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Columna
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La captura del Estado

A los intentos de “captura del regulador” se han añadido los de captura de la Justicia

Joaquín Estefanía
Pablo Iglesias pasa junto al escaño de Mariano Rajoy
Pablo Iglesias pasa junto al escaño de Mariano RajoySUSANA VERA (REUTERS)

Uno de los aspectos positivos de la moción de censura contra Rajoy, discutida en el Parlamento la pasada semana, ha sido la de ayudar a emerger con fuerza uno de los aspectos que debilitan la calidad de la democracia española: el capitalismo clientelar, esa especie de corrupción indirecta que es el uso del Estado, sus instituciones, sus departamentos ministeriales,... para favorecer los intereses económicos y electorales del partido en el Gobierno y sus amigos. Es lo que en ese debate se denominó "parasitación de las instituciones", que el presidente de Gobierno dijo no entender.

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Rajoy debe ponerse al día y leer el ya clásico Por qué fracasan los países (Acemoglu y Robinson, Ediciones Deusto) que explica cómo las instituciones políticas inclusivas (abiertas, basadas en el mérito y en la capacidad) suelen ser el resultado de un conflicto entre las élites que se resisten a la igualdad de oportunidades, entre personas y partidos, y los ciudadanos que desean limitar el poder político y económico de esas élites.

Este es el asunto. Durante la Gran Recesión hemos visto en el mundo abundantes ejemplos de "captura del regulador": cuando una agencia regulatoria creada para defender el interés general actúa a favor de intereses políticos o grupos de interés del sector que ha de vigilar. El papel de los reguladores en este periodo ha sido muy frágil: o porque el regulador no quería ejercer con eficacia su función (la captura del regulador), o porque no creía en su función (la mejor regulación es la que no existe o, en su defecto, la autorregulación), o porque no podía (porque eran organismos demediados, sin medios para actuar o sin facultades legales para hacerlo).

Pero en los últimos tiempos, a los intentos de "captura al regulador" se han añadido los esfuerzos por capturar a la Justicia, que debería ser el mecanismo de cierre del control público democrático sobre los Gobiernos y sobre los poderes fácticos de una sociedad. En la moción de censura varios representantes se preguntaron si en España se trata a los poderosos con la misma vara de medir que a los demás; si la Justicia disuade o no de manera efectiva de incurrir en comportamientos clientelares o si es una última valla en demasiadas ocasiones fácil de saltar. Todos estos asuntos están desarrollados en un tan extraordinario como polémico libro titulado Contra el capitalismo clientelar, del colectivo Sansón Carrasco (Península).,

En su Corrupción y política. Los costes de la democracia (Galaxia Gutenberg), Javier Pradera distinguía entre la corrupción negra, la corrupción gris y la corrupción blanca. La política clientelar, que forma parte de la última, acaba conduciendo a los otras dos. El nombramiento de jueces y fiscales afines ideológicamente es el último ejemplo de la corrupción blanca, que lleva a casos de corrupción de tonalidad más intensa como los amaños de concursos de adjudicaciones de contratos, la utilización de dinero empresarial para las campañas políticas a cambio de favores en los negocios, o la compra-venta de decisiones públicas.

Bueno que se hable de ello. La moción de censura no ha resultado inútil.

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