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Reportaje:

Como Miles con zapatos nuevos

El rescate de unas grabaciones inéditas en directo llena una importante laguna en la trayectoria del trompetista

Iker Seisdedos

Con Miles Davis, prodigioso trompetista de jazz y uno de los músicos más extraordinarios del siglo XX, siempre se podía contar para una buena teoría conspirativa, sobre todo si en el tinglado paranoico andaban metidos el gran capital y la opresión del hombre blanco. En sus imprescindibles memorias, Miles, la autobiografía (Alba), coescritas con Quincy Troupe, reconstruye la producción discográfica del grupo estable que mantuvo entre 1964 y 1968, también conocido como "el segundo quinteto de Miles" o sencillamente "una de las mejores formaciones de jazz de todos los tiempos". Entonces añade: "Hubo, además, unas cuantas grabaciones en vivo que supongo que Columbia publicará cuando les parezca que van a sacar de ellas más dinero; probablemente, cuando ya me haya muerto".

Las cintas proceden de una gira europea del segundo gran quinteto en 1967

Hace 20 años que Davis pasó a mejor vida, y Columbia, hoy parte de Sony, se decidió recientemente, quién sabe si por autocumplir la profecía del trompetista, a liberar parte de aquel material en el histórico lanzamiento The Bootleg series, volume 1: live in Europe 1967, cofre de tres CD y DVD que acaba de ver la luz también en una caja de cinco elepés. Podría ser otro intento de la industria para seducir con el aroma del lujo archivista a los pocos compradores que quedan. O quizá con este lanzamiento, el primero de un lote, la compañía quiera brindar a Davis el tratamiento Dylan: el sello lleva ya nueve volúmenes de grabaciones rescatadas (piratas o no; completamente inéditas o no) del repertorio del cantautor bajo el mismo título.

Estos registros (musicales y audiovisuales) proceden de una gira europea de la banda, con paradas en Amberes, Copenhague, Estocolmo, Karlsruhe y París y atesorados con mimo por las cadenas de radiotelevisión belga, danesa, sueca, alemana y francesa. La ocasión lo merecía: el quinteto lideraba un certamen itinerante (ocho bandas, 17 ciudades) que se dio en llamar el Festival de Jazz de Newport en Europa y promovió el mítico George Wein, alma de la cita original celebrada en la costa de Rhode Island.

La importancia del lanzamiento reside tanto en la escasez de registros en directo del grupo (el temprano Live at the Plugged Nickel, grabado en 1965, en los inicios de la banda, se basaba casi únicamente en material ajeno), como en la suma de genialidades de sus miembros, una de esas alineaciones que los aficionados recitan con delectación: Wayne Shorter al saxo, Herbie Hancock al piano, Ron Carter al contrabajo y Tony Williams a la batería.

Liquidado su anterior sexteto, Davis dio con la nueva sección rítmica fácilmente. Costó más tiempo conseguir que Shorter aceptara su oferta. "Fue muy insistente", reconocía recientemente a este diario el propio Shorter, capaz de una asombrosa imitación de la voz ronca de Miles. "Solía decir: '¿Wayne, de dónde demonios te sacas esas composiciones?".

El material que aportaba Shorter, una suerte de espíritu libre mecido por la belleza de las melodías, era, en efecto, uno de los fuertes del grupo. Pero no el único: "Tony era el fuego, la chispa creativa; Wayne era el hombre de las ideas; y Ron y Herbie, el soporte", escribió en sus memorias Davis. Cuando montó la banda, era un músico en la treintena con un impresionante currículo: miembro del grupo de Charlie Parker; inventor del cool jazz; autor de Kind of blue, una suerte de Ciudadano Kane del género... Pero quizá el mejor de sus atributos siempre fue el saber rodearse de talento, por muy joven que fuera. En el caso de Williams, insultantemente joven. El batería se enroló en el quinteto con 17 años, un problema para obtener contratos en los clubes que prohibían la entrada a menores que ni los consejos de Miles (dejarse bigote y fumar puros) pudieron siempre sortear.

A Williams atribuía Davis la recuperación de su entusiasmo. Cuando conoció al chaval, su antiguo compañero de filas John Coltrane volaba lejos, como un Ícaro del jazz libre peligrosamente cerca del sol (el saxofonista moriría poco antes de las grabaciones que nos ocupan). Davis era en 1964 un hombre aburrido de sí mismo ("Si llevas constantemente el mismo par de zapatos, llegará un día que tendrás que cambiarlos por otros") y cabreado con todo: "De pronto, el rock and roll se situó en primera línea. Rock and roll blanco, robado del rhythm and blues (...). Antes, esa música no significaba nada, pero ahora que se dedicaba al hurto, sonaba cojonudamente bien, tenía un poco de aroma, un poco de brío, un poco de alocada sofisticación (...). Debido a lo que el público creía que era el jazz (música no melódica, no tarareable), una legión de músicos serios y valiosos tuvo a partir de entonces la vida muy difícil".

No fue su caso. Siempre gozó de estatus de estrella del jazz, incluso en sus posteriores devaneos eléctricos: cuando esta banda tocaba endemoniadamente bien por Europa, aún faltaban dos años para que rompiese la baraja con el experimental Bitches Brew. Pero ese es otro capítulo de la historia de Davis, que siempre sonaba como un fanfarrón y casi nunca lo fue. Ni siquiera, al contar aquella anécdota suya en la Casa Blanca de la era Reagan. Una de las mejores. Una señora, alarmada por sus pintas, le preguntó qué hacía allí. Él contestó: "Bueno, he cambiado el rumbo de la música cinco o seis veces. Ahora, dígame: ¿qué ha hecho usted importante, además de ser blanca?".

Miles Davis.
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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.
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