Levitar sobre el césped
Me piden que hable de Messi y pienso qué escribir mientras él flota sobre el césped del estadio japonés, donde el Barça acaba de conseguir su título número 13 de la era Guardiola, y mientras los aficionados levitamos. Qué decir que no se haya dicho ya del hombre capaz de sumir a la colectividad -barcelonista- en la felicidad más absoluta. Porque mientras Messi pueda, porque querer quiere siempre, los barcelonistas y los locos del fútbol seremos felices.
Yo no tuve un Messi en mi infancia, ni en mi adolescencia, ni en los inicios de mi madurez. Soy de la época de los complejos, del pundonor de Migueli o de Neeskens. La época en la que el futbolista corría como un loco detrás de la pelota, que a menudo se escapaba, la época del centro desesperado a la búsqueda de un rematador. Por eso es difícil explicar a los más jóvenes que no siempre la pelota quiso al futbolista como quiere a Messi. Es el balón el que le busca a él, y se queda pegado a su pie, porque sabe que allí le van a mimar.
Aunque va a acabar saliendo disparado por un puntapié, antes Messi lo habrá acariciado, con el interior, con el exterior, con el empeine, lo habrá acunado mientras piensa en su destino y lo habrá protegido de las piernas de sus rivales que quieren robárselo.
Y Messi acabará marcando, o pasando el balón a quien él sabe que debe hacerlo porque está mejor situado que él, porque la generosidad es otra de sus virtudes, y este otro marcará, y luego se abrazarán, ellos y el resto. El tiempo justo para estallar de felicidad y para hacer estallar a miles de personas.
Luego Messi buscará el balón y lo encontrará esperándole, porque no hay nadie que lo mime como él. Y por eso, a veces, el día que más patadas le da se lo lleva a casa. Y lo hace mirando al suelo sin darle más importancia, porque él no imagina su vida sin un balón que le quiera.
Angels Barceló dirige y presenta el programa de radio 'Hora 25', de la cadena SER.
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