La deuda pública: ¿crecer o devolver?
Hay que estabilizar el ratio de deuda para frenar la carga financiera que ata las manos a los gestores públicos
La explosividad que ha caracterizado la evolución de la deuda pública española en los últimos cinco años es combinación de tres factores: el déficit público, los rescates financieros y el decrecimiento del PIB.
El desplome de la recaudación tributaria es el principal responsable de ese déficit desbocado. Es verdad que hubo actuaciones expansivas discrecionales por el lado del gasto en 2009 y 2010, y que los recortes tardaron en llegar. Pero la clave está en un sistema fiscal deslavazado y maltratado al calor de una burbuja inmobiliaria dopante. Ha tenido que pasar lo que pasó para que, al menos, hablemos en serio sobre la necesidad de una profunda reforma del mismo. En segundo lugar, los rescates financieros a las cajas de ahorro y bancos y, en menor medida, las Administraciones territorializadas han motivado una emisión de deuda muy superior a la necesaria para financiar el desfase entre gastos e ingresos públicos ordinarios. Pero un factor clave para entender la abrupta inflexión en el perfil temporal del peso de la deuda sobre la renta nacional ha sido la tasa de variación del PIB nominal. En la década pasada y a pesar de la existencia de superávits muy menores, la deuda se situó claramente por debajo del 40%. Con inflación baja, negativa por momentos, y la caída continua del PIB real, el ratio deuda pública sobre el PIB se ha disparado por encima del 90%.
¿Debemos estar preocupados? ¿Qué hacer para revertir la situación? En lo que sigue, trato de responder a ambas cuestiones.
Afortunadamente para nosotros, el punto de partida era tan bajo que el nivel de deuda es manejable. Es como circular por autopista con un coche potente y apretar a fondo el acelerador durante diez segundos. Si la velocidad inicial era de 120 km/h, tenemos un problema. Si era de 90 km/h, la velocidad final resulta todavía manejable. Obviamente, en este segundo caso, el problema se nos plantea igual si aguantamos el acelerador otros diez segundos más. En definitiva, podemos matizar o relativizar el nivel de deuda pública que tenemos en estos momentos, apelando a que hay otros países considerados serios con cifras superiores y que no estamos tan lejos del núcleo de la eurozona. Pero hay que ser crudos y realistas en el mensaje de que es urgente levantar el pie del acelerador. Aunque el Banco Central Europeo ayude en la reducción de la prima de riesgo o avancemos en la unión bancaria (desafortunadamente, los avances en la unión fiscal son una quimera en el medio plazo), el ratio de deuda pública sobre el PIB debe ser estabilizado para poner freno a la carga financiera que ata las manos a los gestores públicos y nos hace más vulnerables desde un punto de vista macroeconómico.
¿Cómo hacerlo? Lo positivo es que, aparentemente, hemos acabado con los rescates al sistema financiero y que las facturas pendientes de pago en el ámbito público están normalizándose. Y que el crecimiento económico retorna. Lo negativo es que las perspectivas de crecimiento del PIB nominal para los próximos tres años son muy moderadas y que el déficit sigue muy alto. La barrera del 100% será franqueada en breve si nada cambia.
La estrategia de respuesta a esta situación pasa por actuar de forma simultánea sobre el numerador y el denominador: reducir el déficit y estimular el crecimiento del PIB nominal. El problema es la interacción que existe entre actuaciones. Una consolidación fiscal drástica, eficaz y basada en el recorte de gasto, como la que ha hecho la actual Junta de Castilla-La Mancha para reconducir un déficit disparatado heredado, cercenaría el crecimiento del PIB y, por tanto, el denominador del ratio. Por eso, la necesaria y obligada reducción del déficit público debe ser más gradual y en paralelo a expansiones en la demanda agregada que sustituyan la demanda pública.
Y lo anterior pasa por ganar cuota de mercado internacional (exportaciones y turismo) y mejorar significativamente las condiciones de crédito, para que las familias y empresas con capacidad de endeudamiento puedan financiar sus decisiones de gasto. Importante: para ganar competitividad exterior no basta con controlar los costes laborales. Los empresarios que ya exportan se quejan de otros costes (por ejemplo, el de la energía). Y los que no lo hacen, de la falta de coordinación y estrategia global de los agentes que deberían hacerlo. Sin duda, el impulso a la internacionalización funciona significativamente mejor y es más eficaz en Alemania o Francia. Tenemos un amplio margen de mejora.
Santiago Lago Peñas es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo
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