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La contaminación asfixia a la economía

El coste económico de la polución supera los 3,7 billones de euros al año, el 6,2% de la riqueza planetaria

Miguel Ángel García Vega
Luis Tinoco

Hay días en los que el sol agoniza en Pekín, París, México DF, Los Ángeles, Delhi o Madrid. Una contaminación que encala el cielo se extiende sobre algunas de las ciudades más ricas y pobladas de la Tierra. Esta polución desciende sobre la tierra contaminando acuíferos, mares, tierras de labranza, paisajes. El año pasado, la revista médica británica The Lancet propuso los cálculos hasta ahora más precisos. El coste económico, estimaron sus expertos, supera los 4,6 billones de dólares al año (3,7 billones de euros). El 6,2% de la riqueza del planeta. Pero lo peor es que esa podredumbre esparcida en sus infinitas formas (agua, aire, tierra, química) mata al año (cifras de 2015) a nueve millones de personas. Es responsable del 16% de todas las muertes del planeta.

En la mayoría de las sociedades, la polución es una respuesta a ese paradigma económico derivado del irresponsable principio de usar y tirar. Incluso el Papa Francisco ha advertido frente a esta “cultura del desperdicio”, donde los recursos y el capital humano parecen que pudieran expandirse como el tiempo y el espacio. El mundo, diríase, semeja un planeta fallido porque fracasa a la hora de vincular desarrollo económico, sostenibilidad y justicia social. “Contaminación, pobreza y desigualdad están profundamente interconectados”, reflexiona Philip J. Landrigan, decano de Salud Global de la Escuela de Medicina Icahan del Hospital Monte Sinaí de Nueva York. “Casi el 92% de las muertes relacionadas con la polución suceden en países con rentas bajas y medianas [acorde a la nomenclatura del Banco Mundial], y en todas las naciones las enfermedades causadas por esa niebla negra se concentran en los pobres, los desamparados y las minorías”. Por si fuera poco, la herencia que deja en productividad perdida en esas tierras alcanza hasta el 1,9% de su riqueza. Y pocos parecen encontrar lo obvio en la memoria. “La gente enferma o muerta no puede contribuir a la economía”, recuerda, en declaraciones a Associated Press, Richard Fuller, presidente de Pure Earth, una ONG estadounidense que estudia el impacto de la contaminación.

GRÁFICO: El precio del desarrollo
GRÁFICO: El precio del desarrollo

El esfuerzo compensa

El planeta ignora a las personas pero también a las matemáticas. El trabajo de The Lancet sostiene que en EE UU cada dólar invertido en luchar contra la contaminación genera 30 de beneficios. Desde 1970 se han destinado 65.000 millones de dólares a este empeño y han regresado 1,5 billones. “El problema es quién soporta los costes y quién recibe los beneficios”, reflexiona Steven Cohen, director ejecutivo del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia. Su argumentación es clara, como si estuviera bajo una luz marina. A veces —relata— se cierra una empresa porque no resulta sostenible medioambientalmente y la sociedad reacciona frente a la pérdida de puestos de trabajo. Pero el proceso contrario queda oculto. “En Nueva York vertíamos aguas residuales sin procesar al Hudson hasta 1984. Construimos una planta de tratamiento, limpiamos el río y ahora existe un parque frente al mar y apartamentos de lujo que miran al Hudson. Esto jamás hubiera sucedido sin controlar la contaminación”.

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Sin duda la polución es una batalla contra ideas equivocadas o lugares comunes. Por ejemplo creer que esa mugre contemporánea es el obligatorio peaje de la prosperidad. Países ricos, pensemos en EE UU, llevan cinco décadas luchando contra la contaminación mientras su PIB crecía un 250%. Además los grandes costes económicos de la polución pasan en bastantes ocasiones inadvertidos porque no se asocian con el problema. Y están ahí. Se pueden tocar con los dedos. En las naciones desarrolladas, la contaminación acaparaba en 2015 unos 53.000 millones de dólares en horas laborales perdidas por diversas enfermedades. Vivimos inmersos en la batalla. “Hemos declarado la guerra a la polución de la misma forma que hemos declarado la guerra a la pobreza”. En 2014, ante 3.000 delegados del Congreso Nacional del Pueblo, el primer ministro chino Li Keqiang dijo basta. En un país de rentas medias —según The Lancet— se pierde en esa ponzoña hasta el 0,8% de sus ingresos. Pero China es una de las naciones más contaminadas del planeta y ha necesitado la increíble cantidad de 98.000 millones de euros para reducir un 25% esa muerte del sol en el área de Pekín. La buena noticia es que se puede solucionar, la mala es el enorme coste.

En noviembre del año pasado el aire en Delhi se volvió irrespirable. Literalmente. Sobrepasó en 11 veces los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). La ciudad soportó en 2016 unos 2.900 millones de dólares en gastos sanitarios. “Este número puede parecer sorprendentemente alto pero el precio global, según las últimas estimaciones, para el país es de 505.000 millones de dólares”, narra Michael Brauer, investigador y profesor de Medicina en la Universidad British Columbia de Vancouver (Canadá). A lo que hay que añadir 50.000 millones en pérdida de productividad.

