Exportar el lastre
El retorno de los inversores extranjeros da oxígeno al sector inmobiliario
El sector inmobiliario fue el primero en entrar en números rojos y, con casi toda seguridad, será el último en recuperar el pulso. La recesión se ha cebado con una industria que hoy no solo sigue purgando los excesos que sirvieron para hinchar una fenomenal burbuja, sino también pagando por las carencias que han agravado su crisis y la del conjunto de la economía. La falta de una gestión profesionalizada en la inmensa mayoría de las inmobiliarias españolas y la resistencia a bajar precios y asumir pérdidas lo hicieron un sector especialmente poco competitivo e incapaz de activar el motor exterior, la válvula de escape que sí pudieron activar la industria y los servicios con las exportaciones y el turismo.
Seis años ha tardado el sector inmobiliario en admitir una bajada drástica de los precios. La burbuja fue deshinchándose a un ritmo lentísimo hasta finales de 2012. Siempre había un argumento para contener el precio: desde las deducciones fiscales a una futura subida del IVA, que animaban la compra anticipada de pisos. Este año, por fin, inmobiliarias y bancos —tras haber realizado enormes provisiones por el ladrillo— se han dado cuenta de que ni garantizar la hipoteca era suficiente: el principal argumento debía ser el precio. Lástima que hayan esperado a hacerlo a que más de 4.500 inmobiliarias entraran en concurso de acreedores y se destruyeran miles de empleos.
Los exministros José Blanco y Beatriz Corredor en 2011 ya salieron a vender a Londres, Amsterdam o Estocolmo el millón de viviendas que había en stock. Ese road show, sin embargo, apenas dio frutos por la desconfianza que suscitaba España entre los inversores y, sobre todo, el convencimiento de que el mercado aún estaba sobrevalorado. Ahora el ajuste, del 36% con los datos del Instituto Nacional de Estadística, ha levantado las fronteras con el exterior, en especial en el Mediterráneo y las islas, donde los valores se han desplomado y abundan las gangas. Ello, sin embargo, no debe servir para que una futura oferta vuelva a castigar —y degradar— el litoral. Valga el ejemplo de Irlanda, cuyo banco malo incluso derribó complejos que nunca deberían haberse levantado.
El retorno de los inversores extranjeros, que suponen ya el 17% de las ventas, da oxígeno al sector. Con un voluminoso stock de casas sin vender, la construcción seguirá bajo mínimos durante años. En un país en pleno proceso de desendeudamiento, resulta especialmente atractiva la llegada de compradores con fondos propios o con capital ajeno foráneo. España exporta lastre, pero también recibe un mensaje positivo al ver cómo se invierte en su sector más problemático.
La mejora de ese lado de la demanda, que está amortiguando la caída de ventas, no debe tapar la otra cara: la nacional se derrumba porque miles de españoles siguen sin poder acceder a una vivienda y otros miles continúan perdiendo su hogar. Y nada hace pensar que a corto plazo esa demanda se reactive. La llegada de inversores, que también debería servir para impulsar el alquiler, no puede convertirse ahora en el argumento de 2013 para frenar la caída de precios, que los analistas estiman que aún deberían retroceder un 20% para situarse a niveles anteriores a la burbuja.
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Sobre la firma

Es jefe de sección de Economía de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera. Ha sido corresponsal en Bruselas entre 2018 y 2021 y redactor de Economía en Barcelona, donde cubrió la crisis inmobiliaria de 2008. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.
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