Muerte lenta de la gobernanza económica
La tasa de las transacciones financieras, muy desdibujada, está a punto de retrasarse de nuevo
Para dentro de dos semanas, el 11 de octubre, está convocado un Consejo de Ministros de Economía de la Unión Europea (Ecofin). Estaba previsto que en él se abordara, por fin, la Tasa de Transacciones Financieras tantas veces paralizada. Si no cambian las cosas, la tasa experimentará un nuevo tumbo hacia delante, se suspenderá la discusión y se dejará para el mes de diciembre. Es un ejemplo más de cómo la dejación de los asuntos económicos, por problemas políticos en el seno de la UE, está conduciendo a una muerte lenta de aquello que se llamó gobernanza económica. Y ello a pesar de que la mayoría de los estudiosos atribuyen la principal causa de la aparición y multiplicación de los populismos a la forma de abordar las dificultades económicas en el seno de la zona.
Para crear la Europa unida, los padres de la misma se apoyaron en la economía, empezando por la Comunidad Europea del Carbón y del Acero hace 65 años. Hora es ya, parece, que la política sustituya a la economía como motor principal del club. Sin embargo, de la cumbre de Bratislava del pasado fin de semana no se derivó ningún mensaje concreto respecto a una unión económica más acompasada a la monetaria, con procedimientos como la armonización fiscal, lo que resta de unión bancaria, la reforma del pacto de estabilidad y crecimiento tras sus incumplimientos aceptados, etcétera. Todo ello en el marco de una coyuntura estancada o de muy bajo crecimiento.
El ejemplo de la Tasa de las Transacciones Financieras es perfectamente desestimulante. Durante el ya largo camino de su implantación se han ido quedando por el camino tanto un grupo de los países que componen la UE (sólo quedan 10 que dicen que la van a aplicar algún día), como una buena parte de los productos financieros sobre los que iba a ser aplicada (lo último, la compraventa de la deuda soberana). Y a pesar de este continuo desdibujamiento, parece imposible que llegue a buen puerto una iniciativa que trataba de dificultar –mínimamente- la especulación financiera de muy corto plazo, y de conseguir algunos ingresos que hiciesen menos sangrante la diferencia entre los impuestos al capital y los impuestos al resto de los segmentos de la economía real (consumo, impuestos al trabajo de las personas físicas y a los beneficios de las empresas).
La tarea de los lobbys financieros en Bruselas y en las capitales de los países europeos no cesa. El argumento de que en el actual entorno financiero de tipos de interés negativos, con algunos bancos a punto de necesitar nuevas rondas de capitalización pública, una tasa de este tipo complicaría las cosas, es sólido. Pero ello vale para cualquier reforma: nunca es el momento para aplicarla; lo mejor es hacer permanente el statu quo. Con la misma lógica, el año 2017 tampoco será la época para activar la tasa en cuestión porque a los problemas económicos cotidianos se une la incertidumbre política: los dos principales países de la Unión, los motores de la misma, Alemania y Francia, tienen elecciones. Diversos organismos de la sociedad civil europea están tratando de hacerse oír, frente a adversarios tan poderosos, para que se acelere de una vez este proceso de cooperación reforzada, aunque sólo sea en una decena de países.
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