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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Recuperar la soberanía perdida

Para volver a ser plenamente dueños de nuestro destino tenemos que desendeudarnos

José Luis Leal

Los acuciantes problemas de las últimas semanas han acaparado la atención de todos, pero pasados (por el momento) los apremios del corto plazo es conveniente preocuparse por el medio y largo plazo de nuestra economía. No existen en España instituciones dedicadas a este fin, cuyas reflexiones y análisis hubieran podido ayudar a definir los intereses nacionales básicos y a facilitar la toma de decisiones de los actores económicos. Curiosamente, en el momento de la Transición existían más centros de estudio, reflexión y debate sobre las grandes opciones económicas de los que existen ahora, cuando todo se subordina a las necesidades de un ciclo político permanentemente dominado por el corto plazo.

Carecemos de un diagnóstico compartido de la situación de nuestra economía, por lo que la demagogia tiende a colarse por todos los resquicios, dificultando el enfoque racional de los problemas. Tras 35 años de democracia, en España falta una cultura del diálogo, por lo que es muy difícil definir lo que nos une. Es posible que ello se deba a la ausencia de consenso sobre las cuestiones básicas, pero también es posible que el funcionamiento de nuestras instituciones, la hiperpolitización de la mayoría de los problemas, impida hallar un consenso del que ni siquiera sabemos si es posible alcanzarlo.

Tras 35 años de democracia, en España falta una cultura del diálogo, por lo que es muy difícil definir lo que nos une

Sea como fuere, pocos discuten hoy día que la crisis por la que atravesamos es una crisis de endeudamiento y que, como tal, será larga de superar pues no existen soluciones milagrosas en este terreno. Hay que volver al punto de partida, que no es otro que hacer frente a la deuda que nos ha dejado el estallido de la burbuja financiera. Una parte de esta deuda se encuentra vencida y no pagada en los balances de las cajas de ahorros y en menor medida en los de los bancos. A este respecto conviene recordar que estas instituciones no hacen sino intermediar entre los ahorradores y los demandantes de crédito. Son estos los últimos responsables de sus deudas. En realidad, los sacrificios y esfuerzos que se piden ahora a la sociedad en su conjunto son la contrapartida de los impagos anteriores de ciudadanos, empresas e instituciones públicas.

Lo anterior no significa que los intermediarios financieros hayan sido prudentes en sus actuaciones: ha habido excesos por doquier y se han dado muchos créditos que no se deberían haber dado. Muchas familias y empresas se endeudaron imprudentemente, confiando en que la prosperidad no tendría fin; muchos promotores se embarcaron en proyectos sin sentido pensando que el aumento de los precios cubriría sus apuestas; muchos ayuntamientos calificaron terrenos para cobrar plusvalías y se embarcaron en equipamientos sociales sin saber si habría usuarios y si podrían hacer frente a los gastos de mantenimiento; muchas comunidades autónomas contrataron a decenas de miles de funcionarios y se embarcaron en proyectos faraónicos sin utilidad social alguna, y el propio Gobierno de la nación inventó el célebre Plan E (20.000 millones de euros), cuyo principal exponente en Madrid fue el traslado de sitio de la estatua de Colón. Esta es la contrapartida de las ayudas financieras que ahora solicitamos. Si no conseguimos refinanciar nuestras deudas, la alternativa es la suspensión de pagos y la quiebra.

Muchas familias y empresas se endeudaron imprudentemente, confiando en que la prosperidad no tendría fin

Pero todo esto es el pasado, y no sirve de nada recrearse en él salvo para extraer las lecciones que sean pertinentes. Pedir un esfuerzo a los ciudadanos sin explicar los problemas a fondo, mirando únicamente al pasado, puede ser interpretado como un castigo colectivo. Sin embargo, el esfuerzo también puede presentarse como un intento razonable de preservar el porvenir de nuestros hijos aliviándoles la carga de una deuda que no tendrán más remedio que asumir. Los mercados nos obligan ahora a ajustar nuestros desequilibrios con premura y la falta de diálogo, de diagnóstico y de conocimiento de cuáles son nuestros intereses nacionales básicos a largo plazo hace que las medidas adoptadas aparezcan como incoherentes y sin una finalidad clara. Es innegable que la falta de explicación y los errores cometidos en la administración de esta crisis aumentan esa sensación. Pero no es menos cierto que la mayoría de las medidas que se han adoptado eran necesarias.

En el camino recorrido desde hace unos meses hemos dejado muchos jirones. Para un ciudadano español, el espectáculo de ver debatir nuestros problemas por el Parlamento alemán o el finlandés plantea la cuestión esencial de nuestra soberanía e independencia. La integración en la Unión Monetaria nos ha proporcionado más beneficios que pérdidas, pero la transferencia de soberanía que consentimos entonces fue hacia una instancia superior en igualdad de condiciones para todos. Por eso es necesario avanzar en la unión económica, fiscal y política: no hemos cedido soberanía a esta o aquella nación, sino a una institución que estamos construyendo entre todos y que se llama Unión Europea.

Para volver a ser plenamente dueños de nuestro destino tenemos que desendeudarnos. Por mucho que algunos lo sueñen, los deudores no suelen imponer las condiciones a los acreedores. La condición básica para recuperar nuestra libertad de movimiento y nuestras opciones de cara al futuro no es otra que el pago de las deudas, y para ello el único camino que tenemos abierto es el del aumento de las exportaciones de bienes y servicios. La política económica actual sería mucho mejor comprendida por todos si se marcara como objetivo político recuperar el pleno dominio de nuestro destino por la vía del desendeudamiento y del aumento de las exportaciones. Se trata de un objetivo político de primera magnitud y es, además, una condición básica para la subsistencia de nuestras empresas.

El espectáculo de ver debatir nuestros problemas por el Parlamento alemán o el finlandés plantea la cuestión esencial de nuestra soberanía e independencia

Desde esta perspectiva, lo ocurrido en los últimos meses permite un cierto optimismo pues, a pesar de todas las dificultades de unos mercados exteriores con escaso crecimiento, nuestras empresas están consiguiendo mantener, e incluso aumentar ligeramente, su cuota de mercado en el exterior. A finales de este año es muy probable que registremos un excedente en la balanza de bienes y servicios, lo que supone un logro importante, especialmente si tenemos en cuenta que en 2008 el déficit en este capítulo fue de 60.000 millones de euros. Es cierto que la mejora del saldo exterior se debe en parte a la caída de la demanda interna, pero no es menos cierto que estamos en el buen camino aunque quede mucho por hacer para terminar con la pesadilla de las refinanciaciones en unos mercados que nos las niegan o nos cobran unos precios exorbitantes por ellas.

Todo sería más sencillo si existiera un diagnóstico común, si se organizara un debate razonable sobre las opciones de que disponemos. Y si, a partir de ese diagnóstico compartido, se intentara llegar a acuerdos políticos que facilitaran el ajuste y que permitieran entrever una vía de salida de la crisis. El tiempo apremia, y lo que está en juego no es, ni más ni menos, que la recuperación de nuestra soberanía nacional.

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