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Bruselas y las urnas fuerzan otra política fiscal

Brexit y los populismos llevan a la Comisión Europea a recomendar un estímulo de 50.000 millones para salir de la trampa económica y política en la que se ha metido la eurozona

Claudi Pérez
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.EFE

Los Gobiernos de medio mundo respondieron a la caída de Lehman Brothers con potentes estímulos fiscales en medio de un pánico atroz a una Gran Depresión. Europa se asustó pronto: el bucle diabólico entre crisis financiera y de deuda acabó en un reguero de rescates y activó la política de austeridad en 2010, también conducida en gran medida por el pánico. Berlín, de la mano de Bruselas, levantó el pie del freno en 2014, pero solo consintió estímulos monetarios.En medio de la enésima mutación de la Gran Crisis —Brexit, Trump, el temor a fuerzas antiestablishment—,  Alemania se queda sola. Bruselas acaba de reescribir el relato económico de Europa: la Comisión recomienda un estímulo fiscal de 50.000 millones contra la opinión de Berlín. El (tímido) regreso de Keynes a la Unión se explica por la incertidumbre económica, pero sobre todo por el riesgo político. De nuevo el pánico: esta vez a la pujanza del populismo en las próximas citas electorales.

Esos 50.000 millones quizá no sean deslumbrantes comparados con el billón de dólares que ha anunciado Trump. Más aún cuando corresponde a las capitales gastar ese dinero. Pero se trata de una señal política de primera magnitud: los tiempos, viene a decir Bruselas, están cambiando.

La Comisión ha tirado a la basura los castigos que pendían sobre España y Portugal por incumplir el déficit. Y ha decidido pasar por alto que un tercio de los presupuestos no respetan las reglas fiscales. París ha anunciado que gastará más en seguridad. Roma, en refugiados y en reconstruir las zonas devastadas por terremotos.

Incluso Berlín prepara una rebaja de impuestos y ha prometido fuertes inversiones en defensa, imprescindibles ante el cambio de actitud de EE UU en la OTAN. La expansión fiscal, en fin, estaba llegando por la puerta de atrás, con la boca pequeña, con esa forma tan europea de silbar mirando hacia otro lado cuando una mano exige respetar las reglas y la otra hace más o menos lo contrario. Hasta que Bruselas ha decidido levantar la voz.

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“La recuperación es débil. Y hay nuevas fuentes de incertidumbre tras el referéndum británico y otros desarrollos geopolíticos que aconsejan una expansión fiscal”, resume la Comisión, que reclama un esfuerzo a los países con abultados superávits comerciales y más espacio fiscal: Alemania, Holanda y compañía. Bruselas es consciente de que eso traerá cola.

El ministro alemán, Wolfgang Schäuble, lleva años enfrentándose a propuestas similares del G-20 y el FMI: “Somos muy críticos con la propuesta”, dijo su portavoz el viernes. Jeroen Dijsselbloem, el jefe holandés del Eurogrupo, va aún más allá: “La Comisión es ambiciosa cuando no tiene nada que decir. Ojalá mostrara esa ambición donde sí tiene voz: en la aplicación de las reglas fiscales”.

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“No habrá mutualización de deuda mientras yo viva”, ha dicho la canciller Angela Merkel. Berlín rechaza una expansión fiscal, y también la creación de alguna forma de eurobonos, que darían un plus de confianza a Europa y apaciguaría los miedos que hoy existen sobre el futuro del euro (“una crisis política tras malos resultados en Italia, Holanda o Francia avivaría la especulación”, apunta Bilal Hafeez, de Nomura).

Tanto Alemania como la Comisión saben que la UE debe elevar su gasto militar tras la victoria de Trump hasta el 2% del PIB que exige la OTAN: eso supondría inyectar 90.000 millones, según Bruegel. Hay una forma de empaquetar esas dos necesidades, estímulo y gasto en seguridad: Bruselas le está dando vueltas a la posibilidad de presentar alguna forma de eurobono para financiar gastos en defensa, o al menos activar un fondo con varios centenares de millones de euros, con una estructura similar al Plan Juncker. “Eso formaría parte del cambio de dirección de la política económica, aunque la dimensión de ese impulso sea aún muy moderada”, apunta el economista Xosé Carlos Arias.

