Sin trampa ni cartón
Las preguntas más directas, sencillas aparentemente, suelen tener respuestas complicadas. Algo así ocurre en economía con la cuestión de por qué, con una perspectiva de medio y largo plazo, unos países tienen éxito en la mejora del bienestar de su población y otros no, unos logran converger hasta alcanzar niveles de renta per cápita cercanos a los de los más ricos y otros se quedan en el camino o incluso van hacia atrás.
Una de las respuestas habituales ha sido la trampa del ingreso medio, hipótesis planteada por el Banco Mundial. Según la misma, la transición desde rentas bajas a rentas altas lleva aparejada un estancamiento en niveles intermedios de ingreso; una trampa producida porque las estrategias de crecimiento son distintas cuando se es pobre que cuando se es más rico y esta transición en el modo de hacer las cosas resulta complicada. Es fácil diagnosticar la necesaria mejora del entorno institucional, el reforzamiento del mercado como mecanismo de asignación de recursos, la estabilidad macroeconómica o la mejora del capital físico y humano como vías para alcanzar mayores niveles de renta tras haber basado el desarrollo previo en la abundancia de mano de obra o recursos naturales. Lo difícil es implementar todo eso, y en ese proceso es donde hay economías que se estancan. Sin embargo, el análisis de la evidencia disponible, como contamos en el último número de Situación Global de BBVA Research, es consistente con una respuesta algo más complicada.
Parece de Perogrullo, pero el crecimiento mundial explica en parte el crecimiento local
Para empezar, no parecen existir trampas en determinados niveles de ingreso. Hay países que avanzan decididamente en su proceso de convergencia independientemente del nivel de renta en el que se encuentren. Y también lo contrario: países que avanzan, si lo hacen, a trancas y barrancas. La inexistencia de trampas no significa que no se pueda extraer alguna conclusión general. Así, parece que la convergencia real de una economía resulta de la combinación de buena suerte y decisiones. En primer lugar, buena suerte en lo que se refiere a las ventajas absolutas del país (como localización, tamaño de mercado o dotación de recursos naturales), pero también a que el entorno global sea de crecimiento. Parece de Perogrullo, pero el crecimiento mundial explica en parte el crecimiento local, como reflejan las cuatro últimas décadas, con diferencias relevantes en la fortaleza del entorno económico y por lo tanto en la de las distintas economías locales. Y en segundo lugar, decisiones discrecionales consistentes con el objetivo de favorecer el crecimiento sostenible y mantenidas en el tiempo. Unas decisiones que no siempre son fáciles de tomar porque sus beneficios no son ni inmediatos ni se concentran en grupos de presión específicos que, además, sí que se suelen ver afectados en el corto plazo por las decisiones adoptadas.
De esa combinación de buena suerte y decisiones acertadas resultan economías exitosas, capaces de crecer más que las demás y subir en el ranking de renta per cápita. Son economías capaces de vender al resto del mundo una mayor variedad de bienes y servicios, incrementar su productividad y sortear relativamente bien los cambios en los precios relativos del mercado internacional. En definitiva, se trata de economías más complejas, parafraseando a los profesores Hidalgo y Hausmann del MIT y de la Universidad de Harvard.
Que no haya trampas en el camino del desarrollo económico es una buena noticia porque no supone un freno a las perspectivas de crecimiento global de medio plazo, pero también un reto porque la senda no está asegurada y exige de la aplicación continuada de políticas orientadas al uso cada vez más eficiente de unos recursos, capital físico y capital humano, que son limitados. Un asunto complejo.
J.Julián Cubero, economista jefe de Escenarios Económicos de BBVA Research
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