Más allá de la realidad
La atracción popular que produce Antonio López, como hemos tenido ocasión de comprobar este año en sus dos magníficas retrospectivas en Madrid y Bilbao, es un fenómeno que suscita a algunos no pocas dudas. No se sabe muy bien si el público que ha acudido jubiloso al encuentro con su obra lo aprecia más por su talento y habilidad que por la dificultad de su empeño. Yo me inclino a pensar que es por lo segundo. ¿Cómo no podemos dejar de celebrar algo tan aparentemente antimoderno como es la dificultad de pintar, dibujar o esculpir en este ya entrado siglo XXI? Difícil ha sido siempre, pero quizá más después de Matisse y Picasso.
Mientras los mayores de su generación siguieron el camino de la expresividad del gesto y la abstracción, Antonio, siendo, para mi gusto, radicalmente abstracto, se quedó ensimismado en la idea de hacer progresar su arte por el sendero aristotélico de la imitación. Cada vez que nos enseña un cuadro nos hace notar sin rubor la dificultad de su empeño a contrapelo. El cuadro en sí mismo es testigo de un largo e infructuoso asedio de lo real.
La dificultad a la que se enfrenta nuestro pintor es antigua y de raíces propias. Tiene que ver con una cierta indigencia que caracteriza al arte español barroco y que fascinó tanto a los vanguardistas del cambio de siglo como a los figurativos europeos de la segunda mitad del XX, su naturalismo. Tiene que ver con Cotán, Zurbarán, Mena o el mismo primer Velázquez. Una vigilia de los sentidos que muchas veces confundimos con la oración, pero que, en mi opinión, responde más al anhelo de un clasicismo ausente, cuyos ideal y belleza, en cambio, se muestran por doquier emboscados en la realidad, ya sin heroísmo alguno, sin historia.
Lo pude comprobar hace unos años en Boston cuando se presentó en el museo de la ciudad, de forma paralela, una retrospectiva de Antonio y una bella exposición de pintura española del Siglo de Oro. Era la primera vez que veía su nevera abierta, tan "pop". A dos pasos se encontraba el cartesiano Bodegón con membrillo, repollo, melón y pepino, de Sánchez Cotán. Tanto monta, monta tanto.
Miguel Zugaza es director del Museo del Prado.
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