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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un presupuesto europeo ridículo y disparatado

Xavier Vidal-Folch

El problema que tenemos es el estancamiento económico. Desde el día 15 la eurozona volvió a la recesión que la aquejó en 2009. La OCDE previó el martes que el PIB caerá el 0,4% este año y el 0,1% el próximo. Tampoco el conjunto de la UE tira. Ni siquiera los mejores escandinavos. Suecia, que creció a un envidiable ritmo de casi el 4% en 2011, está en el filo de la navaja. La razón es sencilla. Por doquier caen las importaciones. Luego, los mejores, que suelen ser los más exportadores también se retranquean. La pócima de excesiva austeridad debilita a los más sanos.

Y si el problema es que no crecemos, la solución es crecer. Para ello hay que invertir. Y hacerlo bien. Si los Estados miembros no pueden, porque deben sanear sus deudas, debe hacerlo quien puede porque no tiene ni déficit ni deuda. Si los presupuestos nacionales son restrictivos, el comunitario debería ser expansivo para compensarlos. Anticíclico. ¿Es tan difícil de entender?

La mayoría de los líderes no lo entiende. La discusión, antes, durante y después de la última cumbre es una comedia patética en la que unos, prósperos y contribuyentes netos, compiten por el campeonato de recortes al marco presupuestario 2013-2020; mientras otros, pobres y receptores netos, claman por un simple “Virgencita que me quede como estoy”, incapaces de proponer cambios contra la inercia, un presupuesto-base-cero atento a lo urgente: luchar contra la recesión y apoyar a los países vulnerables.

El disparate del paquete presupuestario es doble: de su tamaño y de su orientación. Tamaño. Los líderes compiten por rebanar lonchas al proyecto original de la Comisión, algo superior a un billón de euros, o sea un 1% de los 100 billones que totalizarán los PIB de los 27/28. Pues bien, la bochornosa batalla campal, versa sobre unos 100.000 millones, cifra enorme que supone un 10% del total; pero apenas una ridícula décima de los 100 billones del PIB conjunto. ¡Una décima! La medida de una ambición política es la cuantía de sus recursos. Calibren la europea con la de otras federales. Su 1% del PIB contrasta con el 25% de EE UU; el 22% de Canadá; y el 11% de Suiza (en 2008). Aunque eso es a grandes trazos, porque los socios ejecutan muchas tareas federales (jueces y militares), la distancia es demasiado abismal.

Si el problema es que no crecemos, la solución es crecer: hay que invertir

Lo peor es el sesgo, la orientación. El Consejo Europeo limó las mejores innovaciones de la Comisión, reducir el gasto agrícola, e invertir más en crecimiento, competitividad, e I+D. Para gozo de la (en esto) reaccionaria Francia (en contraste con sus propuestas de estímulos a la demanda) y de la reaccionaria España, casi solo atentas a cuánto percibirán como retorno neto, sobre todo gracias a las subvenciones rurales, y no a la modernidad de un presupuesto. ¡Y luego dirán que las balanzas fiscales (contribución menos retorno) es un invento catalán, y que son fantasía porque los impuestos los pagan los individuos...!

Es una broma pesada que el 40% del presupuesto siga destinándose al maíz y la alcachofa. Es una política antirredistributiva, que aún premia a la Casa de Windsor y a otros latifundistas alcanforados. ¿De verdad quiere ser Europa una superpotencia agrícola? O, ¿una sociedad cohesionada de industrias avanzadas, servicios de alta densidad, productos tecnológicos, conocimiento? Pues si eso es así, convendría rehacer por entero el presupuesto. Hay quien, claro que fuera de los Gobiernos, tiene ideas. Como Eulàlia Rubio, que propugna volver al principio del “valor añadido” del gasto europeo sobre el nacional, lo que exige examinar si cada proyecto exhibe economías de escala, una suficiente masa crítica y algunos beneficios transnacionales (La valeur ajoutée dans les débats budgétaires européens, www.notre-europe.eu). O como la misma Rubio con Amélie Barbier, cuando reclaman una “reorientación estratégica de la organización de los gastos públicos” (“Mieux dépenser ensemble”, en la misma web delorsiana). O como Benedicta Marzinotto , quien pide la creación de un Fondo Europeo de Crecimiento “que permitiera transferir, sin retrasos, importantes recursos desde los fondos estructurales y de cohesión al apoyo a la recuperación de los países más vulnerables” o permitir un endeudamiento de la UE con la garantía del presupuesto común para vigorizar a las economías más endeudadas (The long-term EU budget, www.bruegel.org).

Escaso tamaño y sesgo al pasado no agotan las razones para replantear el presupuesto. Hay otra, clave. ¿Puede una Europa que camina hacia la unión bancaria, en la que impera una unión fiscal, en la que el BCE adopta contundentes funciones, que se plantea la necesidad de un Tesoro único y un Ministerio de Hacienda compartido, que resucita la necesidad de la unión política... puede una Unión así engendrar un presupuesto tan leve y disparatado, sin merma de su credibilidad interna y externa?

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