“En las crisis, el salario mínimo se vuelve un enemigo del empleo”
El economista jefe para América Latina del Banco Mundial, el chileno Augusto de la Torre, dice que los sueldos base deben "garantizar una vida razonablemente humana"
En Europa, hablar de recortar el salario mínimo constituye un tabú social. No lo es para Augusto de la Torre (ecuatoriano, 1953), economista jefe del Banco Mundial para América Latina, que considera que el salario mínimo se vuelve un enemigo para el empleo cuando la economía se pone cuesta arriba y el paro crece, como es el caso de muchos países de América Latina en la actualidad. Y es partidario de que a esta conquista de los trabajadores (“de la que ya hablaba Marx”, recuerda), no sea vista como un absoluto, sino a la luz de los ciclos económicos. “Es un tema delicado, ligado a cuestiones filosóficas e ideológicas. En el mundo moderno ese salario mínimo debe garantizar una vida razonablemente humana. Pero conviene evitar los apasionamientos y mirar a lo que importa, que es la calidad del empleo”, añade.
El economista explica que el trabajador cualificado, con habilidades y estudios, no se preocupa del salario mínimo, ya que gana bastante más. “Pero a quien preocupa, porque debe emplear a los cualificados y a los no cualificados, es a la empresa. Y si ese salario mínimo es muy alto, pues no contrata”. Y prosigue: “Y entonces puede ocurrir una cosa que no esperábamos. Queríamos proteger al trabajador para que tuviera una vida decente, se nos fue la mano por cuestiones políticas y, en tiempos de retroceso de la economía, ese salario mínimo se vuelve un enemigo para el empleo”.
El economista jefe del Banco Mundial recuerda que, al contrario, es decir, en tiempos de bonanza financiera, subir el salario mínimo, como ocurrió en Brasil hace años, es una buena idea, ya que funciona como palanca económica. Pero no en tiempos negros: “El salario mínimo no es enemigo del empleado, claro, que está contento, tiene voz y está organizado. A quien no se escucha tanto es al desempleado, que no está organizado. Así que se crea una especie de desigualdad, ya que el que está peor de todos, el desempleado, no puede hablar”. Y propuso algunas fórmulas para volverlo más maleable: que sea distinto según las empresas, ya que las empresas pequeñas tienen más problemas para contratar que las grandes; o que sea diferente según la edad de los trabajadores, de manera que los jóvenes cobren menos, o que estos jóvenes trabajen más horas por la misma paga. Y concluyó: “El salario mínimo que nos conviene en tiempos de bonanza no es el mismo que conviene en tiempos de crisis”.
La recesión brasileña
Este experto también habló de uno de los protagonistas –a su pesar- de esta cumbre del FMI: Brasil y su recesión. Para De la Torre, la recesión brasileña “es un misterio”. “Los datos macroeconómicos no explican una recesión tan profunda”. Según este experto, el trabajo del ministro de Economía brasileño, Joaquim Levy, es admirable, la moneda “se ha portado bien”, aguantando el embate y devaluándose correctamente pero la demanda interna “no termina de relanzarse”. Y la causa hay que buscarla “en las incertezas políticas”. Esto es, en la crisis política que pone en evidencia la debilidad institucional de Dilma Rousseff, maniatada ante un Congreso hostil. Con todo, el economista jefe está seguro de que Brasil saldrá de su crisis en unos meses. ¿Por qué? “Porque la economía encuentra caminos para ajustarse. Si existen correspondencias políticas, se reajusta bien; si no, pues mal, pero se reajusta. Y una vez digerida esa crisis, lo que queda es la capacidad de las economías nacionales para reaccionar. Y cuando uno se fija en Brasil, que es una economía gigante, sabe que tiene una gran capacidad para reaccionar”.
A respecto de Brasil, De la Torre también comentó las aparentes diferencias que existen entre algunos países latinoamericanos, como Colombia, Chile o Perú, miembros de la Alianza del Pacífico, que atraviesan mejor la crisis, y Argentina o Brasil, que se hunden. ¿No hay peligro de que se establezca una brecha en el continente? “Los países, cuando la economía va bien, se parecen; pero cuando va mal, no tanto. Las diferencias estructurales salen a flote. Por eso, es posible que algunos países se queden rezagados, los que no llevaron a cabo las suficientes reformas”, explica. Y añade: “Hay dictaduras que llevan a cabo reformas sin consultar mucho. En democracias vibrantes como las latinoamericanas, eso es imposible. Así, las democracias latinoamericanas deben encontrar el equilibrio entre productividad y desigualdad. Y no es fácil”.
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