Plumas en un lago helador
Para los tiempos que corren la circunstancia es excepcional: estreno de una gran producción de la recreación de El lago de los cisnes, el clásico entre los clásicos del ballet, donde Freud vuelve a asomar sus orejas y se demuestra que Chaikovski aguanta lo que le echen. Ayer en Montecarlo, y como cierre del festival anual del Fórum de la Danza, hubo un debut de gran formato y la nueva ópera estaba a reventar.
Por una parte, se acepta que hay que experimentar con las grandes obras. Otra cosa es cuánto tiempo va a permanecer la nueva propuesta, a caminar en paralelo al repertorio con sus elementos formales de danza, que junto a la música conforman el arquetipo inspirador. Habrá que esperar.
LES BALLETS DE MONTE-CARLO
Coreografía: Jean-Christophe Maillot. Música: P. I. Chaikovski. Escenografía: Ernest Pignon-Ernest. Vestuario: Philippe Guillotel. Fórum Grimaldi.
Maillot usa generosamente la partitura, trae de nuevo al primer acto el Cisne Negro, separa en dos bailarinas el papel blanco-negro y da protagonismo al confidente amigo del príncipe (nueva encarnación del a veces olvidado personaje de Benno), encarnado brillantemente por el joven Jeroen Verbruggen: preciso en su virtuosismo, el mejor de la velada.
La escenografía tiene su punto fuerte en el segundo acto, una recreación volumétrica y contundente que remite a La isla de los muertos de Arnold Böcklin y que se exhibe como un universo congelado. Ese lago helado ya estaba en el imaginario del tardorromanticismo, y ya antes Heine y Théophile Gautier hablaban de "frío helador" para caracterizar el ambiente imantado a la vez que tenebroso del segundo acto de Giselle. Este Lago repite este esquema: un primer acto en el mundo de los vivos (palacio, la corte) y un segundo en el íncubo de ensoñaciones. La misma alternancia entre tercero y cuarto cuadros, aquí muy bien unidos.
Maillot ha mantenido a su musa de siempre, Bernice Coppieters, en un plano prominente, y le ha creado un rol específico, donde se luce y hasta por momentos roba protagonismo a los héroes del soñado drama; ella es Su Majestad La Noche, una mezcla hábil de La Reina mozartiana, el hada Carabosse de La bella durmiente y el brujo-mago Rothbart de El lago de los cisnes tradicional. Esa encarnación del mal termina por imponerse en toda su crudeza y es así que el Lac a secas de Maillot no está ni tan lejos ni tan ajeno a la línea canónica y eso es parte de su acierto.
A la nómina de colaboradores habituales, el creador ha convocado a Jean Rouaud, que ganó el Goncourt con su primera novela y que quiere dotar a este montaje de un peso narrativo, que acaso lo acerque a la sensibilidad del espectador actual. Puede concluirse que este Lago necesita retoques (es lo normal, pulir y segar hasta perfilar excelencias): su primer acto es confuso y largo, ganando en impacto coral en los dos sucesivos. La Orquesta Filarmónica dirigida por Nicolas Brochot cohesionó cuerdas y metales en una poderosa interpretación.
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