En esta era del desasosiego, instituciones como el Banco Mundial tratan de crear una trigonometría que despierte las conciencias y los números. Luchar contra la contaminación traza el lado de un triángulo equilátero cuyos vértices convergen en la reducción de la pobreza y un reparto justo de la prosperidad. Porque los recursos que absorbe esa sucia canícula son ingentes. Un estudio (aún en preparación del organismo internacional) calcula que la contaminación del aire cuesta a la Tierra 5,7 billones de dólares al año. El equivalente al 4,4% del PIB de 2016. Es urgente actuar, cada hora ya no hiere, sino mata. “El Banco está financiando proyectos, reformas políticas y programas que afrontan el problema. Además apoya el desarrollo de trabajo analítico y asistencia técnica para identificar iniciativas que mejoren la calidad de vida de los grupos más vulnerables. Es un compromiso respaldado con 8.300 millones de dólares en préstamos”, describe, por correo electrónico, un portavoz de la institución.

El Banco Mundial cuenta con 8.300 millones de dólares para proyectos medioambientales

De hecho, hace poco se aprobaba una partida de créditos por más de 2.100 millones con destino a China (reducción de la contaminación atmosférica), Colombia (tratamiento de las aguas) y Perú (medición de los niveles reales de polución). Porque esa neblina negra se filtra en las casas y roba la esperanza, la vida y el sustento. Solo la polución ambiental les cuesta a seis países de América Latina (entre ellos, Perú, México y Bolivia) entre el 2% y el 3,4% de su riqueza. ¿Pero quién se preocupa? Falta información para comprender el problema real de la contaminación. ¿Cuánta existe? ¿Por dónde llega? ¿Cuáles son las concentraciones? “Vendrá el día en el que los gobiernos no podrán ignorar más el problema. Nuestro sistema económico centrado en el consumismo y en la dependencia de obra de mano barata en países con poca reglamentación laboral o ambiental resulta insostenible. Por no hablar de la polución transfronteriza, que se origina en un lugar y emigra a otro”, advierte Elena Rahona, investigadora de Pure Earth. “Prevenir la contaminación es costoso y ese gasto no siempre lo pagan quienes se benefician de ello. Por lo que llegar a un acuerdo unánime suele ser imposible”, concede Maureen Cropper, profesora en la Universidad de Maryland (EE UU) y execonomista principal del Banco Mundial.

Muchos de esos humos perversos proceden del Viejo Continente. Las autoridades europeas han perseguido las cifras del problema en la convicción de que resulta imposible combatir algo cuyo tamaño se ignora. En 2013, la Agencia Europea de Medio Ambiente cuantificó el precio de la polución del aire causada entre 2008 y 2012 por las plantas industriales. Nadie esperaba una horquilla tan alta. De 329.000 millones a 1,05 billones de euros. Pero desde entonces se ha quedado pequeña. La OCDE y la Organización Mundial de la Salud apuntaban en un informe conjunto de 2015 que la contaminación del aire costaba a las economías europeas 1,3 billones de euros al año en enfermedades y fallecimientos. España se dejaba en ese cielo encapotado el equivalente al 2,8% de su riqueza de 2010. Y parece que solo se escucha el silencio. “El fracaso continuado de los gobiernos en actuar sobre la contaminación del aire pone vidas en riesgo y daña el crecimiento económico. Los beneficios de un aire más limpio en Europa superarían el gasto financiero de las medidas que hacen falta para mejor su calidad. Es hora de parar esta costosa demora y empezar a limpiar nuestro aire”, enfatiza Ugo Taddei, jurista de ClientEarth, una ONG británica de abogados medioambientalistas. Porque el problema no se resuelve solo. De hecho, 23 de los 28 países miembros de la Unión Europea exceden los límites establecidos hace ya 15 años.

Cada dólar invertido en EE UU en luchar contra la contaminación genera 30 de beneficio

La polución amenaza las cuentas y el futuro del Estado del Bienestar, sobre todo en naciones tan envejecidas como España. Es el resultado de mezclar los avances médicos y las corrientes demográficas. “A medida que la población aumenta y envejece somos más susceptibles a lo que llamamos enfermedades no contagiosas [frente a las infecciosas] debido a la dieta o el estilo de vida y también a la contaminación del aire. Manejar la carga de unos costes de salud que no dejarán de crecer será un desafío”, cita, utilizando varias fuentes, Katy Walker, científico principal de Health Effects Institute, un organismo estadounidense que estudia los efectos de la polución atmosférica.

Pero el planeta está siendo arrinconado y se instala la falacia de que el medioambiente amenaza la prosperidad. ¿O naturaleza o bienestar? Donald Trump, por ejemplo, lidera una inquietante cruzada contra las regulaciones medioambientales que denomina “mata-trabajos”. “Toda normativa” —defendió el año pasado— “debe pasar un test sencillo: ¿Hace la vida mejor y más segura para los consumidores y trabajadores estadounidenses?” El mandatario olvida que las regulaciones medioambientales “hacen” justamente eso: la vida mejor y más segura a todos. “La descarbonización de la economía no tiene porqué significar ni pérdida de empleos ni una subida de las tarifas eléctricas”, valora Luis Padrón, analista de Ahorro Corporación. Esto es cierto en algunas industrias y más difícil de cumplir en otras. Cualquier lucha efectiva contra la polución producida por los combustibles fósiles pone en riesgo puestos de trabajo. La consultora Nera estima que mitigar los gases de efecto invernadero le costará a EE UU más de 31 millones de empleos en 2024.

