Un país devastado
Existe en el Gobierno una especie de fatalidad inevitable sobre el paro: impotencia.
Preguntado el presidente de Gobierno, apenas unas horas antes del Consejo de Ministros que iba a aprobar el programa de reformas, Rajoy respondió neto, sin oraciones subordinadas: “No hay impuestos el viernes”. Los hubo: en 2014 no se producirá la reversión a la baja, prometida y mil veces publicitada, del Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF), que fue denominada en su momento “gravamen temporal de solidaridad”; se suprimen deducciones en el Impuesto de Sociedades (las empresas pagarán más); se ampliarán los impuestos especiales y medioambientales; y se crea un impuesto para los depósitos bancarios que, según el ministro de Hacienda, no pagarán los depositantes sino los bancos (con los resultados de credibilidad que cualquiera puede suponer).
Este es un país devastado tanto por las cifras de desempleo del primer trimestre del año (6,22 millones de personas no pueden cumplir con la maldición bíblica de que ganarás el pan con el sudor de tu frente, un 27,16% de la población activa, mayor porcentaje que el que tuvo EEUU durante la Gran Depresión), como por las continuas rectificaciones sin explicar, mentiras y eufemismos ocultadores de la realidad que utiliza su casta gobernante de modo sistemático. La conferencia posterior al Consejo de Ministros fue un espléndido contraejemplo de ello. La “fatal arrogancia” la denominaba el otrora amado (por los liberales del PP) Friedrich Hayek.
Cabe otra hipótesis, surrealista pero posible: que Rajoy no tratase de engañar sino que fuese ignorante de lo que definitivamente iba a aprobar su Gabinete unas horas después. El miércoles al mediodía un representante gubernamental comentaba a un grupo de interlocutores que el Consejo de Ministros (en el que él participa) “revertiría” en 2014, sin ningún género de dudas, el IRPF de los más ciudadanos menos favorecidos económicamente, y que un año después se bajaría al resto. No fue así. Y es que en esta coyuntura excepcional (el cuadro del Gobierno reconoce abiertamente la “década perdida”, que va desde 2007 a al menos el 2016) existen en el Gobierno tres centros de poder que se disputan la dirección de la política económica: los ministros de Economía y Hacienda y el director de la Oficina Económica de la Presidencia, que son tres vectores tirando en direcciones distintas: uno estima que la prioridad es bajar los impuestos para estimular la demanda; el otro pretende subirlos para conseguir cumplir el relajado nuevo objetivo de déficit público (que ha negociado el primero con Bruselas); y el tercero permanece en la penumbra y de lo que opina sólo se sabe por la voz de quienes le visitan en La Moncloa. La sensación que transmiten los agentes económicos y sociales es de desconcierto, dependientes de con quien hablan, y de escasa competencia técnica y conocimiento de la realidad en alguno de los casos.
¿Qué opina el que puede desempatar esta situación? El presidente permanece silente ante los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA), las previsiones que avalan el enésimo retraso en la salida de la crisis (un perdedor de la misma dice, desesperanzado, en En la orilla, la estupenda novela de Rafael Chirbes: “No sabemos si se saldrá o no de la crisis. Qué más da. De nuestra crisis no se sale”) y el programa de reformas. Sólo acudirá al Parlamento para hablar de ello la próxima semana.
De las 72 reformas anunciadas no hay ninguna que tenga efectos directos e inmediatos sobre el crecimiento económico, la mortandad de empresas y la creación de puestos de trabajo. Sobre ello parece haber una fatalidad inevitable para corregir las peores tendencias anunciadas. El paro parece una tragedia coyuntural que puede disolverse mágicamente en los próximos trimestres por el efecto del calendario de reformas enunciado de nuevo (excepto el final de la subida automática de los precios en servicios regulados, todo ha sido comunicado una y otra vez).
El paro es el primer problema europeo. El mismo día que se conocía el récord español se batía el francés. Estos días se celebra en Granada un seminario de la fundación Konrad Adenauer al que acuden varios dirigentes continentales para hablar de Europa, y en él debatirán Luis de Guindos y el ministro de Economía alemán Wolfgang Schäuble. Se espera con expectación la conferencia de prensa conjunta, para saber hacia dónde vamos.
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