimiento y Tecnología de Deloitte. Las productoras españolas buscan su marca de agua y quizá la hayan encontrado “en personajes más emocionales, ritmos más rápidos e incluso el humor. Cualidades que las diferencian de las grandes producciones estadounidenses”. Hace falta hallar un estilo personal dentro de un mercado, explica Pablo Conde, director de Moda, Hábitat e Industrias Culturales del Icex, con miles de horas de exceso de oferta todos los años. Un mercado que reivindica una geografía y sus fronteras. “Por un lado, las grandes series americanas arropadas por enormes campañas de marketing. En el otro, las producciones y coproducciones europeas, que proponen temáticas más arriesgadas como la ficción nórdica. Finalmente, los exitosos dramas turcos y las telenovelas coreanas. Entre estos vértices, la ficción española se abre un hueco con un éxito bien merecido”.
En Estados Unidos, pongamos por caso, ya se preparan las versiones de La embajada (Bambú Producciones y Antena 3) y de Estoy vivo (Globomedia y RTVE). ¿La piedra de Rosetta del triunfo? “Imposible saberlo. A veces, es casi un golpe de suerte”, lanza Pablo Conde.
El auténtico desafío es hacer llegar una voz clara en medio de tanto ruido. “Es verdad que existen más clientes, operadores y plataformas, pero también hay un mayor número de competidores”, admite Agustí Esteve, director general de El Terrat, la productora del cómico y empresario Andreu Buenafuente. Su forma de responder a esa polifonía atraviesa lo excepcional. “Somos una de las pocas firmas independientes y defendemos nuestra singularidad”, argumenta Esteve. Programas como La resistencia o Late motiv sostienen esa narrativa. Porque el diálogo, a medida que avanza, se torna más complejo. “La ficción vive un boom gracias, sobre todo, a las nuevas plataformas. Sin embargo, hay que plantear una producción responsable y no caer en la trampa de sobreexponer y generar tanto contenido que sea imposible de digerir”, alerta.
Una fidelidad en duda
Toda industria con éxito lucha contra ese cielo a veces sólido que son las expectativas desproporcionadas. Los grandes operadores ya plantean series con menos capítulos y temporadas más cortas. Porque la oferta crece y la fidelidad del espectador pesa igual que la paja. En este horizonte de tensiones, la bitácora del sector recoge frases de alegría y desesperanza. “La ficción española nunca había estado tan de moda. Sin embargo, el mundo del entretenimiento es mucho más conservador”, matiza Rubén Mayoral, director general de contenidos y nuevos negocios del Grupo Lavinia. Y avanza: “Las cadenas y plataformas solo confían en formatos internacionales estrenados antes en otros territorios. Es el tiempo de las distribuidoras de este tipo de propuestas, que parecen vivir en una burbuja económica por la fuerte demanda de sus productos. Pero, por otro lado, son malos días para la creatividad española en el sector del entretenimiento. Pocos operadores se atreven a arriesgar con nuevas ideas en el prime time”.
Ese mapa de riesgos lo trazan en el catálogo de la productora No pot ser (TV3), una docuserie para DMax, El matí À Punt (À punt), Alaska y Mario (MTV-Paramount Network), el formato de comedia Stop Princesas (Comedy Central) o Torres en la cocina (TVE). Mientras, en los espacios de la ficción, acaban de estrenar la serie Bocanorte (TVE-PlayZ).
Estos días de vino y a veces espinas en las rosas no logran esconder la revolución en el planeta audiovisual. Las nuevas formas de consumir televisión y el auge de las plataformas digitales son el plano secuencia que retrata el siglo de oro de las productoras en España.
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