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Columna
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Dando tumbos hacia una guerra comercial

El problema entre EE UU y China no es el que Trump cree que es, y lo está empeorando con sus acciones

Paul Krugman
La mayoría del déficit comercial de EE UU con China es, indirectamente, con otros países, que fabrican componentes que se ensamblan en el país asiático (en la foto, una fábrica de ordenadores en la provincia de Hubei)
La mayoría del déficit comercial de EE UU con China es, indirectamente, con otros países, que fabrican componentes que se ensamblan en el país asiático (en la foto, una fábrica de ordenadores en la provincia de Hubei)Darley Shen (Reuters)

"Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar". Eso declaraba Donald Trump hace unas semanas, tras anunciar la imposición de aranceles al acero y el aluminio. Lo cierto es que las guerras comerciales rara vez son buenas, y no son en absoluto fáciles de ganar, en especial si uno no tiene ni la menor idea de lo que hace. Y de verdad que esta gente no sabe lo que hace.

En cierto modo, es raro. Después de todo, está claro que el comercio es un tema que verdaderamente apasiona a Trump. Intentó destruir la reforma sanitaria del presidente Obama, pero todo dejaba entrever que su principal objetivo era empañar el legado de su predecesor. Quería una rebaja fiscal, pero más para obtener una "victoria" que porque le importasen sus consecuencias. Pero reducir el déficit comercial es desde hace mucho tiempo una obsesión de Trump, de modo que sería de esperar que aprendiese algo acerca de cómo funciona el comercio mundial, o al menos que se rodease de gente entendida en la materia.

Pero no lo ha hecho. Y lo que él no sabe puede perjudicarles y les perjudicará.

En el caso del acero, esto es lo que ha pasado: primero llegó el pomposo anuncio de los grandes aranceles, supuestamente en nombre de la seguridad nacional, lo que enfureció a los aliados de Estados Unidos, que son la principal fuente de nuestras importaciones de acero. Después vino lo que parece una rectificación: el Gobierno ha eximido de dichos aranceles a Canadá, México, la Unión Europea y otros.

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¿Se debió esta rectificación a las amenazas de represalia, o es que el Gobierno no cayó en la cuenta al principio de que los aranceles afectarían principalmente a nuestros aliados? En cualquier caso, es posible que Trump se haya quedado con lo peor de ambos mundos. Ha indignado a países que deberían ser nuestros amigos y se ha forjado una reputación de aliado y socio comercial poco fiable, sin siquiera hacer mucho por el sector al que supuestamente intentaba ayudar.

Y ahora viene el Síndrome de China. El jueves, el Gobierno anunciaba que impondría un gravamen a diversas mercancías chinas, y que los detalles se especificarán más adelante. ¿Y qué pasará ahora?

Seamos claros: en lo que se refiere al orden económico mundial, China es, efectivamente, un mal ciudadano. En concreto, trata de manera irresponsable la propiedad intelectual, apropiándose de hecho de tecnologías e ideas desarrolladas en otros lugares. También subvenciona algunos sectores, entre ellos el acero, contribuyendo a un exceso de capacidad mundial.

Pero aunque su camarilla menciona estas cuestiones, Trump parece obsesionado con el déficit comercial de Estados Unidos con China, y sigue diciendo que asciende a 500.000 millones de dólares. (En realidad son 375.000 millones, pero ¿quién lleva la cuenta?)

¿Qué tiene de malo esta fijación? En primer lugar, buena parte de ese gran déficit es un espejismo estadístico. Hay gente que llama a China el Gran Ensamblador: muchas de las exportaciones chinas están compuestas de hecho por piezas producidas en otras partes, sobre todo en Corea del Sur y Japón. El ejemplo clásico es el iPhone, que está "fabricado en China", pero en el que el trabajo y el capital chinos representan solo un pequeño porcentaje del precio final.

Se trata de un ejemplo extremo, pero forma parte de un patrón más amplio: buena parte del aparente déficit comercial de Estados Unidos con China —probablemente casi la mitad— es en realidad un déficit con los países que venden componentes a la industria china (y con los que China mantiene déficits). Esto a su vez tiene dos implicaciones: Estados Unidos tiene mucha menos palanca comercial sobre China de lo que Trump imagina, y la guerra comercial con "China" enfadará a grupos de países más amplios, algunos de los cuales son estrechos aliados.

Y lo más importante, el excedente comercial total de China no es en la actualidad un gran problema ni para Estados Unidos ni para el mundo en general.

Y digo "en la actualidad" a propósito. Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que Estados Unidos registraba un desempleo elevado y China, al mantener su moneda infravalorada y grandes superávits comerciales, empeoraba aún más ese problema de desempleo. Y por aquel entonces yo pedía que Estados Unidos actuase con firmeza en dicha cuestión.

Pero eso era entonces. Los excedentes comerciales chinos han bajado considerablemente; por otra parte, Estados Unidos ya no tiene un desempleo elevado. A lo mejor Trump piensa que nuestro déficit comercial con China significa que ellos van ganando y nosotros perdiendo, pero no es cierto. El comercio chino —al contrario que otras formas de mala praxis— no es el asunto que necesariamente hay que solucionar en el mundo de 2018.

Y aquí está el problema: al avanzar dando tumbos hacia una guerra comercial, Trump debilita nuestra capacidad para hacer algo respecto a los verdaderos problemas. Si queremos presionar a China para que respete la propiedad intelectual, es necesario reunir una coalición de naciones perjudicadas por los fraudes chinos, es decir, otros países avanzados, como Japón, Corea del Sur y los países europeos. Pero Trump se está ganando sistemáticamente la enemistad de esos países, con cosas como el arancel intermitente al acero y su amenaza de tasar mercancías que, aunque se monten en China, se producen principalmente en otros países.

En definitiva, la política comercial de Trump se está convirtiendo rápidamente en una clase práctica sobre los costes de la ignorancia. Al negarse a hacer su trabajo, el equipo de Trump está perdiendo amigos, y además no consigue influir en la gente.

Lo cierto es que las guerras comerciales son malas, y que casi todos acaban perdiendo económicamente. Si alguien "gana", serán los países que consigan influencia geopolítica gracias a que Estados Unidos está echando a perder su reputación. Y eso significa que, en la medida en que alguien pueda emerger como vencedor de la guerra comercial de Trump, ese será... China.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times Company, 2018.

Traducción de News Clips.

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