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Cooperativas contra la despoblación

En España hay casi 4.000 pequeñas y medianas organizaciones agrarias y ganaderas que dan empleo fijo a 100.000 personas en el medio rural

Instalaciones de la cooperativa Coren. 
Instalaciones de la cooperativa Coren. Enrique Tourino Marcén

Si uno recorre las carreteras comarcales del medio rural en cualquier parte de España, no es una casualidad encontrarse de frente con el nombre o la imagen en un azulejo de una virgen, un cristo o un santo en el frontis de una planta de transformación agraria. No es un milagro. Es la decisión de las juntas rectoras de una buena parte de las casi 4.000 pequeñas y medianas cooperativas que hay en unos 2.000 pueblos, de agotar los nombres del santoral y las vírgenes patronas de cada municipio, para denominar cada una de sus instalaciones. España es el segundo país comunitario, solo por detrás de Italia, en número de cooperativas. Es el modelo mediterráneo del mifundio, frente a los países del norte donde una docena de cooperativas facturan más que todo el sector español.

Una parte de las pequeñas y medianas cooperativas que perviven en el sector agrario forman lo que se podría denominar la primera generación, y tiene sus raíces en el siglo XIX, en los movimientos católicos en el medio rural. A este colectivo se sumaron las constituidas en la segunda mitad del siglo pasado, a la sombra de las políticas de la dictadura para con el sector agrario, hasta llegar a la actualidad con los grandes grupos cooperativos de segunda generación, ya bajo siglas más ligadas al sector o al territorio, lejos del santoral. Todas ellas, desde el 70% que no llega a una facturación de cinco millones de euros, hasta los grandes grupos, por encima de los 1.000 millones, aportan su granito de arena para frenar la despoblación en el campo, al crear más de 100.000 puestos de trabajo fijos.

A lo largo de las últimas décadas, el sector cooperativo ha sido escenario de todo tipo de situaciones. Desde grupos que se han multiplicado y consolidado como Dcoop o Jaencoop en aceite; Coren, Pastores y Covap en ganadería; Anecoop en cítricos, AN en diferentes sectores; Central y Clun en leche o Acor en azúcar, hasta otros que han desaparecido por una mala gestión.

Renovación

El Congreso de Jóvenes Cooperativistas Europeos celebrado el pasado mes de marzo en Valencia puso de manifiesto la necesidad de poner en marcha procesos de cambio en estas entidades dando paso a las nuevas generaciones en los consejos rectores. Las críticas no son nuevas. Desde el propio sector se reconoce la necesidad de ir a estructuras más potentes y profesionalizadas, a tener mayor peso en los mercados con una filosofía más empresarial para lograr que se mejore la rentabilidad para los socios. Igualmente se critican las “liquidaciones a resultas” (la cooperativa recoge el producto sin precio, a veces da un adelanto sobre lo que pueda valer, pero lo liquida “a resultas”, es decir, al valor de cómo le hayan ido las ventas en los mercados). Sin embargo, críticas y autocríticas aparte, la realidad es que la cooperativa es, en líneas generales, una vía reconocida por agricultores y ganaderos como soporte para la comercialización de las producciones, servicio de suministros y, al final, como un instrumento para mejora de rentas y fijar población al territorio.

“Si no existieran habría que inventarlas”, señala Anastasio Yébenes, de 56 años, socio y miembro de la junta rectora de la Cooperativa Santa Ana de Villafranca de los Caballeros (Toledo). Los socios cultivan viñedo, cereal ecológico, olivar y es la primera productora de azafrán. “La cooperativa ha mantenido la economía en la zona, ha generado más empleo, mejores precios y una mayor seguridad y estabilidad para los agricultores. Gracias a ella hemos comenzado la producción de cereales ecológicos que vendemos a través de la cooperativa Dcoop, y además somos la primera cooperativa de azafrán”, apunta Yébenes.

Las cooperativas, con el 70% de la producción en manos de sus socios, son pieza clave en la actividad y el empleo en el olivar. En Baeza, Jaén, Alejandro Campos, pequeño agricultor y socio de la cooperativa San Felipe Apóstol, reconoce que esta institución lo es todo. “Gracias a la cooperativa hemos podido competir en el mercado, lograr una mejor rentabilidad, tener anticipos, ha contribuido a que no se abandonara el olivar y, a la vez, ha creado puestos de trabajo evitando que muchos se fueran del pueblo”. Sin embargo, también hay críticas. En el sector hay quien piensa que con esa producción en sus manos deberían lograr unos mayores precios en los mercados si operasen unidas y evitar, por ejemplo, el actual hundimiento de las cotizaciones en origen.

Carmen Rodríguez, ganadera de 48 años en el municipio gallego de Brion, es vicepresidenta de Feiraco y pertenece a la junta rectora del nuevo grupo cooperativo Clun. Para ella, esta forma de organización ganadera ha sido clave para llevar correctamente la explotación, desde los suministros a las ventas y la formación y también para las 400 mujeres ganaderas que forman parte de la asociación que impulsó, “Mulleres de seu” para sentir orgullo de su trabajo.

En Valderrobles, Aragón, Alberto Riva, de 42 años, tiene claro que su permanencia en el campo como ganadero se ha debido exclusivamente a la existencia de la cooperativa Pastores constituida hace más de 40 años como Oviaragón por unos cuantos ganaderos, entre ellos su padre, para defenderse de los intermediarios. Pastores tiene hoy 800 socios en 400 pueblos. Riva mantiene un rebaño de 700 ovejas y cuenta además con un cebadero donde comparte trabajo con su mujer. Entiende que la cooperativa ha permitido la supervivencia de los ganaderos “comercializando con una mayor rentabilidad”.

Desde el grupo de origen navarro AN se destaca la figura cooperativa como generadora de empleo indirecto, desde el transporte a los suministros. En esa línea, aprecian el papel que están jugando las instalaciones del centro de procesamiento avícola en la localidad de Mélida (Navarra), que da empleo a más de 700 personas y ha cambiado la vida de la comarca. A sus 25 años, Ester Arias acaba de terminar estudios de marketing y cree que la cooperativa Baco, en Alcázar de San Juan, le ha dado la oportunidad “de trabajar en mi pueblo”. Y satisfecha está la alcaldesa de la localidad zamorana de Villaralbo, Belén González, de tener en su pueblo la Cooperativa del Bajo Duero, Cobadu, con más de 200 empleos directos, a quien aplica una reducción impositiva para hacer nuevas instalaciones.

Más apoyo

En Cooperativas Agroalimentarias, la organización que agrupa a todo el sector, su director general, Agustín Herrero, entiende que desde la política se habla mucho de apoyar al mundo cooperativo, pero que ese interés no se concreta . Herrero estima que las pequeñas cooperativas son claves para mantener el empleo y que es fundamental la integración en estructuras más grandes. Considera importante modificar las normas sobre fiscalidad, pero, sobre todo, la necesidad de apoyar la actividad de un sector que opera legalmente, frente a los operadores que lo hacen desde la economía sumergida.

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