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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fábrica de España

Xavier Vidal-Folch

Cataluña, la fábrica de España. Lo fue en el siglo XIX y XX. Lo es aún, en cierta medida. Las factorías catalanas manufacturaban la casi totalidad de los productos consumidos en España. Y a la inversa, la casi totalidad de sus ventas se dirigían al mercado interior. Con la apertura internacional, el ingreso en la Unión Europea y la globalización, eso ha cambiado.

El mercado ahora es ahora —para todos— cada vez más el mundo. Crecen las exportaciones desde todos los rincones peninsulares, lo único que funciona. Destacan las catalanas: suponen el 26% del total y el 40% de las de contenido tecnológico, mucho más que el 16% que representa la población de Cataluña en la española y que el 19,5% de su peso en el producto interior bruto (PIB) conjunto. Es eso, entre otros activos que la configuran como punta de lanza modernizadora, lo que arriesgaría el conjunto español en caso de fractura. Quienes boicotearon sus productos y su Estatuto olvidan que España es mejor con la Cataluña autónoma. Sin ella, sería peor.

¿Y Cataluña? Tampoco sería mejor, al revés. Centrémonos en el flujo de intercambios. Cataluña mantiene un importante superávit comercial con el resto de España, que es la otra cara de la moneda de su (excesivo) déficit fiscal. Es lo propio de los territorios más desarrollados: contribuyen más a la caja común, porque también ocupan más el mercado común.

Algunos objetan este vínculo. Alegan que hoy, vencida la autarquía, el comercio es libre, mientras que los flujos financieros públicos los condiciona la estructura política. Pero también Alemania aporta al presupuesto europeo más que Grecia —que recibe—, porque la Siemens y otras copan las compras griegas.

Hace un cuarto de siglo, en 1986, del total de las ventas catalanas al exterior, las destinadas al mercado español aún suponían el 80%; sólo el 20% iban al extranjero. En 2011, aquellas pasaron al 47%; éstas, al 53%. Algunos infieren de esa tendencia al reequilibrio, con sorprendente rotundidad, la irrelevancia del mercado español para los intereses de la economía catalana. ¿Quién contrataría al director comercial de una empresa que minusvalorase al 47% de su clientela?

Más enjundia: el saldo comercial Cataluña-España en 2011 fue positivo en 22.685 millones (exportaciones, 49.839 millones; importaciones, 26.705); el de Cataluña-extranjero, negativo en 15.325 millones (exportó 55.525 millones, importó por 70.850). Ergo, el mercado español compensó con creces el déficit comercial catalán con el resto del mundo.

Más aún: en términos de valor añadido (productos exportados netos de sus componentes importados), el sesgo positivo del mercado español es aún mayor. Y es una tendencia sólida: “La dependencia industrial catalana de los mercados españoles continúa siendo muy relevante y tiende a mantenerse pese al creciente peso internacional” (Josep Oliver, Canvis estructurals del comerç exterior... Generalitat de Catalunya, 2009)

Los partidarios del Adéu, Espanya minimizan con ardor el efecto de los posibles boicoteos comerciales en caso de separación. Pero ni siquiera los datos de las rupturas pacíficas, como la de Checoslovaquia, auguran nada bueno para ninguna de las partes. Las exportaciones checas a Eslovaquia bajaron del 22% al 9% entre 1993, año de la separación, y 2011; las eslovacas a la República Checa, del 42% al 15% en igual período. ¿Alguien gana? No. Todos pierden.

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