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Aguas revueltas en la renta fija

La amenaza de retirar los estímulos trae mucha volatilidad al mercado de bonos

Operadores de la Bolsa de Nueva York.
Operadores de la Bolsa de Nueva York. Lucas Jackson (Reuters)

En los últimos meses, desde mediados de mayo, la renta fija ha hecho perder bastante dinero a muchos inversores. Así de claro y así de difícil de entender por una buena parte de ellos. Renta fija: ¿no equivale a hablar de seguridad, ausencia de riesgo, conservadurismo, rendimientos garantizados…? Simplemente, no. Al menos, en la mayor parte de los casos.

Un Estado soberano, una empresa o una entidad financiera emite bonos o cualquier otro activo de deuda. Pide dinero prestado y se compromete en el plazo estipulado: 12 meses, 18 meses, 1 año, 3 años, 10 años… a pagar unos rendimientos: el 2%, el 3%, el 5%... (mayores o menores en función de la solvencia o la garantía de cobro que ofrezcan a sus inversores y de la divisa en la que esté denominado) y a devolver, pasado el tiempo establecido, el principal del capital. Si directamente los inversores particulares adquieren ese bono, efectivamente, si todo funciona correctamente (no hay impagos, ni quitas), cobrarán durante uno, tres, cinco años… los cupones correspondientes y recuperarán, pasado ese tiempo, su dinero inicial de forma íntegra. Salvo por el efecto que sobre su capital y sus rendimientos puedan tener las comisiones, la inflación y los impuestos pertinentes (que en ocasiones son muy elevados) no habrán perdido patrimonio.

Si ese mismo bono lo adquiere un fondo de inversión —la vía utilizada mayoritariamente por los inversores para adquirir activos financieros—, la situación cambia radicalmente. Los fondos de inversión deben diariamente valorar los activos que hayan adquirido a precios de mercado. Y la cotización cambia cada día.

El anuncio de

Si en el mercado se generan expectativas de subida de tipos de interés —se empiezan a exigir rendimientos no del 2% sino, por ejemplo, del 2,7% (algo parecido a lo que le ha sucedido al bono americano en estas semanas)—, el capital solo se dirigirá hacia esos bonos ya emitidos si, al comprarlos, paga por ellos una menor cantidad de dinero que le compense la diferencia de rentabilidad que podría obtener si colocara su dinero en otros bonos futuros con tipos de interés más altos. ¿Resultado? Los fondos deberán valorar ese bono, lo vendan o no, no ya por su precio original sino por ese otro significativamente más bajo. Aparecen así las pérdidas para los partícipes que, de hecho, en estas semanas, han oscilado entre un 3% y hasta un 10% en función de las duraciones de los bonos y de la divisa en que estaban emitidos.

El terremoto en el mercado de renta fija (y también en el de renta variable) comenzó el pasado 22 de mayo. La Reserva Federal Americana (Fed) abrió entonces (y después confirmó) la posibilidad de ir retirando progresivamente su tercer programa de compra de bonos, equivalente a unos 85.000 millones de dólares mensuales. Se anunciaba así un tapering, cerrar el grifo de la liquidez, aunque sujeto a ciertas condiciones: crecimiento económico (en Estados Unidos), una tasa de paro del 6,5% y una inflación al 2%. Este cambio de tono en la política de la Fed cayó como un “jarro de agua fría” en un mercado como el de renta fija que se había beneficiado y mucho de esa liquidez.

El anuncio se interpretó de forma agresiva y más como una mala noticia que no como una buena, que planteaba un nuevo escenario de crecimiento económico con tipos de interés más elevados. Reaparecieron los fantasmas de 1994, último año de una recesión y principio de un mercado bursátil alcista, en el que una subida imprevista de tipos de interés por parte de la Fed crujió a la renta fija. La rentabilidad del bono americano a 10 años repuntó bruscamente desde el 2% al 2,6% y así cayeron los precios en este y en prácticamente todos los activos de renta fija (y con ello las valoraciones de los fondos de inversión): desde el bono alemán, pasando por los bonos corporativos hasta llegar al segmento high yield (bonos de alta rentabilidad o basura) sin olvidar la renta fija emergente.

Algunos expertos ven oportunidades tras las recientes caídas de los bonos

Desde entonces, el escenario para la renta fija es confuso, mucho más volátil, y el riesgo que incorpora ha subido significativamente. Si se deshacen ahora posiciones, se asumirán pérdidas. Para algunos expertos (Gesconsult, Santander, la gestora americana Pimco…), el castigo ha sido excesivo y hay cierto margen de recuperación en los precios de estos fondos. Su apuesta fundamental es que sigue habiendo cierto valor en la renta fija (en algunos casos, más por lo que ha caído que por otras razones), y solo que hay que buscarlo. Entre las opciones que aconsejan los expertos estaría el bono español, mejor posicionado que el alemán o el americano (aunque se apuesta más por el dólar como divisa de referencia). De los fondos globales, con fuerte exposición a la deuda emergente, en general los analistas aconsejan huir salvo si el patrimonio se canaliza (Carmignac Gestión, Fidelity…) hacia la deuda corporativa de alta calidad crediticia (más en divisa nacional). Los bonos de alto rendimiento seguirán siendo, en su opinión, muy volátiles aunque queda el consuelo del carry, es decir, de las rentabilidades intrínsecas que ofrecen, que pueden situarse entre el 6% y el 8%.

Frente a este grupo de expertos, hay otros miembros del mercado (Goldman Sachs, Natixis Global Asset Management…), que creen que los tipos de interés se colocarán al cierre del año en torno al 3%, lo que aconseja deshacer las posiciones en renta fija y redirigirse hacia la renta variable, cuyas perspectivas son mejores al apostar por la recuperación económica sostenible.

Si no se desea asumir riesgo (al menos, teóricamente), las alternativas son muy escasas: fondepósitos españoles, monetarios… cuyas rentabilidades finales anuales difícilmente superarán el medio punto porcentual. En este terreno, como en el de la deuda pública directa, es importante recordar que el riesgo de solvencia sobre entidades y el propio Estado no ha desaparecido, que los ejemplos de Grecia y Chipre no son tan lejanos y que el bail-in (son los propios bancos, los países soberanos, los acreedores, los accionistas, los bonistas o los depositantes los que asumen las pérdidas) se impone.

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