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El trampolín argentino de Repsol

YPF costó 13.000 millones de euros, llevó a la petrolera española a la cúspide del negocio del crudo y aporta un tercio del beneficio

“YPF representa más de la mitad de la energía de la República [Argentina]”. El presidente del grupo argentino Petersen, Enrique Eskenazi, propietario del 25,46% de las acciones de YPF, socio de Repsol desde 2008, resumía así, en una entrevista para este diario realizada el pasado año, la posición y la importancia de la filial petrolera de Repsol en el país sudamericano. La frase ilustra, al menos en parte, la trascendencia de la pelea que se registra en torno a la filial argentina de Repsol. Cuando Eskenazi explicaba qué era YPF (mayo de 2011), la petrolera argentina y por extensión su matriz Repsol todavía mantenían (al menos en apariencia) buenas relaciones con el nuevo Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Eskenazi había cultivado unas magníficas relaciones con el anterior presidente Néstor Kirchner y nada hacía suponer que su viuda y sucesora electa al frente del Ejecutivo cambiara de actitud.

Para Repsol, que en 1999, bajo la presidencia de Alfonso Cortina, decidió comprar YPF para dejar de ser una pequeña empresa local, sin apenas producción, para jugar en la primera división de la liga petrolera, el cambio de actitud del Gobierno argentino hacia la filial argentina es algo más que un contratiempo. La dura declaración de advertencia del ministro de Industria, José Manuel Soria, al Gobierno de Kirchner es una prueba de que la pugna entre Repsol YPF y el Ejecutivo argentino es algo más que un roce por negocios. Toca fibra y, sin duda, ha pasado a ser cuestión de Estado.

Un repaso a parte de las cifras afectadas por la polémica explica el porqué de la inquietud y de las advertencias tan poco habituales en las relaciones entre Gobiernos amigos. La gran apuesta de Repsol por la internacionalización en 1999, con la compra de YPF, costó a la compañía 13.437 millones de euros, más de dos billones de las antiguas pesetas. Un dineral. Primero compró un 15% y después lanzó una opa. Lo hizo en un momento oportuno, en una coyuntura un tanto agitada en la industria petrolera, con fusiones y adquisiciones por doquier. Las operaciones habían sido impulsadas por los bajos precios que registraba entonces el barril de crudo (15 dólares el barril era la cotización media entonces) y la adquisición de YPF permitió a Repsol pasar en un año a convertirse en la octava productora de crudo del mundo y la decimoquinta compañía energética. Hasta el Financial Times, el Hola de los negocios, premió a Cortina por haber hecho la fusión del año.

Por supuesto, la compra había desatado muchos recelos en Argentina. El sucesor de Cortina (año 2004), Antonio Brufau, tuvo que ponerse rápidamente al día en cuanto a los equilibrios que convenía mantener al otro lado del Atlántico. El grupo Petersen (Eskenazi) fue el elegido en 2008 —con la aprobación del Gobierno argentino, que mantiene derecho de veto en YPF— para argentinizar la gestión de la filial. Eskenazi, ayudado por la matriz, amplió su participación hasta el actual 25,46%, y tomó las riendas del negocio. Aparentemente, se daban todas las condiciones para mantener una posición cómoda en el país. Pero las relaciones entre el grupo Petersen-Eskenazi y el Gobierno de Fernández de Kirchner se han deteriorado mucho y por causas no explicadas.

Para una empresa, tener enfrente a un Gobierno no es solo un inconveniente. Es un escollo prácticamente insalvable. Y Repsol lo sabe. De ahí los reiterados intentos de Brufau por recomponer las relaciones y de ahí la intervención del Gobierno y hasta del jefe del Estado, el rey Juan Carlos. Porque la compañía, a pesar de que ha reducido mucho su participación directa en la filial, se juega mucho en la disputa. YPF supone la mitad de la producción de Repsol (472.000 barriles día); algo menos de la mitad de sus reservas (en torno a los 1.000 millones de barriles de un total de 2.180 millones) y un tercio del beneficio bruto (1.230 millones de euros). Según datos de la petrolera, en el último lustro, el total de las inversiones realizadas por YPF en Argentina ha sido de 11.000 millones de dólares (8.330 milones de euros) y ha triplicado la cifra de dividendos repartidos por la empresa (3.500 millones de dólares).

En el periodo 1999-2011, las inversiones de la filial superaron los 20.000 millones de dólares. Y en 2011, abunda la compañía, se invirtió la cifra récord de 3.266 millones de dólares. Y para que no quede por voluntad, la empresa ha asegurado que este año se superará ampliamente esta cifra. Las cifras tratan de salir al paso de las acusaciones del Gobierno de Kirchner, que atribuye a la falta de inversiones y al incumplimiento de los planes de producción los déficits de hidrocarburos en Argentina que obligan a aumentar las importaciones.

Por supuesto, hay otra versión sobre las dificultades de abastecimiento que padece Argentina. Y esa versión sostiene que ha sido la política económica desarrollada por el Gobierno, con aumentos salariales superiores al 20% y congelación de tarifas y precios de los productos energéticos, la que ha propiciado un desequilibrio creciente desde 2001.

Y tras el telón de las tensiones, el negocio. Repsol YPF anunció hace un año un gran descubrimiento de petróleo y gas no convencional en las provincias de Neuquén y Mendoza (en el área llamada Vaca Muerta), que puede triplicar las reservas del país y asegurar en un futuro no lejano la autosuficiencia energética. Tan importante es el hallazgo que hay quien lo relaciona directamente con las tensiones descritas.

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