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Blusens, la estrepitosa caída del rey del MP3

El fundador de la marca gallega de electrónica, paradigma de los jóvenes empresarios y la globalización, acaba detenido por un receptor para piratear contenidos televisivos de pago

José Ramón García, en los juzgados de Santiago de Compostela.
José Ramón García, en los juzgados de Santiago de Compostela.XOÁN REY (EFE)

Cuando tenía 29 años, José Ramón García quedó con su amigo Miguel Silva, de 31, tomó un folio y empezó a anotar nombres de multinacionales de electrónica con las que soñaba competir: Samsung, Sony, Phillips, LG. Cumplidos los 35, en 2007, recibió de manos del entonces príncipe Felipe el premio al Joven Empresario del Año en España. Aquella temporada, Blusens, la empresa tecnológica esbozada en la hoja en blanco y engendrada por las dotes de los socios para convencer a la banca, que respaldó la idea, se convirtió en reina del MP3 en el país. Las aspirantes a Miss España lucían la marca en los desfiles, los fundadores cerraban el Bernabéu y llenaban la discoteca Pachá para presentar sus nuevos modelos. Incluso creaban el equipo Blusens, que con el tiempo se transformó en Blusens by Paris Hilton, para competir en el Campeonato Mundial de MotoGP. El pasado 28 de febrero, la Policía Nacional detuvo a José Ramón García y a otras tres personas en España.

El magistrado Andrés Lago Louro, titular del juzgado de Instrucción 3 de Santiago, los investiga por un supuesto delito contra la propiedad intelectual y otro de organización criminal. La causa parte de una pequeña caja negra: el WebTV de Blusens, un exitoso aparato en venta desde hace dos años que permitía acceder gratis a contenidos audiovisuales de pago y que con los arrestos ha dejado de hacerlo. La denuncia por facilitar supuestamente el acceso a enlaces piratas de emisiones codificadas fue presentada por Egeda (Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales), y según adelantó Europa Press esta semana se han personado Mediapro y LaLiga en calidad de perjudicadas.

Blu:Sens, con dos puntos intercalados o sin ellos, se convirtió en realidad en 2002 con un capital social de 3.006 euros que pusieron a medias García, presidente ejecutivo, y Silva, vicepresidente. De aquellos folios y aquellas citas entre los dos jóvenes empresarios de Compostela surgió el plan estratégico con el que persuadieron a varios bancos para juntar el millón de euros que necesitaban para arrancar. El nombre elegido, internacionalmente comprensible, evocaba una "sensación azul", el color "favorito" del talentoso jefe, como el brillo de la pantalla de esas tabletas, smartphones y enormes televisores curvos que acabaron fabricando. Los amigos estaban determinados a construir un imperio y ganar mucho dinero desde su tierra natal, una ciudad pequeña y poco industriosa que nada se parecía a Silicon Valley.

Pero tenían claro que para eso había que ser como Zara: colocar ojeadores en el mundo para adelantarse a las tendencias, fabricar en China, fletar aviones para mover la mercancía y en cuestión de horas inundar las tiendas de medio planeta con decenas de miles de unidades de aparatos que incorporarían alguna prestación más que la competencia. A partir de entonces, el primero, con sus trajes de marca y sus pulseras de cuero, su querencia por el marketing, su cuerpo labrado a base de carreras de 400 metros vallas y un porte que recordaba a un Bertín Osborne lozano e hiperseguro, se convirtió en mascarón de proa de la primera firma gallega de electrónica de consumo. Su socio se había afincado en Dubái porque ya trabajaba en Emiratos Árabes para Televés y se dedicó a la internacionalización, aunque poco a poco se fue desvinculando de la empresa y se centró en crear negocios propios en el extranjero.

En un lustro Blusens creció tanto que terminó comprando las factorías de Shenzhen (China) en las que fabricaba. En 2007 dominaba el negocio del MP3, con una cuota de mercado de entre el 15% y el 20%, y para alimentar los aparatos la firma creó su propio sello discográfico. En 2011 llegó a facturar 56 millones de euros vendiendo tecnología en unos 40 países, con tiendas propias y con presencia en casi todas las grandes superficies. Pero poco después la banca que prestó alas a los amigos para llegar a la estratosfera dejó a la compañía en caída libre; el inmobiliario Manuel Jove, que había entrado en 2008, también abandonó el proyecto en 2013; y el sueño de José Ramón García se volvió pesadilla.

La central de compras de Blusens Global Corporation, Blusens Tecnology, SL, entró en concurso de acreedores, con una deuda de 18,5 millones, y en 2017 acabó liquidando. Además, la compañía engrosó la lista de morosos de Montoro y el año pasado la Audiencia de A Coruña condenó a un excargo, y señaló a Blusens como responsable subsidiaria, por un fraude del IVA "en carrusel" cometido en 2005. Un juzgado de lo Mercantil también había condenado a la empresa en 2012 por infringir los derechos de propiedad intelectual en la distribución de un catálogo. En 2013, José Ramón García fundaba Visualiza Business para rehacer su carrera de empresario total y se internaba en sectores tan variopintos como la nutrición deportiva, la moda o las lámparas led. Aun en los peores momentos, este enamorado del marketing era capaz de convocar una rueda de prensa para hablar de la crisis de Blusens y aprovechar una llamada perdida a su móvil (quizás fortuita o perfectamente premeditada) para presentar el que era el nuevo prototipo de smartphone ante las cámaras.

El golpe final llegó el último día de febrero, con el emprendedor modelo detenido en comisaría, seis investigados, ocho registros, 4.600 aparatos intervenidos, los servidores de la empresa cautelarmente inactivos, y la venta y distribución (en 14.000 establecimientos) del WebTV bloqueadas. A la mañana siguiente, los clientes se presentaban en las tiendas clamando al cielo para que les devolviesen el dinero, aunque en algunos foros había usuarios que reconocían que habían "amortizado" su precio (entre 90 y 150 euros) en un mes de películas, series y fútbol de pago. En esa jornada el presidente estrellado de Blusens declaraba ante el juez y a última hora salía en libertad pero con cargos, y con el pasaporte retenido para evitar su fuga a algún lugar de ese mapamundi que él llegó a meterse en el pañuelo.

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