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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El corsé de Alexis Tsipras

El 73% de la población sigue favorable al euro: debilitar esa continuidad, eso sí que sería traición

Xavier Vidal-Folch

La negociación Atenas-eurozona mejora desde que el primer ministro, Alexis Tsipras, moduló el papel de su ministro, Yanis Varoufakis. Ya circulan datos. Se registran algunos (siempre insuficientes) avances. Y la riña resulta incluso más sugestiva.

La última e ingeniosa treta griega es magnificar los distintos acentos del FMI (en las reformas necesarias) y la Comisión (en su resultante, el superávit primario) como si fueran “desacuerdos”, “contradicciones”, o “líneas rojas” opuestas entre sí. Son un “obstáculo” pues al cabo “las hay por todas partes” y Atenas se ve apresada en una pinza, alega un papel oficioso.

Es discutible que esas distintas prioridades sean insalvables; para eso están al final Christine Lagarde y Angela Merkel. Pero es indiscutible que la (eventual) mayor dificultad negociadora sería menor si no se hubiese desmochado la troika, por otra parte torpona y altiva en su piñón fijo.

El peor escollo para la negociación no es esa pretendida descoordinación entre los acreedores. Ojalá lo fuera, porque sería fácil de superar. No. El problema es que, pese a su presunta fortaleza política, la economía del deudor es cada día más débil: le costará más hacer concesiones, se siente más acorralado, dispone de menos recursos, llega exangüe a cada uno de los días D, y estos son cada vez más frecuentes.

A los 100 días de su nuevo Gobierno, el deterioro de Grecia bordea el colapso. La economía retrocede. El PIB crecerá este año solo al 0,5%, según la demoledora previsión de la Comisión, en vez de al 2,5% pronosticado hace tres meses. A menor tamaño, la deuda crecerá más con relación al PIB: supera el 180% (desde el 177%). Los depósitos bancarios han menguado en más de 20.000 millones, no solo hacia afuera: “Han vuelto a colocarse debajo de los colchones”, describe Bruselas. Desde el inicio de la crisis han bajado de 240.000 millones a 140.000: pese a la ayuda del BCE, la banca sufre y hay crunch crediticio. Los bonos públicos se disparan (al 21,64% el dos años; al 11,18%, el diez años). El empleo sigue parejo en el 25% de la población activa. Y el déficit presupuestario será del 1,5%, en vez del superávit primario previsto, del 4% (fue del 1,7% en 2014), según el FMI.

Ante este empeoramiento, todos, también los griegos, deberían preguntarse quién es el responsable. ¿Solo, o principalmente, los rivales, los socios, los acreedores, el Minotauro global? ¿Seguro?

Alexis Tsipras negocia con un (celebrable) corsé, del que parece haberse olvidado durante tres meses: la absoluta determinación de los ciudadanos griegos a permanecer en la UE y en la eurozona.

Un 73% declaraba en febrero que votaría en favor del euro en caso de referéndum (Avgi), igual porcentaje al de final de abril (Kapa Research). Más concluyente: pese a las olas de entusiasmo popular, a un 52% de encuestados les irrita el resultado negociador de sus autoridades (por un 39% de satisfechos). Y un 55,5% apoya un pacto con la UE, aunque sea a costa de un tercer rescate (y pues, de alguna austeridad), frente a un 35% (Universidad de Macedonia).

Hacer concesiones sobre tu programa no es traicionar. Es transar. Llegar a autoexcluirse del club en el que los tuyos quieren permanecer, eso sí sería traicionar.

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