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Gustavo Grobocopatel | Presidente del grupo agrícola Los Grobo

“En Argentina somos 40 millones de habitantes y producimos para 400”

“Hay que concretar el acuerdo de libre comercio UE-Mercosur, si no todo es utopía”

Gustavo Grobocopatel es conocido en el mundo agrícola como El rey de la soja.
Gustavo Grobocopatel es conocido en el mundo agrícola como El rey de la soja. Samuel Sánchez

Gustavo Grobocopatel (Carlos Casares, Argentina, 1961) es conocido en el mundo agrícola como el Rey de la Soja. El mote se lo ganó gracias a los beneficios que le aportó ese grano. Fundador y presidente de Los Grobo, una empresa nacida en 1984 y que factura 700 millones de dólares al año, el empresario tiene la receta para que el país sudamericano —el tercer productor de la leguminosa en el planeta, después de EE UU y Brasil— deje de ser “el granero del mundo” y se convierta en “el supermercado del mundo”, dice antes de una reunión con los socios del Consejo Empresarial Alianza por Iberoamérica (CEAPI), celebrada en la Casa de América en Madrid.

Pregunta. En 2016 vendieron el 75% de Los Grobo al fondo Victoria Capital, que además inyectó 100 millones de dólares en la firma. La expectativa es duplicar en cuatro años la facturación, hasta los 1.400 millones. ¿Qué ven en el mercado para que ocurra eso?

Respuesta. Hay un crecimiento muy grande de la producción agrícola en Argentina, que ya experimentamos este año. Estamos llegando a casi 130 millones de toneladas y pensamos que en los próximos años vamos a llegar a 150 millones. Este alza vendrá acompañada de una consolidación en las compañías del sector. Los Grobo deberán ser uno de los líderes que aprovechen esta oportunidad. Eso significa vender más servicios y estar más presentes y activos en las distintas cadenas de valor vinculadas a los granos. Duplicar un negocio, que ahora crece un 30%, nos parece que es un objetivo alcanzable.

P. La producción ha sufrido en los últimos años. ¿Cómo enfrentar ese bache?

R. Me parece que el camino de crecimiento en la producción es inevitable, porque la demanda mundial es consistente. Argentina es un país muy competitivo en los mercados internacionales, aun con los precios a la baja y el aumento de costes.

P. Los precios ya no son los de 2012, cuando llegó la tonelada de soja a los 600 dólares…

R. Tampoco son los precios de 2000, cuando se vendía a 150 dólares la tonelada. No veo que bajen porque la gente no va a dejar de comer; al contrario, la demanda, por lo menos en los próximos 20 años, es creciente. Si es así, se requiere poner en producción nuevas zonas, y eso significa precios más altos. Claro, habrá mucha volatilidad en el camino. No estamos exentos de que haya un problema climático en EE UU o en algún otro lugar del mundo que genere una explosión de precios cercanos a los 600 dólares. Pero ahora no hay ningún fundamento para eso.

P. Estados Unidos, el mayor productor de soja en el mundo, se distancia de China, el mayor comprador del grano. Además, Brasil está en crisis. ¿Cómo aprovechará Argentina esta coyuntura?

R. Argentina tiene una gran capacidad de exportar alimentos, somos 40 millones de habitantes y producimos alimentos para 400 millones. Debemos aprovechar esa capacidad. Para lograrlo, el país tiene que integrarse más al mundo, el Estado tiene que ser más eficiente y estimular a los emprendedores.

P. La economía argentina no está en su mejor momento y las inversiones no cuajan. ¿Cómo impactará esto en la agroindustria?

R. Tenemos desequilibrios que vienen de varios años atrás y este Gobierno ha decidido arreglarlos de forma gradual. Argentina usualmente los solucionaba a través de un shock [cambios drásticos en las políticas económicas], y eso ha costado mucha pobreza y sacrificio a la gente. Los problemas se están resolviendo de forma gradual para no generar esos impactos duros del pasado, pero con esto no se crea una reactivación inmediata en la economía, porque las oportunidades se ven al largo plazo.

P. ¿Cómo puede Argentina pasar de ser el granero al supermercado del mundo?

R. Para conseguirlo hay que concretar el acuerdo de libre comercio Mercosur-Unión Europea; sin el tratado, el objetivo solo será una utopía. Tenemos que integrarnos en el mundo para empezar a ser un supermercado.

P. El acuerdo lleva más de 20 años discutiéndose y no se ve la luz al final del túnel…

R. La discusión hoy es la siguiente: una integración mayor entre los principales importadores de alimentos del mundo, como Europa, con los principales exportadores del mundo, como el Mercosur [Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, sin Venezuela, que ha sido suspendido], genera una nueva plataforma de inversiones integradas. Me parece que la discusión no es proteger ni el Mercosur ni a la UE, sino cómo nos integramos más a partir de la construcción de empresas mixtas.

P. ¿Eso significa que Europa debe abrirse mucho más al consumo de los transgénicos, ampliamente usados en Argentina?

R. En Europa ya se consumen transgénicos. Es probable que un jamón y un queso tengan en la base un alimento para la vaca y el cerdo con soja transgénica y no pasa nada. Más allá de eso, nosotros podemos producir lo que los consumidores europeos quieran. Podemos hacer una agricultura orgánica, que tiene otro coste, pero es compatible con la forma de producción que tenemos.

P. ¿El mundo está predestinado a los transgénicos?

R. En 1994 Argentina producía 50 millones de toneladas de granos y hoy producimos 130 millones, la mayoría transgénicos. Esta tecnología ha aumentado la productividad y ha abaratado los alimentos, por eso hay más pobres que comen. Es una forma bastante eficiente de combatir la pobreza. No es un mito. Pero los transgénicos no son la panacea, hablar de ellos ahora parece algo medieval. Hoy se habla de la vida artificial en el mundo agrícola y del procesamiento de los genes. Ahora las empresas ya no invierten en transgénicos.

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