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Columna
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Mentira de la fiebre

José Ángel Sánchez Asiaín: la buena sombra de la vida de un banquero

Juan Cruz
José Ángel Sánchez Asiáin, en una entrevista en 1987.
José Ángel Sánchez Asiáin, en una entrevista en 1987.RAÚL CANCIO
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Muere José Ángel Sánchez Asiaín, el primer banquero español moderno

En el capítulo Mentira de la fiebre, de la impresionante novela de Fernando Aramburu Patria (Editorial Tusquets), se produce un diálogo que causa ese escalofrío retrospectivo que ocurre sobre algo que ya pasó (y de alguna manera sigue pasando) pero que acude de pronto a la memoria del presente. Como si fuera la pesada carga de la vida, siempre recordando las amenazas sufridas.

La hermana de un asesino de ETA, central en la novela, se niega a glorificar a un terrorista y simula que tiene fiebre. Frente a la algarabía de los que sí van a la plaza del pueblo a celebrar (a celebrar) el funeral, ella se queda en casa con "la mentira de la fiebre", porque no se quiere solidarizar con aquel "caudillo de verdugos". Ese "caudillo de verdugos" era Txomin Iturbe.

La chica se quedaba en cama, con "la mentira de la fiebre". "Y con la espalda recostada contra la almohada" imita las órdenes del verdugo que pasaba a lo gloria: "Matad a fulano, matad a mengano".

Menganos y fulanos hubo cerca de mil, todos muertos; en la orla que les pusieron encima los etarras no eran imprescindibles muchas razones; y a veces era mejor que no hubiera razones. Un apellido que no sonara a euskera, un trabajo en Rentería, un tipo que oliera a franquista, que no fuera "de los nuestros". Y, finalmente, el asesinato y, casi siempre, el silencio.

De eso va la novela, también, del silencio. Y produce tanto escalofrío como la pesadilla mientras ésta duró. Se acabó la violencia, pero no se ha acabado la sintaxis de la violencia. Si lloras por ese, se lee en Patria, me voy a dormir al otro cuarto. Los buenos, los malos. Los nuestros, los enemigos. Esa era la sintaxis; esa sintaxis no ha muerto. Y los que la mantienen viva saben qué daño hacen las palabras. Son señales; antes servían de diana, ahora marcan como una diana. Cuidado, donde hay una definición aviesa se marca una amenaza. Un insulto retrospectivo.

Ahora que ha muerto un buen hombre, un hombre excelente, José Ángel Sánchez Asiaín, del que ha escrito tan excelente perfil Miguel Ángel Noceda en este periódico, vi en la red de redes, Twitter, algunas alusiones aviesas a este buen bilbaíno, apasionado de las artes y de la vida, al que una de esas tachaduras que abundan en tal red denominaba "banquero franquista". Vaya por Dios. Pío Baroja, Di Stefano, Ernest Hemingway, Unamuno Lola Flores, Recalde, Aranguren, Ridruejo, tantos vascos, y tantos catalanes, y andaluces, y canarios, y madrileños del Madrid heroico, que vivieron y trabajaron bajo Franco y en aquel ambiente sociológico y político asfixiante y envolvente, que se ramificó hasta el tuétano en sociedades donde ahora parece que ese tiempo sucedió como un polvo de estrellas..., toda esa época condenada al mismo basurero de la historia. Incluido, claro, el noble banquero que nos dejó ahora. Todos franquistas; total, como no hay memoria mejor meter en la desmemoria a todo dios. Da igual, ese es el nivel que iguala el lenguaje de la red.

A la Transición se la quisieron cargar los franquistas y estos antifranquistas del insulto retrospectivo. Por franquista. El franquismo como orla que permitía, en los años de plomo, que un verdugo oculto en su capucha dijera la frase que imitaba Arantxa, el personaje de Patria: "Matad a fulano, matad a mengano". Para que aprenda, para que aprendan otros.

Ese terror pasó a la historia, pero no abandona la mente de la historia. Y si no se recuerda que lo que escribe Aramburu tiene más actualidad que pasado estaremos condenados a que nos señalen con el dedo por leer a Pío Baroja, por ejemplo, aquel renegado.

Como si la Patria en la que viven fuera la patria de ellos, mientras que la otra patria es el infierno donde habitaron Franco y otros ángeles malos a los que ese dictador dominó con su látigo hasta convertirlos en perversos lacayos. Si Franco los oye les hace un monumento.

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