Ética para economistas y políticos reformadores
Necesitamos una nueva ética para reformadores basada no sólo en los efectos sobre la eficiencia, sino también en los impactos sobre la desigualdad y la justicia social
¿Hay algún vínculo entre los votantes del Brexit, los que apoyaron a Trump, los “chalecos amarillos” franceses, los italianos que votaron populista o los andaluces que votaron a Vox? Pienso que sí. Responden a una misma dinámica política. Pero no se trata de una nueva internacional fascista. Es otra cosa. Esos votantes pertenecen a las clases medias que se han empobrecidos en todos esos países a lo largo de las tres últimas décadas. Cansadas de ver como el 1% más rico se sigue enriqueciendo mientras ellas permanecen en las cunetas de la prosperidad, quieren hacerse visibles. El amarillo de los chalecos tiene ese efecto. Pero otra forma de hacerse visibles es utilizar su voto de forma estratégica, retirándoselo a los partidos tradicionales y dándoselo a nuevas formaciones y dirigentes populistas. No se han hecho fascistas, utilizan su voto de forma estratégica.
A la espera de ver si esta tendencia se consolida o si los partidos tradicionales reaccionan, como lo está intentado el presidente francés Emmanuel Macron, vale la pena plantear otra cuestión. ¿Cuál ha sido la causa de este empobrecimiento de las clases medias? Los sospechosos habituales son tres: la globalización, el cambio tecnológico y los flujos migratorios. Tengo dudas de que haya algo intrínsecamente perverso para el progreso social en esas tres fuerzas. Sin duda, se podrían haber gobernado mejor. Pero la causa fundamental han sido las reformas económicas desregulatorias, más que liberales, llevadas a cabo desde la década de los ochenta y las políticas posteriores a la crisis financiera y económica de 2008.
Esas reformas y políticas han generado un aumento dramático de la desigualdad. Una desigualdad que ha provocado un desacople emocional entre los muy ricos y los demás. Una falta de empatía que me hace recordar la advertencia de Adam Smith, el padre de la Economía liberal, sobre la “corrupción de los sentimientos morales” de los muy ricos. Esta nueva desigualdad ha roto el contrato social entre ricos y pobres que tan bien funcionó durante los “Treinta Gloriosos” años posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Hay que valorar la justicia social. Si no, los populistas nacionalistas tendrán el terreno abonado
Si esta tesis es verosímil, ¿por qué los economistas y los políticos que impulsaron esas reformas y políticas olvidaron estos efectos distributivos y su consecuencias políticas? No pienso que hayan vendido su alma y su saber a los muy ricos. El error viene de nuestra propia disciplina. La economía enseña que el bienestar social es la cantidad y variedad de bienes y servicios producidos disponibles para los consumidores. Dado que esa cantidad y variedad ha crecido de forma importante, desde la perspectiva de la eficiencia económica no habría nada que reprochar a los reformadores.
Sin duda, veían que las cosas no iban bien para los damnificados por las reformas. Pero lo que se les dijo fue que era necesario aceptar la flexibilización, que se espabilaran, que emigraran a otros lugares más prósperos o que se resignaran a envejecer y a ser invisibles. Es frente a este sentimiento de abandono, así como a la rotura de los estilos de vida de sus comunidades, ante los que ahora reaccionan las clases medias empobrecidas usando estratégicamente su voto para hacerse visibles.
A la vista de estos efectos políticos, ¿cuál debe ser el criterio fundamental para decir si una reforma o política económica es buena o mala? Pienso que no es solo la eficiencia. Esa es la primera derivada. Pero para evaluar la bondad de una reforma debemos calcular también la segunda derivada: los efectos sobre la equidad. Si una reforma mejora la situación de los que ya están bien pero empeora la de más débiles, no es una buena reforma.
¿Quiere esto decir que si una reforma tiene efectos positivos sobre la eficiencia pero negativos sobre la igualdad no debería llevarse a cabo? No necesariamente. El “criterio de compensación” de Kaldor-Hicks, dos prestigiosos economistas de la segunda mitad del siglo pasado, el segundo de ellos galardonado con el premio Nobel de Economía, sostiene que si la mejora de eficiencia es mayor que la pérdida de equidad, se puede utilizar esa ganancia de eficiencia para compensar a los perdedores. Pero de esa tarea se olvidaron los reformadores. Eso es lo que ha comenzado a hacer Emmanuel Macron con las medidas anunciadas la semana pasada en Francia.
Necesitamos una nueva ética para reformadores basada no sólo en los efectos sobre la eficiencia, sino también en los impactos sobre la desigualdad y la justicia social. De lo contrario, los populistas nacionalistas tendrán el terreno abonado para seguir ganando apoyo en las clases medias.
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