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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El precio de la austeridad

Joaquín Estefanía

El primer ejecutivo de la multinacional francesa Carrefour, Georges Plassat, acaba de declarar que “las clases medias en Europa están desapareciendo”. A su parecer, esas clases medias “han sido desgastadas en provecho de la productividad de las empresas, y su desaparición es un hándicap para nosotros (…) creíamos que ganábamos mucho rebajando los salarios, pero hemos eliminado una parte de nuestros clientes”. En lo que respecta a España, Plassat opina que probablemente va a salir pronto de la crisis dados los sacrificios de la población, pero sin que haya clases medias. Así pues, este sería uno de los precios de la política de austeridad aplicada.

El mundo se está dotando de una nueva estratificación social, caracterizada por dos tendencias principales. En primer lugar, el poder y la riqueza tienden a concentrarse en cada vez menos manos; los ricos se vuelven cada vez más ricos, y el dinero y el poder se refuerzan mutuamente y generan barreras prácticamente imposibles de superar para los demás. La segunda tendencia es la expansión de una “clase media mundial”. Esta última es estudiada con detalle por el analista Moisés Naím en su último y polémico libro (El fin del poder, editorial Debate). Según el mismo, el tamaño de la clase media mundial se duplicó en alrededor de 1.000 millones de ciudadanos (de 1.000 a 2.000 millones) en 20 años (entre la década de los ochenta y el cambio de siglo), y sigue creciendo exponencialmente, pudiendo alcanzar los 3.000 millones de personas, más del 40% de la población mundial, en la próxima década. El Banco Mundial calcula que desde 2006, periodo inmediatamente anterior a la crisis económica, 28 antiguos países de rentas bajas se han pasado a las filas de los de rentas medias.

Estas nuevas clases medias pueden no ser todavía tan prósperas como lo fueron sus homólogas de los países desarrollados, pero sus miembros disfrutan hoy de un nivel de vida sin precedentes en las zonas en las que han crecido, como muestra, por ejemplo, el estudio del Banco Mundial La movilidad económica y el crecimiento de la clase media en América Latina, editado hace unos meses por el Banco Mundial. La clase media es la categoría demográfica que más aumenta en el mundo. Pero ello no es un fenómeno uniforme, sino que en Europa y en EE UU está sucediendo lo que denunciaba el presidente de Carrefour: una clase media que tiene decenios de crecimiento y prosperidad está perdiendo sus cimientos económicos y sociales por mor de la Gran Recesión y de la desigualdad estructural, y contrayéndose como consecuencia del paro estructural y de la reducción continua de la renta disponible.

La existencia y multiplicación de las clases medias en el mundo es lo que explica en buena parte algunos de los fenómenos políticos de los últimos tiempos. Hace ya medio siglo que Samuel Huntington explicó cómo las expectativas de la población crecen a más velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerlas. Así se da la “revolución de las expectativas crecientes”: la nueva clase media, vasta y en rápido crecimiento, es consciente (por la globalización y las tecnologías de la información y la comunicación, que Naím denomina “tecnologías de la liberación”) de que otros disfrutan de mucha más prosperidad, libertad o satisfacción personal que ella, y esa información nutre su esperanza de que no es imposible alcanzar algún día los niveles de bienestar de otros. Así se genera la brecha entre lo que la gente espera y lo que los Gobiernos pueden darles en términos de más oportunidades o mejores servicios (Chile, Brasil…).

Tanto la expansión de la clase media en los países en desarrollo, como la contracción de la misma en Europa y EE UU generan agitación política. Las clases medias, acosadas, salen a la calle y luchan por proteger o aumentar su nivel de vida, y demandan el objetivo de igualdad (de oportunidades y en parte, de resultados) de manera más explícita en las políticas públicas. Esa igualdad es su condición necesaria para sentir que viven en sociedades donde esforzarse merece la pena y los méritos son recompensados, en lugar de una sociedad que tienden a favorecer de modo permanente a los grupos privilegiados.

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