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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Temores deflacionistas

El temor a la deflación en la eurozona ya no es algo que solo se pueda atribuir a los más pesimistas. Son ya varios meses en los que la tasa de variación de precios se mantiene muy distante de aquella referencia del 2% que el BCE asumió como expresiva de la estabilidad de precios. En las economías que menos crecen y que tienen mayor endeudamiento privado y público esa tasa de inflación es nula o negativa. La persistencia de una situación tal dificulta aún más la ya precaria recuperación del crecimiento económico en la eurozona, pero muy especialmente en las consideradas economías periféricas. España, entre ellas.

El descenso excesivo de los precios, aun cuando en sentido estricto no se hable de deflación, sino de desinflación, tiene como efecto más positivo la defensa del poder adquisitivo de las rentas, ya sean las provenientes del trabajo o del ahorro. Por el contrario, penaliza las decisiones de gasto, las difiere, en el mejor de los casos. La presunción de que los precios de los bienes y servicios pueden caer algo más no favorece el aumento del consumo ni la inversión en aumento de capacidad de los empresarios. El impacto de esos aplazamientos daña el crecimiento potencial y tampoco favorece precisamente la recuperación de la confianza de los agentes.

Con todo, el peor impacto de los descensos continuados y significativos en la inflación es el aumento del valor real de las deudas y las cargas por su servicio de intereses. Solo los agentes que son ahorradores netos salen beneficiados de la desinflación. Y ese no es el caso de la economía española. A pesar del desapalancamiento reciente de empresas y familias, el endeudamiento privado sigue en niveles absolutos y relativos muy elevados. En ausencia de crecimiento de las rentas, las generadas por los ingresos de ventas en las empresas o de salarios en las familias, la solvencia no mejorará precisamente. Y con ella la calidad de los activos bancarios. Y estos no normalizaran su inversión crediticia. Un círculo vicioso que nos resulta familiar.

La principal ventaja del acusado descenso de la inflación en España es la mejora de la competitividad vía precios de nuestras empresas. Pero para que esa ventaja sea apreciable es necesario que nuestros competidores o socios comerciales mantengan ritmos de inflación muy superiores a los nuestros. No es el caso de la eurozona, donde el promedio sigue en tasas de inflación del 0,7%. Claro que sería muy deseable que economías como la alemana registraran aumentos de sus rentas y demanda que impulsara algo más su nivel de precios. Pero las políticas que condujeran a ese tipo de resultados parecen hoy descartadas y el horizonte previsible no es otro que el de crecimiento tibio, elevada tasa de paro y pérdidas de bienestar de la población. La ganancia del poder adquisitivo que registran aquellos que tienen empleo y rentas aseguradas es solo un paliativo parcial de las amenazas en economías como la española del descenso excesivo en los precios.

Es el BCE el que debe adoptar decisiones que impidan esos descensos y las indeseables consecuencias sobre un tipo de cambio del euro cuya apreciación se une a los obstáculos competitivos de las exportaciones de la mayoría de las empresas medianas y pequeñas de la eurozona. Estimular la demanda es la única vía para eludir el riesgo de la trampa deflacionista.

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