Las grandes flaquezas de Europa
Nicholas Barr, profesor en la London School of Economics (LSE), analiza los tres principales desafíos del continente: el futuro de las pensiones, las consecuencias del Brexit y la inequidad de la educación
Una pequeña mesa, dos botellas de agua y tres temas para dialogar. Pensiones, Brexit y educación. Nicholas Barr (Reino Unido, 1943), profesor de Economía Pública en la London School of Economics and Political Science (LSE), es experto en las grandes flaquezas de Europa.
El continente envejece, la elevada natalidad de otras décadas semeja un sueño y la hucha de las pensiones en muchos países es un monedero a final de mes. Envejecer parece un acto de resistencia. Porque parte del problema lo traen las buenas noticias. Vivimos más años y vivimos mejor. Pero el gran desafío de una existencia expandida es que hay que financiarla. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ya avisó el pasado mes de julio de que las pensiones solo deben actualizarse un 0,25%, al menos hasta 2022.
Barr lleva años estudiando este espacio inflamable y su explicación es un relato de fichas de dominó. Cae la natalidad y la fuerza del trabajo en el futuro será más pequeña. “La única forma de que la economía crezca en este escenario es aumentando la productividad de los trabajadores y esto supone una mayor inversión en el capital físico y en educación para financiar el ahorro”. Una pieza tira a la otra y llega un mundo distinto. La edad mínima de jubilación dentro de dos décadas será de 75 años (“cada vez habrá más personas que quieran trabajar más allá de esta edad”, prevé) y el trabajador podrá decidir entre jubilarse con toda su prestación o recibir un porcentaje y seguir trabajando. El retiro será flexible. “Si tienes una larga generación de pensionistas seguida por una pequeña de trabajadores, entonces las pensiones serán más reducidas y habrá que pagar mayores contribuciones”. En 1999 las personas trabajaban por término medio 40 años y luego la jubilación se alargaba otros 20. Cada dos años de trabajo equivalía a uno de retiro. Hoy esa aritmética ya no existe.
Solos frente a las grandes dinámicas poblacionales, cada país persigue su propio camino. Canadá, Suecia, Holanda y Suiza tienen “excelentes” —apunta el economista— sistemas de pensiones. Mientras que, en el otro lado, Argentina contaba con fondos privados, pero el Gobierno los nacionalizó. Un error. “No existe un modelo de pensiones perfecto y universal. Cada sociedad debe encontrar el suyo”, avanza.
“Cada vez habrá más gente que quiera trabajar más allá de los 75 años”
Esta búsqueda es un proceso doloroso. El FMI admite que las pensiones españoles irán perdiendo poder adquisitivo. Estos días, la pensión media representa el 80% del salario medio. Esta relación —advierte la institución financiera— será más baja en unos treinta años. ¿Consecuencia? Los jubilados tendrán menor capacidad de compra. Barr no quiere entrar en el caso español. “No lo conozco bien”. Pero sus incertidumbres son parecidas a las de otras naciones europeas. Pues todos los sistemas, a su juicio, deberían basarse sobre una idea. “Escoger un fondo de pensiones exige unos conocimientos financieros que muy pocos tienen. En cambio sí saben si prefieren trabajar a tiempo completo, combinar la jubilación con un empleo en horario parcial o sí quieren retirarse al alcanzar la edad mínima de jubilación. Estas elecciones son más sencillas que seleccionar un fondo. Tienes que diseñar un sistema que no obligue a la gente a tomar decisiones y si tiene que hacerlo dale opciones simples”.
Existe un cierto paralelismo de esa mirada con el Brexit. Una opción sencilla (salir o quedarse de la UE) que escondía unas consecuencias complejas (depreciación de la libra, caída del crecimiento) que pocos entendieron. Dentro de las múltiples lecturas que se han ido sucediendo el economista turco Dani Rodrik —amigo de Nicholas Barr— advierte de la “imposible trinidad”. El arranque resulta claro. “Democracia, soberanía nacional e integración económica global son incompatibles entre sí”, alerta Rodrik. ¿Lo saben los británicos? “Nuestro debate antes del referéndum fue absolutamente horrible. La sociedad estaba mal informada, se contaron mentiras. La gente que hizo campaña negó esa trinidad. Dijeron: ‘podemos tener todos los beneficios del mercado único y podemos controlar la emigración. Y sin ningún coste económico’. No es así. Si quieres integrarte en la economía europea debes ceder soberanía”, admite Barr.
Consecuencias terribles
¿Qué ocurrirá sí al final el Reino Unido se queda fuera del mercado único? “Las consecuencias serían terribles, veremos una enorme caída económica”, sostiene. Una reflexión que lleva a una falacia. “Hay quienes creen que habrá un bajón, pero después creceremos más rápido. Este es el mismo argumento de los antiguos países comunistas del centro de Europa y del Este. Pero Polonia, que fue la nación que tuvo mejores números, tardó 15 años en recuperar su nivel económico. Resulta muy optimista pensar que creceremos después de un descenso tan brusco”.
Esas nubes oscuras que pasan también nublan la educación. El Reino Unido tiene las universidades públicas más caras del planeta convirtiéndose para muchos chicos en una ratonera económica. ¿No habría que aliviar la carga? “No es injusto tener tasas universitarias, es injusto no tenerlas”, afirma. “Sí todo lo pagara el contribuyente entonces la gente pobre estaría financiando la educación de los ricos. Lo que provoca que las personas con bajos recursos no vayan a la universidad no son las tasas sino que no lo hacen lo suficientemente bien en secundaria”. La frase, suspendida en el diálogo, exige una aclaración.
Barr defiende que la clave radica en las primeras edades de la enseñanza, y recuerda una frase de Charles Clarke, antiguo secretario laborista de Educación. “Si yo fuera un verdadero socialista, no gastaría ni un solo penique en educación superior; lo gastaría en educación infantil”. Esa frase muestra cómo la financiación de los estudios es un problema grave en el Reino Unido. Este economista lleva 20 años defendiendo “un diseño correcto” de los préstamos universitarios. Es un modelo similar al que ya aplican algunas escuelas de negocios. El alumno obtiene un crédito para financiar su formación que paga con un porcentaje de sus ingresos futuros.
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