_
_
_
_

‘Action man’ rumbo a Fráncfort

Luis de Guindos ha superado una carrera de obstáculos para alcanzar la vicepresidencia del BCE

Costhanzo

No ha sido tranquila la salida de Luis de Guindos del Gobierno. Se había frustrado en un par de ocasiones (2015, 2017) su candidatura a la presidencia del Eurogrupo. Y ha accedido al puesto de vicepresidente del BCE después de haber sobrepasado el veto del PSOE, la competencia del colega irlandés Philip Lane, el rechazo preliminar de la Eurocámara y la tortura psicológica de Mariano Rajoy, cuya demora en anunciar la identidad del sustituto explica que el ministro de Economía haya tenido que apurar sus horas de abnegación en la sede del paseo de la Castellana como si nunca pudiera llegar realmente a marcharse.

Durmió en el despacho ministerial como un centinela en las dos huelgas generales, aunque De Guindos ha concedido muchas más horas al insomnio en “la tarea de salvar a España”. Es el reconocimiento que le hizo Rajoy cuando presentó el libro de sus memorias. Sucedió en septiembre de 2016. Y se trataba de reconocerle en sentido hiperbólico y formal la proeza de habernos rescatado del rescate, haber reunido un crédito de 40.000 millones de euros y haber convencido a las autoridades comunitarias, a las agencias de rating y a los organismos financieros de la credibilidad resiliente de la nación. No era sencillo recuperar la confianza después del cráter zapaterista, pero De Guindos aportó la obstinación de un pastor mormón e hizo de la doctrina cholista un camino de perseverancia. Es del Atleti el exministro. No de la corriente lastimera ni derrotista, sino de la orgullosa y batalladora.

Partido a partido, kilómetro a kilómetro, De Guindos consiguió sanear las cuentas, reanimar la economía. Y presumir de su hazaña milagrera en España amenazada, otorgándose suficientes méritos como para irritar a Cristóbal Montoro, su perfecto antagonista del Gabinete, su antiguo protector, y también su amenaza específica cuando la bajada de impuestos preelectoral en 2015 puso en peligro la severa dieta del déficit.

Ha trabajado para la familia del PP sin haber pertenecido nunca a ella. Es un cuerpo extraño en Génova

“Un hombre de acción, ante una situación adversa y en medio de unas presiones enormes, busca soluciones guiado solo por un interés, hacer algo bueno por su país. El lector puede percibir el sufrimiento, la angustia y la desazón que vivimos en 2012”. Así presentaba Rajoy al héroe, una mezcla de Indiana Jones y de Braveheart cuya sinopsis evocaba el agujero negro de la economía nacional en el trauma de la herencia socialista, aunque De Guindos interpreta acaso mejor el papel de Tom Hagen en El padrino. Por su alopecia clarividente. Por su talento financiero. Por su habilidad social. Por su capacidad de convencimiento. Y porque trabajaba para la familia del PP sin haber pertenecido nunca a ella.

Un cuerpo extraño en Génova. Un exotismo en Moncloa. Y un hombre de la confianza de Mariano Rajoy a expensas de los recelos que siempre ha suscitado entre sus compañeros de Gobierno. Ahora que se marcha, lo consideran un ingrato y un petulante. Le reprochan haberse colgado más medallas de las legítimas. O de haber sobrevivido al margen de los clanes —los sorayos y los cospedales—, llevando la coral de la política al individualismo del tenis. Su deporte favorito y su territorio de competitividad doméstica. Ni un juego perdona.

Luis de Guindos (Madrid, 1960) ha respondido cuando se le ha urgido a hacerlo. No ya en la megalomanía del plan de salvación nacional, sino en la problemática intervención de Bankia. Depuró sin condescendencia la vaca sagrada de Rodrigo Rato, predispuso el relevo de José Ignacio Goirigolzarri, se avino a inyectar la identidad financiera con 22.224 millones de euros de dinero público, aunque sus opositores en las filas de Podemos y del PSOE describieran la operación de rescate como un maridaje atroz del Estado, el PP y el capitalismo.

Para sus detractores encarna la frialdad de quien entiende más de números que de personas

Es un perfecto enemigo De Guindos, un monstruo, en el imaginario de la izquierda militante. Por los relojes caros que colecciona. Por la altanería con que se expresa. Por su linaje académico. Y por su versatilidad en la puerta giratoria. Ha trabajado para la Administración en toda suerte de cargos y responsabilidades —se fogueó como secretario de Estado de Economía en 2002 con Aznar—, pero también se ha pluriempleado en el engranaje del eje del mal, llegando a ser incluso presidente de Lehman Brothers para España y Portugal, ejecutivo de PricewaterhouseCoopers y consejero en Endesa y del Banco Mare Nostrum.

Semejante trayectoria en las élites, que diría Pablo Iglesias, no le dio la oportunidad de “haber visto nunca entre sus manos un billete de 500 euros”. Propuso retirarlos del mercado para frenar el fraude fiscal y la economía sumergida, pero el escrúpulo hacia los binladenes no conmovió la estupefacción de sus detractores. De Guindos caricaturiza para ellos la encarnación del poder, la evidencia del conflicto de intereses y la frialdad despiadada del político que entiende mucho de números y poco de personas, más todavía cuando se ejecutaron los profundos recortes en el diagnóstico insobornable de la anemia nacional.

La terapia intensiva fue el contexto de las grandes reformas: la del sistema financiero y la del mercado laboral, ninguna de ellas propensas ni propicias a la popularidad del superministro. El último sondeo del CIS (febrero de 2018) le endosaba una nota de 2,9, mejor que el 2,3 de Cristóbal Montoro, es verdad, pero muy lejos del aprobado y del entusiasmo ciudadano.

Ha soportado una presión enorme el ministro. Tan grande que se resistió a repetir legislatura después de haber sido titular de Economía entre 2011 y 2016. Lo hizo con el acuerdo implícito de un salvoconducto. Y el salvoconducto se ha revelado estas semanas en la definición de un puestazo en Fráncfort. Tanto por la relevancia de la vicepresidencia del BCE como por la remuneración. Luis de Guindos ganaba 70.000 euros y percibirá 330.000. Ha prometido defender los intereses de España, pero lo hará lejos de los focos y de la pista, añorándolos menos de cuanto a él pueda añorarlo Mariano Rajoy en el trance más delicado de su vida política. Habiendo sido tantos años Nadal, ahora quiere disfrtutar como Federer.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_