Sin embargo, la Tierra y las vidas que la habitan exigen el cambio. La contaminación provocada por las 15 centrales térmicas de carbón que existen en España cuesta en bajas y gastos médicos entre 800 y 1.700 millones de euros anuales. Son los datos —referidos a 2014— que defiende el Instituto Internacional de Derecho y Medio Ambiente (IIDMA). No es un juego de suma cero pero hay que jugarlo. La OCDE estima que las inversiones en infraestructuras verdes deberían alcanzar los dos billones de dólares (el 2% del PIB mundial) anuales entre 2012 y 2030 si se quiere un planeta que apenas emita dióxido de carbono. Hay que invertir para no contaminar. “La economía será una fuerza más poderosa que las regulaciones o la política en la transición del mundo hacia las energías limpias”, vaticina Luciano Diana, gestor de Pictet Global Environmental Opportunities y recuerda que en EE UU la energía eólica ya es la fuente más barata (25 dólares por megavatio hora).

Pero la memoria a veces miente y la contaminación del aire, entreverada en la vida cotidiana, se vuelve una amenaza asumida. Aunque quizá no sea ni la más acuciante ni la más cara. “La polución atmosférica es un problema muy serio pero existen otros contaminantes que pueden ser igual o más costosos, pero nos falta la información necesaria para estar seguros”, alerta Robert Smith, investigador del Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible (IISD). Es un miedo nuevo, casi un murmullo: “Disruptores endocrinos”. Son compuestos químicos que replican hormonas y pueden interferir en el normal funcionamiento del metabolismo de animales y personas.

Los investigadores repiten que hacen falta más estudios y datos. ¿Cuánto plástico, por ejemplo, engullen las mareas al año? ¿Cuánto cuesta al planeta? La primera pregunta quizá sea la más fácil de responder. Desde los años 50 se han producido 8.300 millones de toneladas de residuos plásticos y solo se ha reciclado o incinerado el 21%. El resto ha acabado en la naturaleza, desperdigado sobre las calles o acumulado en vertederos mientras nos sumimos —como ironiza The New York Times— en la era del ‘plasticoceno’. La revista Science Advances publicaba en julio pasado el primer estudio que analizaba la producción histórica de esta sustancia. En 2050 unas 12.000 millones de toneladas se amontonarán en basureros y sobre el paisaje. Entonces se abrirá una brecha que verterá en los océanos cinco millones de toneladas a los mares. En esos mismos días podría haber más plástico —en términos de peso— que peces en las aguas del mundo.

“Ahora está bien claro que tenemos que resolver este problema”, cuenta Erik van Sebille, oceanógrafo de la Universidad de Utrecht (Holanda). “Básicamente evitando que esta sustancia entre en los mares porque una vez dentro se fragmenta en pedazos tan pequeños que resulta difícil eliminarlos todos”. Pese a la dificultad, Roland Geyer, profesor de la Universidad de California, quien además lideró el ensayo de Science Advances, aporta esperanza. “Los políticos y la industria del plástico aseguran que están comprometidos a abordar el problema. Ojalá que detrás de las palabras vayan los hechos”.

Porque el reloj se está quedando sin minutos. La firma Trucost —una rama de investigación de Standard & Poor’s— calcula que los daños que provoca el plástico en el litoral marino alcanza los 13.000 millones de dólares al año. Son datos de 2014. Hoy la presión de esos desechos sobre la biodiversidad, las pesquerías o el turismo es aún más elevada. En aquellas fechas los expertos estimaron en 139.000 millones anuales el peaje social y medioambiental de esta contaminación en el planeta. Una llamada de atención a la Tierra. ¿Pero hay alguien, ahí fuera, escuchando? “Creo que las políticas sobre contaminación pueden perfeccionarse para mejorar tanto su eficiencia como los resultados sobre la salud”, relata Nicholas Muller, profesor de Economía en la Universidad Carnegie Mellon.

“Sin embargo que existan programas reguladores a gran escala en muchos países desarrollados demuestra que las sociedades saben que tienen que reducir las emisiones en la atmósfera y la contaminación en los mares”. La ONU sostiene que el precio de los vertidos alcanza entre 200.000 y 800.000 millones de dólares al año. Y fenómenos como la acidificación (aumento del dióxido de carbono disuelto en las aguas) de los océanos podrían costar 1,2 billones de dólares anuales en 2100. ¿Se puede detener el deterioro y el tiempo? “La clave es la concienciación, si los Gobiernos se conciencian en la lucha contra el cambio climático y la contaminación, detrás irán los ciudadanos”, prevé José María Elguero, director del Servicio de Estudios de la aseguradora Marsh.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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