La deuda que nos queda
Si hubiera que elegir qué acontecimientos supondrían el fin de esta crisis y de sus efectos en España, serían una reducción significativa del desempleo y de la deuda privada. Para muchas familias españolas, el paro y la presión de las deudas constituyen, probablemente, sus dos principales fuentes de desasosiego económico. Entre 2005 y 2008, los hogares españoles aumentaron su deuda financiera —fundamentalmente, en crédito hipotecario— en alrededor de 260.000 millones de euros. De 2009 a 2012, el endeudamiento se ha reducido en 90.000 millones de euros. Queda por delante un largo proceso de desapalancamiento.
En España, en cualquier caso, sería desacertado asociar el aumento desmedido del endeudamiento familiar, de forma exclusiva, con el comportamiento de los hogares en los años inmediatamente anteriores a la crisis. Al analizar la evolución de los préstamos del sector hogares recogidos en las cuentas financieras del Banco de España, la perspectiva de largo plazo ofrece algunos datos reveladores. Lo que ocurrió entre 2004 y 2007 fue la manifestación más exagerada de una tendencia que venía cociéndose bastante antes. En esos cuatro años anteriores a 2008, la variación anual media de préstamos a las economías domésticas fue nada más y nada menos que del 19,4%. Sin embargo, entre 1995 y 2003, el crecimiento anual medio de los préstamos no fue mucho menos reducido, alcanzó el 15%. La diferencia está en que antes de 1995, los ciclos de crédito eran menos prolongados: las subidas iban seguidas de correcciones. Sin embargo, desde diciembre de 2000 hasta junio de 2007, la variación interanual de la deuda familiar solo fue inferior al 15% en tres trimestres. Entre enero de 2000 y diciembre de 2007, el endeudamiento de las familias españolas se había multiplicado por 3,5. Muchas veces se ha hablado de las causas que precipitaron este enorme desequilibrio —tipos de interés reducidos por un tiempo prolongado, un mercado inmobiliario sin control, políticas de crédito excesivamente laxas…—, pero lo cierto es que ya mucho antes cundía esa miope sensación de que la deuda estaba respaldada por el valor de los activos de un mercado inmobiliario supuestamente indestructible, con estúpidas proclamas sin fundamento alguno —y que, sin embargo, tanto calaron— como que “los precios de la vivienda nunca bajan”.
No me olvido de las empresas no financieras. Su deuda aumentó de 0,95 a 1,5 billones de euros entre 2005 y 2010, y en el primer trimestre de 2013 solo se había reducido hasta los 1,3 billones de euros. En todo caso, los mecanismos de corrección del apalancamiento son muy distintos para las corporaciones y para los hogares. Las ventas de activos, liquidaciones, refinanciaciones y otras alternativas son resortes típicos de las empresas en estos casos. Obviamente, tienen efectos dramáticos sobre el empleo y la actividad. Son alternativas que han propiciado episodios de corrección y regeneración productiva aún en marcha que merecen su propio análisis. Como ha señalado el Fondo Monetario Internacional (FMI) en análisis recientes sobre España, las empresas españolas, hoy por hoy, se desapalancan mediante la reducción de empleo y la inversión, y esta tendencia está ayudando a muchas de ellas a convertirse en prestamistas netos para el resto de la economía. Un ajuste tan desgraciadamente dramático como eficaz. En el caso de los hogares, aunque su nivel de deuda es relativamente menor que el de las empresas, el esfuerzo de reducción de la misma es más complicado, ya que la mayoría de sus pasivos son a largo plazo (hipotecas) y los bienes inmuebles que sirven de garantía para dicha deuda han perdido un valor considerable.
