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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuidado con la arbitrariedad

Hacienda debe evitar las trampas y aprender de la UE Europa es flexible y juega con pesos y contrapesos

Xavier Vidal-Folch

La flexibilización de los presupuestos y su adaptación a las circunstancias cambiantes son buenas recetas. Lo es adecuar los topes de déficit presupuestario a cada comunidad, a través de trajes a medida según su especifidad. Siempre que el arbitrismo, o gobierno mediante árbitros, no derive en arbitrariedad, o capricho arbitral.

Cuidado, porque éste perjudica la estabilidad, lamina la seguridad jurídica y arruina las reglas de juego. Es arbitraria la conducta de Hacienda con el déficit de 2012. Se vislumbraba que superaría el 6,7% del PIB con que pretendió engatusar a Bruselas, centrifugando a las cuentas de 2013 devoluciones a contribuyentes debitadas en 2012, mientras destacaba el incumplimiento de algunas autonomías. Se sospechaba menos que el truquito aflorase tan rápido. Gracias a ese tejemaneje se ha enmascarado que el déficit habría sido del 7,2%. De momento.

Cuidado con el arbitrismo si hablamos de autonomías. Desemboca veloz en arbitrariedad. Sucede con la reforma local, con la ley de unidad de mercado, con la reordenación de los organismos reguladores.

En los tres casos, pese a la apariencia de funcionalidad administrativa y la coartada del presunto ahorro, bajo esos proyectos se vislumbra una monumental regresión autoritaria, centralista e ineficiente del sistema de multigobernanza económica.

Veremos si la pretendida oficina presupuestaria independiente es algo más que otra ventanilla obediente

¿Por qué? Porque en lugar de solventar los litigios mediante un árbitro superior de tipo federal, por todos participado, se le encomienda esa tarea a una parte, al Gobierno central o a los ministerios. Veremos si la pretendida oficina presupuestaria independiente es algo más que otra ventanilla obediente. Entre tanto, convendría federalizar el Consejo de Política Fiscal y Financiera. O sea, diluir la mayoría casi automática que el Gobierno detenta en el mismo. Entonces, el tratamiento caso a caso ahuyentaría el riesgo de partidismo de una Administración sobre otra u otras.

Bastaría inspirarse en el juego de pesos y contrapesos que impera en la Unión Europea, también en lo presupuestario, entre la Comisión y el Ecofin. O entre el Parlamento y el Consejo Europeo. Ayer la Cámara dio un ejemplo sobresaliente de esos equilibrios al “rechazar en su actual forma” el lamentable paquete presupuestario septenal (2014-2020) aprobado por los 27 líderes en su última cumbre. Bravo. Era canijo, por vez primera inferior en tamaño al del septenio anterior; insuficiente para coadyuvar a una política anti-ciclo recesivo; antiredistributivo porque mantenía el excesivo peso (casi el 40% del total) de la reaccionaria y anti-emergente política agrícola...

Se necesita “un presupuesto comunitario más potente donde se incluyan transferencias internas de recursos financieros para promover la convergencia real” así como reforzar el Pacto por el Crecimiento con “fondos no vinculados a aportaciones nacionales”, clama la Fundación Alternativas en El Estado de la Unión Europea, de inminente aparición. Contra la conclusión “satisfactoria” que destaca la fábrica de ideas conservadoras.

¿Y ahora? Ahora Gobiernos y parlamentarios negociarán. ¿Que acordarán? Apuesten: se dotará al presupuesto de mayor agilidad, de movilidad de dotaciones entre distintas rúbricas, y entre distintos años. Y de una revisión al alza, tras las euroelecciones de 2014. La palabra mágica: flexibilidad.

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