La pregunta clave es si ese cambio es positivo, si llega a tiempo y si se queda o no demasiado corto. Goldman Sachs estima que aportará medio punto de PIB. Y la mayoría de los analistas coincide en que Europa está muy necesitada de ese soplo de aire: con el único estímulo del BCE, y pese al petróleo y el euro baratos, presenta la recuperación más mediocre del Atlántico Norte. Reino Unido y EE UU, con una gestión distinta (estímulos monetarios y fiscales), han cosechado mejores resultados. Esa expansión fiscal, según los organismos internacionales, permitirá luchar contra la trampa de frágil recuperación, alto paro, endeudamiento abultado, desigualdad lacerante, dudas eternas en el sector bancario y, ahora, riesgos en la arena política.

Los expertos subrayan el alto voltaje político de ese movimiento. Pero piden más. “Demasiado poco, demasiado tarde”, asegura a este diario el exministro griego de Economía Yanis Varoufakis. “El daño causado después de ocho años de respuestas políticas ineptas ha estropeado tanto la economía que ajustes marginales solo obtendrán diferencias marginales”, ataca antes de reclamar una expansión 10 veces mayor a través del Banco Europeo de Inversiones.

El giro de Bruselas es simbólico; pero los símbolos cuentan. “Se trata de un cambio interesante, aunque mantenga la vieja música del Pacto de Estabilidad”, apunta Charles Wyplosz, del Graduate Institute. “La Comisión acaba por fin con el estado de negación que le llevaba a sostener, contra toda evidencia, que la política fiscal no puede impulsar el crecimiento. El Brexit será duro, y el miedo a Le Pen, Grillo, Wilders y compañía obliga a redefinir la política fiscal”, añade.

Los críticos, como Varoufakis, apuntan que el impulso se quedará corto

Las dudas son enormes, “pero el mero hecho de pensar en una política para la zona euro en su conjunto es un avance”, afirma Alessandro Leipold, del Lisbon Council. “Bruselas se apunta al fin a aquel discurso de Draghi en Jackson Hole en 2014”, recuerda, “aunque hay que esperar a la reacción alemana, que de momento es negativa”. “La propuesta tiene lógica económica y debe acompañarse de una exigencia para que los países con mayor margen de maniobra reduzcan también sus excedentes de ahorro elevando sus inversiones públicas y privadas”, dice el exvicepresidente comunitario Joaquín Almunia.

Todas las miradas están fijas en Alemania. Pero la actual constelación política europea beneficia a Bruselas pese a la negativa inicial de Berlín. La sucesión de elecciones que se acercan facilita las cosas incluso entre los socios más halcones del euro. “La eurozona necesita un impulso, y a la vez debe gastar, imperiosamente, en defensa y seguridad: la expansión fiscal vendrá, muy probablemente, por ese capítulo de consenso”, dice Hans Kundnani, de la German Marshall Fund.

Detrás de cada problema político suele haber un problema económico. Y detrás de todo problema económico hay una idea; la idea, en este caso, es claramente alemana: la austeridad y las reglas impuestas por Berlín “han sido una camisa de fuerza que ha provocado estancamiento, ha elevado el paro a cotas insoportables y ha generado un descontento creciente. Es hora de repensar las reglas en vez de forzar continuamente su interpretación”, critica Paul De Grauwe, de la London School.

Bruselas, que siempre defiende esas normas, acaba de verle las orejas al lobo: “Suenan las alarmas ante la sospecha de que seguir con las mismas políticas podía acabar llevando a la UE al desastre”, concluye Pascal Petit, de la Universidad París 13.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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