Turquía, en estado preventivo
Gobierno y banco central toman medidas para frenar el crecimiento desbocado del crédito
Nada en Turquía hace presagiar el más mínimo signo de crisis. Si acaso uno percibe algunos excesos de confianza que recuerdan a países más cercanos en un pasado reciente. Pero la euforia económica no está exenta de quebraderos de cabeza y el éxito también tiene sus amenazas. El Gobierno turco parece conocer la lección y ha adoptado un exhaustivo programa de medidas para evitar un sobrecalentamiento de la economía, que puede ir a más si una mejora de su calificación crediticia abre las puertas a la entrada masiva de capitales.
“Se han endurecido la política monetaria, la política crediticia y hemos aumentado los impuestos. El frenazo en el crecimiento de este año es, por tanto, el efecto de nuestras políticas”, aseguraba la semana pasada el ministro de Finanzas, Mehmet Simsek, durante un encuentro con periodistas europeos, como parte de un viaje organizado por la Delegación de la UE en Turquía en el que participó EL PAÍS.
Entre 2010 y 2011 el PIB real de Turquía creció al 8%, impulsado por una fuerte demanda interna. Este año, el Gobierno calcula que crecerá un 3,2%. Es, en palabras del representante del Fondo Monetario Internacional (FMI) en el país, Mark Lewis, “un aterrizaje suave” ayudado “por una política monetaria innovadora”.
Esa innovación por parte del Banco Central ha consistido en aumentar los requisitos de capital para los bancos hasta el 16%, muy por encima del fijado por Basilea III; en caso de incumplimiento, los bancos no podrán expandirse con nuevas sucursales y ha impuesto restricciones a los créditos hipotecarios, que se podrán conceder por un máximo del 75% del valor de la vivienda, y una tasa sobre los créditos al consumo, que antes se concedían sin necesidad de colateral. “Estamos en un estado de prevención de crisis”, asegura el gobernador de la entidad, Erdem Basçi. “Y de momento, funciona”.
Entre 2009 y 2011 el crédito crecía al 35%; ahora lo hace al 15%
El Gobierno niega una burbuja de activos, como algunos analistas alertan. “Para tener una burbuja tienes que tener excesos y aquí, más allá de algunas zonas de Estambul, no los hay. La demografía ayuda a explicar la demanda”, rebate Semsek. Pero lo cierto es que tanto su Gobierno como el banco central han tomado cartas en el asunto para frenar en seco el crecimiento del crédito, que llegó a alcanzar en los últimos años ritmos del 35% en los dos años posteriores a la quiebra de Lehman Brothers. “Aquí hasta para comprar un bolígrafo te ofrecían un crédito. Eso se está moderando”, admiten algunos diplomáticos establecidos en el país. El Fondo calcula que el crédito crece ahora en torno al 15% anual.
Pero lo cierto es que una economía a pleno rendimiento demanda mucha financiación y Turquía tiene que buscar casi todo en el exterior, ya que la tasa de ahorro apenas alcanza el 20%. “Las necesidades de capital para refinanciar los vencimientos son muy elevadas y la dependencia de la financiación bancaria supera el 60%”, apunta Lewis.
El Gobierno confía en que una calificación crediticia en grado de inversión, que ya le ha otorgado Fitch y que espera de alguna de las otras dos grandes agencias, abarate y mucho los costes de financiación. Pero el viaje no resulta gratuito. Otros países emergentes han tenido que imponer controles de capitales para evitar que los fondos especulativos dispararan el tipo de cambio y el déficit por cuenta corriente.
“El Gobierno ya ha dejado claro que no va a imponer controles de capital. Hay una fuerte demanda de activos emergentes y la decisión de Fitch tuvo un impacto en la entrada de capital. Pero nuestras medidas han frenado la apreciación de la lira. Lo hemos hecho una vez y lo haremos una segunda si es necesario”, asevera el gobernador Basçi.
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