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Coches por quesos: ¿qué significa el acuerdo comercial UE-Japón?

El pacto entre dos de las grandes economías mundiales elimina virtualmente todos los aranceles

Jean-Claude Juncker, Shinzo Abe y Donald Tusk, en su comparecencia tras la firma del acuerdo.
Jean-Claude Juncker, Shinzo Abe y Donald Tusk, en su comparecencia tras la firma del acuerdo.Koji Sasahara (AP)

La Unión Europea y Japón acaban de suscribir su Acuerdo de Asociación Económica, el mayor pacto de liberalización comercial del planeta por el tamaño de las economías de los firmantes. El documento no solamente elimina casi todos los aranceles actuales en el comercio bilateral de mercancías y armoniza los estándares de varios sectores; también manda una señal inequívoca contra el proteccionismo en tiempos turbulentos. Estados Unidos apostará por el ‘America First’, pero el resto de las economías modernas avanza en dirección contraria.

El pacto aglutina el 27,8% del Producto Interior Bruto mundial y el 36,8% del comercio de mercancías, un bloque que rivaliza en importancia con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN; firmado por Estados Unidos, Canadá y México y en plena renegociación). Si es ratificado —algo que se prevé que ocurra antes de marzo del 2019— los aranceles de alrededor del 94% de los productos europeos exportados a Japón serán eliminados paulatinamente, una tasa que alcanzará el 99% en el caso de las mercancías niponas que accedan al bloque comunitario. Esta diferencia es reflejo de la exclusión del acuerdo de productos como el arroz, que goza en Japón de una fuerte protección política frente a las importaciones.

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Al pacto se le conoce popularmente como el de “los automóviles por el queso”, en referencia a los grandes objetivos logrados por cada uno de los bloques en unas negociaciones que se han alargado más de un lustro. La UE eliminará el actual arancel del 10% a los vehículos de pasajeros japoneses de forma progresiva en los siete años posteriores a la ratificación del texto, mientras que Japón suprimirá —bien de inmediato o en un periodo de hasta 15 años— las tasas a varios productos de alimentación como el vino, la carne de cerdo y de ternera o el queso. En total, según cálculos de la Comisión Europea, las empresas exportadoras se ahorrarán en tasas unos 1.000 millones de euros. El Gobierno nipón estima que la economía del archipiélago podría aumentar alrededor del 1% anual una vez los aranceles hayan desaparecido por completo.

Pero el acuerdo trasciende el comercio de bienes. Se fijan también las reglas comunes para el intercambio de servicios (finanzas, telecomunicaciones, transporte) o para que las empresas accedan a la contratación pública en ambos mercados. También se armonizan regulaciones que beneficiarán a, por ejemplo, los vehículos europeos (no tendrán que someterse a nuevas certificaciones cuando se exporten a Japón) o a los productos sanitarios y cosméticos.

Vista la enorme controversia generada con tratados como el TTIP (Europa-Estados Unidos) o el CETA (Europa-Canadá), Bruselas y Tokio han optado esta vez por dejar abierto el sistema de resolución de disputas con los inversores extranjeros. En estos anteriores tratados, la opinión pública europea temió que un arbitraje privado entre las multinacionales y los estados diera la razón a las primeras y se forzara un cambio de política que mermara los derechos en Europa. Finalmente, Bruselas sorteó el obstáculo con la creación de un tribunal público que lidiara con estos casos, pero a Japón no le convence esta solución. Lo más probable que este aspecto finalmente no se incluya en el tratado para facilitar su pronta ratificación.

Las negociaciones del pacto tomaron un impulso definitivo después de que Donald Trump tomara posesión del cargo en Estados Unidos, en enero de 2017, y dejara meridianamente clara su intención de no participar en acuerdos de libre comercio multilaterales. “Este es un acto de enorme importancia estratégica para el orden internacional basado en normas en un momento en que algunos lo cuestionan”, dijo el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, durante la firma del acuerdo.

Para Hidetoshi Nakamura, profesor asociado de la Facultad de Política y Economía de la Universidad de Waseda, el documento envía un mensaje directo al creciente número de líderes “autoritarios o antiliberales” en todo el mundo. “Dos socios estratégicos, la Unión Europea y Japón, proporcionan sus valores políticos liberales: democracia, Estado de derecho, derechos humanos y libertades fundamentales. No solamente Trump debería escuchar esta voz, también deberían Vladímir Putin y Xi Jinping”.

Una vez digerido el impacto inicial del giro proteccionista de Trump, tanto la UE como Asia —liderada precisamente por Japón— han seguido con su agenda de liberalización comercial. La firma y probable ratificación de este acuerdo les sitúa en la primera fila de la proliferación de otros tratados, dejando a un lado a las dos primeras economías del mundo, Estados Unidos y China. Washington porque no está por la labor; Pekín porque suscita dudas sobre si su modelo de liberalización se corresponde con los estándares tradicionales. Prueba de ello es que en la agenda está una ampliación de la Alianza Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés, ahora con 11 socios tras la retirada de Estados Unidos (conocida como TPP11) o el pacto comercial entre Europa y el Mercosur.

Para Japón, la firma del pacto comercial con Europa es una forma de compensar la retirada de Estados Unidos del TPP, algo que rebajó considerablemente los beneficios para el archipiélago. El tratado era una de las grandes apuestas políticas del primer ministro, Shinzo Abe, para vigorizar la estancada economía japonesa y liberalizar sectores que llevan décadas protegidos. Su ejecutivo está actualmente implicado en hasta tres acuerdos de libre comercio multilaterales: el recién firmado con Europa, el citado TPP11 —en proceso de ratificación— y otro impulsado por China, el RCEP, que incluiría a 16 países en Asia-Pacífico basado solamente en la reducción de aranceles. Tokio confía en que la puesta en marcha de varios de estos acuerdos de libre comercio acabe por arrastrar de nuevo a Estados Unidos a la vía multilateral. No sería por convicción, sino por necesidad, ante la pérdida de competitividad de sus empresas en un mundo abocado a la reducción de las barreras al comercio.

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