Es necesario no olvidar la lucha contra el desempleo y convertirla en la mayor prioridad
La deuda familiar es un problema de primer orden económico y social, identificado en la experiencia histórica de otras crisis y en el contexto actual. Muchas veces se ha hablado de los hogares estadounidenses como el paradigma del endeudamiento privado. Lo cierto es que, con esta crisis, las familias norteamericanas redujeron su apalancamiento del 130% del PIB en 2007 al 105% en 2012, mientras que las de la eurozona lo aumentaron del 100% al 110% en el mismo periodo. Por eso, muchas veces se dice que el esfuerzo de reducción de deuda solo está empezando para las familias europeas. El caso es que lo ocurrido en Estados Unidos ha sorprendido a un número importante de analistas, que no esperaban que tal esfuerzo de reducción de los préstamos de los hogares —de hasta un 25% neto en seis años— fuera posible. Entre las explicaciones, la lógica presión del desempleo, que ha reducido la demanda de préstamos, un menor uso del crédito disponible, por precaución, y hasta un cambio de naturaleza sociológica tendente a reducir la cultura del endeudamiento. Además, la experiencia de Estados Unidos, aunque particularmente reveladora, no es única. En crisis anteriores resueltas con más o menos eficiencia —como las de los países nórdicos en la década de 1980— también se produjeron ajustes drásticos y estructurales en la deuda familiar.
A partir de estos ejemplos cabe preguntarse si es posible acelerar el desapalancamiento financiero de las familias españolas. Y la respuesta es que sí. De hecho, así se está produciendo. En los últimos meses, la reducción de los volúmenes de crédito a hogares ha sido llamativa. En 2012 se registró un flujo de reducción de esa deuda de 29.600 millones de euros. Este esfuerzo de desapalancamiento continuó en el primer trimestre de 2013 con una disminución adicional de 5.700 millones de euros solo en esos tres meses.
Entre 2000 y 2007, el endeudamiento de las familias españolas se multiplicó por 3,5
La conexión entre deuda privada y pública es también muy importante. En particular, la expansión cuantitativa y los estímulos monetarios desarrollados en Estados Unidos. En general, ha sido una apuesta exitosa porque, curiosamente, algo que en principio genera más deuda ha permitido estimular la economía y reducir el apalancamiento familiar. Además, estos estímulos monetarios han traído tranquilidad también a la orilla europea, y, por eso, ahora se mira con lupa cualquier atisbo de retirada de los mismos desde la Reserva Federal, al tiempo que el BCE deja entrever que también está ahí para actuar si fuera necesario. La idea es mantener las primas de riesgo en los niveles más moderados posibles, la liquidez asegurada para las entidades financieras y la protección contra pérdidas potenciales de créditos bancarios cubierta. En definitiva, reducir el apalancamiento privado conforme la economía retoma el pulso.
En el caso español, los meses de mayor desapalancamiento coinciden con este clima de mayor estabilidad financiera y monetaria, y no es casualidad. Son también meses en que otros ajustes necesarios y relacionados, como los del valor de los activos inmobiliarios, también se están acelerando. En todo caso, para mantener este ritmo de reducción del endeudamiento familiar es necesario no olvidar la lucha contra el desempleo y convertirla en la mayor prioridad.
Que un país y sus ciudadanos puedan hacer frente a su deuda, aunque ello tenga costes a corto plazo, es la mejor alternativa a largo plazo. Los programas de reestructuración de préstamos en economías avanzadas y donde la capacidad de pago es posible han sido, en casi todos los casos, un fracaso. Esa reestructuración implica esquemas que vulneran los incentivos básicos a asumir deuda con responsabilidad. Algunos, como la dación en pago, son un error si se aplican de forma generalizada y con carácter retroactivo, aunque hay algunos casos extremos en los que puede formar parte de la solución. Pero nunca de manera generalizada. Otros, como las quitas sobre las hipotecas son, directamente, un error. En anteriores crisis, en países emergentes con derivas aún más graves que las que se observan hoy en día, las quitas fueron la única solución cuando ya no había otra. Por supuesto, facilitar la renegociación de la deuda o su aplazamiento y otros esquemas transitorios negociables de forma privada y pública son opciones más que razonables para que la deuda que nos queda se pueda devolver en mejores condiciones. Cabe señalar algo así en estos momentos en los que se está demostrando que es posible acelerar la corrección del apalancamiento.
Al final, los sacrificios dan su fruto. Favorecerlos dentro de un esquema de incentivos adecuado es posible. Hace dos años, nadie esperaba que los hogares pudieran acometer una reducción de su endeudamiento como el que están realizando. Es una señal de credibilidad y de que se puede lograr reequilibrar las finanzas familiares. Con permiso del desempleo, prioridad absoluta si se desea evitar males mayores.
Santiago Carbó Valverde es catedrático de Economía de la Bangor Business School (Reino Unido) y de la Universidad de Granada e investigador de Funcas.
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